LA
BUSQUEDA
Por:
Gustavo Aquino
Arremangándose
la camisa Eustaquio pensaba que lo más obvio era ir a la UAM de Azcapotzalco,
al área de ingeniería, ni más ni menos. Eso implicaba pasar por Tacuba, Clavería,
Nextengo, el metro. La Reynosa, y recordar esos huaraches tostaditos repletos
de todo: salsa picante, carne, o lo que pidas (chorizo, queso, que para que no
se derramen tienes que estirar la lengua, o meter las manos para no perder ese
manjar, tendidos en esa mesa sin mantel), creo que se llamaban Huaraches Mac.
UAM Azcapotzalco
“La
primera vez que fui a Azcapotzalco, fue en trolebús, aún recuerdo la vez acompañé
a Inés al CCH, tomamos un trolebús directo: de la Bondojo hacia un barrio tepaneca.
Uno de los primeros viajes, larguísimo, que hice en la ciudad. Aún no existía ese
puente sobre la avenida Cuitláhuac, a la altura de la raza, el trolebús tenía
que dar una vueltezota por la terminal del norte para retomar la avenida antes
de vallejo.”
“Y
después de vallejo comenzaba la larga travesía, hacia un antiguo territorio que
ha cambiado totalmente su fisonomía. Recuerdo puentes peatonales y camellones verdes,
mucha vegetación por cualquier lado, era raro que el trolebús se llenara, tan grande
y tan infinito, tanto espacio por llenar. Eustaquio evocaba cómo el trolebús
avanzaba tragando pedazos de avenida, en su lento trajinar se veían viejos
edificios, tantos árboles sobre aquel camellón, y hasta un letrero anunciando
un criadero de truchas donde se podía atrapar la trucha deseada, que
posteriormente sería cocinada al gusto“
“Lejos
quedaban los días antes de que nos invadiera Wal Mart, McDonalds, en que la UAM
se estaba estrenando, aún no había metro”. Esto lo pensaba, y escribía a ratos Eustaquio,
quien llegó en metro a Azcapotzalco y de allí a la UAM. Había nuevas líneas de
metro y nuevas terminales de microbuses. Después, la desaparición de aquel
restaurante de comida española en el centro de Azcapotzalco (despachaba una
quesque española, de vestido largo y frondoso que revelaba ser una chintolola),
en Clavería aparecieron cafetines y restaurantes bonitos, acogedores. Y plazas
comerciales, a costa de destruir cines populares y fachadas históricas y
destruir árboles y remembranzas de antiguas rancherías y jinetes de a verdad
lazando becerros, conduciendo carretas llenos de trigo, alfalfa, y leche, no de
polvo. Leche de a verdad Eustaquio tenía que regresar, no importa solo, tenía
la visión de estar sentado en una de esas mesitas charlando animadamente con
Argelia, Judith, o Celia. Y ahora
que estaba en la entrada de la UAM, que no era lo que él conocía, se sintió un
extraño, no conocía a nadie de allí, sabía que algún compañero de sus épocas
daba clases.
Todo tan
diferente. La avenida estaba llena de comerciantes ambulantes, y hasta una
papelería funcionaba en plena banqueta. Entró al recinto universitario como se
entra a un túnel del tiempo, los primeros edificios seguían pero le asombró los
cambios y la amplitud de las nuevas instalaciones.
Ahora
resulta que hasta tenían nuevas esculturas, de un tal Vicente Rojo y Sebastián
(qué bajo hemos caído se dijo al recordar que Sebastián hizo unos engendros e
algún municipio gobernado por un cacique priísta, cobrando una buena lana). Caminó
hasta el otro extremo, donde están los laboratorios pesados, era como un bicho
raro, no reconoció a nadie. Después se dirigió a los salones de ingeniería y preguntó
al azar, no sabía ni el grado, ni de amigos, nada de Ramiro, de hecho no podría
hacer una descripción física de él. No era alto, ni gordo, casi moreno, ¿el pelo?,
“sepa la bola”, eso sí los ojos muy abiertos y oscuros, ¿cómo se vestiría
últimamente, seguiría las modas, desfachatado, formal, sucio? No lo adivinaba,
sólo recordaba un suéter café que invariablemente usaba, cuando tenían
oportunidad de verse, tal vez serían sus mejores garras, que para un niño
estaba bien.
Consternado
se sentó en una jardinera, no desaprovechaba la oportunidad de ver a los
estudiantes, hombres, mujeres, grandes perspectivas, un gran futuro. Tenía
enfrente una gran plaza roja inundada que en el fondo albergaba la biblioteca.
Allí estarían flotando la Diosa Blanca, libros de alquimia, libros raros de un
tal Roque Dalton. En cada estudiante se imaginaba a su hermano que caminando
feliz. Hacia él, pero no lo veía. Decidió ir al lugar donde vivía antes el
Ramiro, por el rumbo de la Río Blanco, caminó hacia lo glorieta de camarones y
abordó aquel trolebús destartalado. De un microbús delantero vio bajar a un tipo
semigreñudo con una guitarra colgando a sus espaldas. Un trovador, pensó el Eustaquio,
ojalá se subiera aquí, no estaría de más alguna variedad, pero alcanzó a ver
que se subía a un autobús que rebasó a su trolebús. Llegaron a Vallejo y vio al
trovador sentado en la banqueta, la guitarra recargada en él que estaba a punto
de caer, con lo cual intuyó que Ramiro se estaba durmiendo. ¿Ramiro? ¡Ramiro! Recordó
que su hermano tocaba la guitarra, y reconoció la guitarra. Le gritó al chofer,
¡bajan! Casi pateó la puerta para bajar. De reojo alcanzó a ver que se adentró
otra vez hacia Azcapotzalco. Corrió hasta la esquina donde no había nada.
Atravesó de regreso la avenida vallejo, sin darse cuenta ya estaba en la ProHogar.
Esta vez, no encontró a su hermano.
UAM hablar de esa escuela es recordar que mi hijo tuvo la oportunidad de estudiar ahí y no quiso por los baños según el muy feos, niño acostumbrado a ir a escuelas particulares pero bueno soñé que estudiaría ahí pero bueno si es Ing. Químico pero de INITEC, PERO ME DA GUSTO QUE HABLES DE MI AZCAPOTZALCO FELICIDADES AQUINO!
ResponderEliminarUnitec
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