viernes, 19 de abril de 2019



 La Partera de Izquitlan
 
Por: Marcelino Peña Fernández

  Siempre que salgo de mi casa, el departamento de la Unidad Habitacional El Rosario, me sorprende ver cómo somos tantas almas que recorremos y deambulamos en este lugar, y al mismo tiempo se esta tan solo, o más bien yo soy la que está sola, y más desde que mi padre murió. Mi cabeza está llena de recuerdos que se me vienen a la mente cuando voy rodando en mi bici Windsor roja que él me regalo.
   
Ahora que estoy haciendo mi tesis; tengo que ir hasta el Archivo General de la Nación; mi primera escala es el estacionamiento de la terminal del metrobus. Al abordar me asaltan de modo inevitable las historias de mi padre me contaba. Les confieso que ahora estos recuerdos me producen una fascinación; soy consciente que tales pensamientos podrían provocar posibles retrasos hacia mi destino , ya que podría pasarme de estación, pues mi imaginación vuela y hasta en algunas ocasiones me he quedado dormida; a veces he comenzado a ensoñar, como el otro día, cuando recibí el relato de la piedrita de la cara de la luna, esa preciosa pieza que don Octavio rescato de la ruta donde se encontraba el acueducto de la patria del Manantial Xancopinca hasta la antigua ciudad de Tlatelolco. Por ese día, debo revelarles, que desde el cuarto piso del edificio donde vivo, en un extraordinariamente luminoso me de junio, sin contingencia ambiental, pude ver con toda claridad el cerro de Chiquihuite con sus inseparables torres transmisoras, mi padre las tomaba como referencia de orientación porque hay se localizaba el norte de la ciudad. Para allá se ve Ecatepec, de donde viene el viento, Ehecatl que nos trae la lluvia.
   
Nuestros antepasados veían como se derramaba el agua por las faldas del cerro, lo que asemeja a un canasto donde se ponían las tortillas. Su amigo le afirmaba am mi papá: “A ver, échale agua a un canasto y veras como se derrama”. ¡Ahora puedo ver esta hermosa imagen plasmada en el horizonte!
   
Estas historias, sin embargo, nunca dejaron de llamar mi atención, por lo que saque de mi morral el dibujo que mi papá hizo de esta piedrita al contarme de la historia; observe con mucha curiosidad la imagen y no es más grande que la palma de mi mano, tiene dos pequeñas perforaciones en sus extremos para ponerle un cordoncito y portarla como collar; ya eran amuletos para mujeres embarazadas. Esta piedra fue hecha por las tlamanticihuameh (mujeres sabias).  En aquella época también había mujeres que participaban en la búsqueda del saber cómo Quiauitl (lluvia) logro impregnar de energía de piedra, para que llegaran a buen término los embarazos de las mujeres que los portaban; pues ella se consagro a venerar a Tonantzin Coatlicue, ya que al vivir en Izquitlan, hoy San Marcos Izquitlan, donde actualmente se encuentra la antigua Calzada de Guadalupe, en aquellos ancestrales tiempos que datan dela cultura tapanca por el año 1400, 100 años antes de la llegada de los españoles a esas tierras, Quiauitl frecuentaba el cerro del Tepeyacac. Realizaba rituales siguiendo las fases de la Luna, iniciaban con un ayuno durante veintiocho días; en el mes del año lunar otorgado a Xipetotec quemaba incienso con aroma a vainilla, para regresar a Izquitlan, cerca  lugar donde habitaban los señores pochtecas (donde ahora está el Templo de San Simón y San Judas Tadeo) porque ellos reconocían su sabiduría, de gran Valía para el Señorío de Azcapotzalco, ya que ellos comerciaban estas piezas por todo el territorio de las costas del Golfo y el Pacifico.

   
   Al multiplicar cuatro por siete igual a veintiocho cuatro fases de la luna, lo que da por resultado los veintiocho días que abarca cada período menstrual de la mujer… ¿Por qué estoy pensando en esto?,¿De dónde salen las conjeturas? Estoy cerrando los ojos y lucho con todas mis fuerzas para no dormirme.

    De pronto ya estoy de pie frente al Manantial Xancopinca, mirando hacia el norte; observo el cerro del Tenayo y otra vez el Chiquihuite. ¡Se mueven, parecen que tienen vida! ¡Pero, chi… ¿Me está haciendo daño?¡Pero no! ¡Todo es luminoso! Y me está rodeando una multitud de conejos, son tan bonitos, se dejan tocar, son tiernos y suavecitos; ¡Hay de todos colores: amarillos, rojos, blancos y negros y hasta azules! ¡Si yo no fumo tabaco ni marihuana ni tomo alcohol! ¿Qué me está pasando? Se mueven los árboles, hablan entre ellos, me saludan con sus ramas, el agua es tan azul y transparente; se siente el viento tibio, fresco y aromático, el olor de las flores se encuentra por todas partes. Escucho unos sonidos que son miel para mis oídos. V en elevarse una ola que del centro del estanque llega directamente a mí, y que me sumerge quedando atrapada tan plácidamente.  Estoy llena de regocijo, son un ser en gestación, escucho ecos, suaves melodías que producen las plantas, tambores y los sonidos de los caracoles, no siento frio ni calor. Me sorprende entonces la presencia de una hermosa mujer de impecable limpieza. M e gustan su Huipil y su falda blanca. Su cabello es negro, peinado con listones multicolores; estoy embelesada con esa música rítmica que producen los silbatos y el agua. La impresionante señora a mi extendiendo su brazo y me entrega en mi mano la piedrita de la luna me dice: “hija mía, estamos en comunicación; en esta dimensión no hay límite: tu tiempo es el mío. Lo realmente importante es que tenías que venir. Soy tu madre Tonantzin. Debes saber que en este lugar han sucedido muchas cosas, que había mujeres sirenas que se aparecían de noche y de día dentro de la alberca y se llevaban a hombre , mujeres y niños que transitaban por los lugares solitarios¡ Esto no es cierto!, digo en mis adentros debe saber que en el tiempo que se hizo el acueducto que llevaba el agua para que bebieran mis hijos de la antigua ciudad de Tlatelolco, una sabia mujer de San Marcos Izquitlan elaboraba las piedritas de la luna, pues recogía con su mano derecha pedazos de barro y con gran destreza, bajo el mágico resplandor de la luna , modelaba lunitas en cuarto menguante, con delicadeza y perfección que resplandecían en su mano. Con una espina de maguey les hacia 7 perforaciones. Los rayos de la luna las convertía en mágicos talismanes. Acto seguido, las depositaba en algún sitio de Xancopinca para que las conociera el sol y las siguiera serenando la luna, durante siete días y siete noches. Así, con los días maduraban como los tejocotes y con la corriente del agua adquirían esa textura y brillo y sobre todo adquirían ese poder de curación con los mágico rayos de la luna. Como decía Quiauitl, la sabia curandera y partera que conocía el movimiento de los astros: una obra de arte sirve para curar el alma. ¿Cómo tú te estas curando?; yo, adormecida, conteste: ¿De qué me estoy aliviando? - ¿Cómo de que niña? ¡Entiende que tu presencia aquí le da sentido a tu vida y lo que te rodea ¡Observa cómo está el mundo! carente de hermandad, sin esperanzas. Tú tienes la torre de contar del lugar donde vives, de la grandeza del pasado de tu pueblo…
       ¡Hay, ya me pase de estación ¡ ¿Qué les voy a decir? A ya se, ya se, que se le poncho una llanta al metrobus.

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