Por Martín Borboa
El pasado domingo 12 de enero de 2020, el compañero
Marcelino Peña Fernández, cronista de Azcapotzalco y activista de los pueblos
originarios, me invitó a caminar y acompañarlo en una ruta que él hace en bicicleta
con grupos de personas. En el primer punto en que nos detuvimos, hay un busto
de Chava Flores.
Marcelino Peña Fernández junto al busto de Chava Flores
¡Qué casualidad! Marcelino y yo estábamos ante la memoria
dedicada al cronista cantor a 100 años de su nacimiento. Él nació el 14 de
enero de 1920, y estábamos ahí el 12 de enero de 2020. En ese momento,
francamente ni él ni yo sabíamos que ya era el centenario de su natalicio.
Marcelino me explicó sobre la dedicación del busto en este
sitio porque Chava Flores vivió en un departamento de esta Unidad, que se dice
era de su hermana, y por eso en los pasillos y jardines se le llegó a ver
varias veces caminando con su guitarra.
Lamentablemente la pieza escultórica no tiene placa. Alguna
vez la tuvo, pero ahora luce vacío el espacio rectangular y plano donde estaba.
¿Deterioro o vandalismo? No sé. Pero si es un desperdicio cultural no alentar
el reconocimiento apropiado a dicho personaje. Está el pedestal y el busto. Pero
le falta su placa (o algo que indique con texto a quien se homenajea con la
figura). Su legado tiene un valor enorme. Bien amerita un esfuerzo. Por un
instante pensé en poner una placa, una de tipo antirrobo. Seguro que el mismo
artista me diría: ¿A que le tiras cuando sueñas mexicano?
Lo malo es que quien ve hoy esa escultura no sabe a qué
persona representa. Qué triste ¿no?
Dos días después
de ese recorrido con Marcelino, en diferentes medios, ya me enteré que se
celebraba el centenario del nacimiento del insigne compositor mexicano que con
tanta picardía describió nuestra vida y nuestro entorno. Mostraban el recuento de
su obra. Sus composiciones las han interpretado: Pedro Infante, Miguel Aceves
Mejía, Pedro Vargas, Lola Beltrán, Oscar Chávez, el “Loco” Valdez, Víctor
Iturbe “El Pirulí”, la Sonora Santanera, Café Tacuba, Cristian Castro, entre
otros.
Sus muy diversos temas
fueron acerca de un parque, velorio, juego de canicas, boda, cortejo a una
dama, fiesta de quince años, el Metro, tacos, dinero, el tráfico, etc. Nació el
mismo año que Gabriel Vargas, el creador de la Familia Burrón.
Momentos alegres
los tuvo, como cuando obtuvo la Medalla “Agustín Lara” que le otorgó la
Sociedad de Autores y Compositores de México (SACM) por su brillante
trayectoria. Eventos feos también los tuvo, como cuando fue llevado a prisión,
a Lecumberri, por 18 meses (1953 a 1955), al ser acusado injustamente de un
adeudo por parte de su compadre agiotista. Le ofrecieron salir bajo fianza si
se declaraba culpable, pero por saberse inocente, no aceptó el trato. Es mucho
lo que puede hablarse de este artista y en este espacio no sería suficiente.
Nuestro
Azcapotzalco le tiene un busto pero no salió en esos programas ni se mencionó
en esos reportajes. Y al parecer la familia no sabe de este busto pues en una
entrevista para el centenario, una de las hijas lamentaba que no hubiera nada
en México para conmemorarlo.
Por esta serie de
circunstancias, con un muy bajo presupuesto pero con muchas ganas de hacer algo
al respecto, planeé una acción en paralelo con Marcelino Peña, y con el apoyo
de mi muy querida Albertina Moreno en la parte técnica, llevamos manos a la
obra:
Con el permiso de
la administración de la Unidad Cuitláhuac, se pintó la base de blanco, y sobre
de ella, usando un esténcil y pintura negra, se rotuló el monumento.
Por ahora (inicio
de febrero 2020) Don Chava Flores ya tiene rotulo en el pedestal de su busto
conmemorativo. Dice: “Salvador “Chava” Flores. Centenario del gran cronista
musical, que fue vecino de esta Unidad Cuitláhuac. Nació 4 enero 1920. Murió 5
agosto 1987”.
No logré hacerlo
de mejor calidad, así que bienvenido quien deseé superarlo por favor. La puerta
para apoyar está abierta de par en par. Para localizar el monumento es
recomendable seguir este camino: Yendo por la Avenida Nueces (Nueva Santa
María) cruzar la Avenida Cuitláhuac, avanzar hacia el fondo de la avenida,
hacia la aduana, y viendo del lado derecho, donde hay una caseta de una mudanza
(y se ven las camionetas), adentrarse en esa dirección, y antes de topar con la
primer torre de electricidad, hay un grupo de bancas que acompañan al
monumento, muy cerca de la administración.
Acépteme Don
Chava este pequeño tributo limitado pero con cariño, a 100 de su llegada al
mundo. Y como le dijera el finado Germán Dehesa en un artículo de la primavera
del 1994:
“Al menos Flores
(Chava) al menos Cantos”.
Y sobre nuestros
símbolos en Azcapotzalco, al menos en una de sus más famosas composiciones,
“Sábado Distrito Federal”, el artista creativo mencionó a un hormiguero:
“Desde las diez
ya no hay donde parar el coche /
ni un ruletero
que lo quiera a uno llevar /
llegar al centro
atravesarlo es un desmoche /
un hormiguero no
tiene tanto animal.”
LIBRO “MEMORIA
HISTORICA DE SAN MARTIN XOCHINAHUAC”
El pasado martes 14 de enero 2020, en la sala abierta de la
Casa de la Cultura de nuestra alcaldía,
se presentó el libro con ese título. Lo hicieron María Francisca López
Suárez y María Moreno Domínguez, que fueron también las compiladoras de los
textos publicados. La obra se elaboró durante 2019, y el nuevo año nos trajo a
todos en Azcapotzalco éste gran regalo.
Al pueblo de San Martin lo he visitado en varias ocasiones,
las últimas fueron los dos noviembres pasados con motivo de su fiesta patronal,
y para comprar los deliciosos cocoles que venden afuera de la parroquia en esas
festividades.
Yo recibí el libro en martes, para el viernes ya había
terminado de leerlo, y el domingo ya estaba yo nuevamente el pueblo de San
Martín. Esta vez lo hice motivado completamente por el libro.
La lectura del texto es bastante ágil, informativa y divertida.
De sus más de 90 páginas y más de 553 imágenes se aprende mucho, y no solo del
pueblo de San Martín, sino de Azcapotzalco en su conjunto. Por ejemplo, La
historia del pueblo narrada por Daniel Cortés me dejó aprender el significado
del glifo local y de códices que lo incluyen. La historia del pueblo expuesta
por Marcelino Peña me informó de donde provienen las piedras con que se
construyeron los templos teocallis tepanecas. El trabajo de Enrique Medina me
permitió conocer la problemática antigua y la actual que enfrente San Martín,
son dos distintas situaciones, y es bastante revelador ese análisis, pues los
retos que ha tenido Xochinahuac, no los tuvo de modo aislado, al contrario,
varios pueblos vecinos han pasado por cosas similares en tiempos parecidos. Lo
que se va entendiendo de San Martín, ayuda a entender a Azcapotzalco. La fuente ha sido este libro. Por eso pienso
que aunque el titulo de la obra se refiere a un pueblo específico, el contenido
revela el devenir de sus vecinos, de la alcaldía y más allá.
Aprendí:
Que la inauguración de la escuela “Tierra y Libertad” fue
hecha por el presidente de los campesinos del pueblo, Don Abraham Sandín. Su
nieto Don José Alfredo Sandín recuerda que su abuelo contruyó una finca llamada
“La Quinta Aurora”-en la calle Parastitla No.10- en honor a una de sus hijas
que así se llamaba (y es también el nombre de mi mamá).
Que por la zona de Xochinahuac andaba el “encuerado de las
milpas” que solo se vestía con una gabardina y espantaba a quien se internara
en los plantíos.
Que la primera escuela del pueblo estaba en la iglesia de
San Martín y se llamaba “Centenario”, e impartía del primer al cuarto grado de
primaria.
Que el 23 de febrero de 1966 el entonces presidente Gustavo
Díaz Ordaz inauguró la escuela primaria “Manuel Belgrano” en honor a un
diplomático argentino.
Que en marzo de 2015 se celebraron los 50 años de la
parroquia, lo cual significa que se aprovechó el edificio desde 1965. (Como no
voy a tener mucha simpatía por este pueblo si yo nací en 1965 y me llamo
Martín. Hay muchas maneras de identificarse con un lugar).
Que hubo una época en que las bodas comunitarias eran
frecuentes.
Que en la elección de la “Reina de las fiestas patrias”, la
primera reina fue la Srta. Guillermina Tovar, y la coronación se efectuaba la
noche del 15 de septiembre.
Que el 11 de enero de 1967 nevó en el pueblo de San Martín.
(El 11 de enero es cumpleaños de mi mamá, quien eligió para mí el nombre de
Martín).
Que en el viejo mercado, el Sr. Perilla vendía vísceras,
Nacho vendía pollo y tenía su música a todo volumen y gafas negras, y ahí
también Doña Juanita vestía Niños Dios.
Que Don Emilio López Vega gustaba de ir a bailar al Salón
“Los Ángeles” y en ocasiones regresaba en taxi. A veces no le alcanzaba para
pagar, y pedía al taxista que lo dejara en una puerta ofreciendo que de
inmediato saldría con el pago. La puerta era la del panteón. Don Emilio ya no
salía a pagar, y cuando los taxistas preguntaban sobre el vecino que vivía ahí,
se enteraban que era el panteón, y más de uno habrá pensado que el pasajero fue
un espectro.
Que el parque de “Los mecates” con su fuente lo inauguró el
expresidente Miguel de la Madrid.
Y un sinfín de datos más que leí en sus páginas, que
conforman en la mente del lector un cuadro multicolor, multi-temático, que
permite ir imaginando los aromas de los sembradíos que describen, los sonidos
emitidos por el ganado de los establos que menciona, las melodías tocadas por
las orquestas que amenizaban los bailes, etc. Las palabras proponen y la
imaginación dispone.
El libro abre la puerta de par en par y permite conocer
bastante del pueblo a través de su gente, la parte vibrante, la que ríe y que
llora. Como ejemplo pongo la anécdota narrada sobre una persona que tuvo que
ser enterrada en plena fecha de la fiesta patronal, y para mostrar respeto a la
comitiva fúnebre, los asistentes y comerciantes de la fiesta, guardaron
silencio y abrieron camino para el paso del triste cortejo.
La parte cálida y divertida, es todo el grupo de 42 entrevistas
que contiene este libro. Ojalá cada pueblo o barrio de Azcapotzalco tuviera
algo similar. Que valioso poder conocer a 42 personas, que en sus narraciones
incluyen a sus parejas, hijos, padres y abuelos, y así la multiplicación de
personas de las que uno se entera es desbordante. Quiero decir que quien ve los
títulos contará 42 personas, pero quien lee los textos, aprenderá sobre el triple o el cuádruple de
individuos, todos entrañables, sinceros.
Conocí en ésta lectura, entre otros, los recuerdos de:
Doña Angelita López, que fue madre soltera de un solo hijo
que hizo el papel de Cristo en el viacrucis del pueblo por varios años.
Doña Agustina López, cuyo padre cazaba patos en temporada, y
recuerda la leyenda del “Cincuate”, esa serpiente que aprovechaba a las mamás
con hijos recién nacidos, que encontraba dormidas, para beber su leche
sigilosamente, y para que no despertara el bebé, ponía en los labios del
inocente su cola, para que sirviera como chupón.
Doña Celia López, quien de adolescente puso la primera
tortillería en el pueblo, y la inauguró el 13 de enero de 1953.
Don Tiburcio López, que ha donado por más de 20 años las
portadas decorativas de la iglesia.
Doña Gloria Vega, que le gustaba estar en la Hacienda del
Rosario, y un día desató a los toros y los dejó salir, y subida a un árbol miraba
y se moría de la risa.
Don Macario Olivares, que recuerda que cuando era niño y
pasaba el tren de pasajeros, estos aventaban a los niños dulces, silbatos,
limas y cajeta.
Don Juan López, quien diseñó vestuarios para grandes artistas,
como Gloria Mayo y Sasha Montenegro.
Don Perfecto Rodríguez, que ha participado en la comisión de
cohetes de las fiestas patronales por más de 46 años, siguiendo la tradición
familiar iniciada por su abuelo de dar alimentos a los músicos que amenizan las
fiestas a San Martín.
Doña Clara López, quien recuerda a su tío que la llevaba
junto a otras sobrinas a terrenos donde sembraban maíz, calabaza y ejotes. El
maíz lo recolectaban y preparaban para su venta.
Doña Concepción López (mismo nombre de mi abuela materna)
que en 2018 cumplió 100 años de edad, quien comercializaba verduras en su
carretilla por las calles del pueblo.
Doña Rita González, quien participó en 1965 en el certamen “Reina
de las fiestas patrias”, y fue “Reina de la primavera” en la escuela “Tierra y
Libertad”.
Estas y muchas otras personas, tuvieron la amabilidad de
compartir sus recuerdos, y el equipo cultural de San Martín el acierto de
entrevistar.
Debo decir que partiendo de la entrevista a Doña Teresa
Álvarez, supe acerca del negocio en Avenida El Rosario No. 22 llamado “El
Calandrio” que vende barbacoa, en donde han estado por ejemplo el “Indio”
Fernández en su época, o el vocalista de “Café Tacuba” Rubén Albarrán. Mi
familia paterna vivió muchos años de la venta de barbacoa en Temascaltepec, Estado
de México, a donde al nacer y de niño, fui llevado varias veces para saludar a
la familia, así que crecí con el aroma y sabor de la barbacoa, la consumo desde
entonces, y no quise posponer ir a conocer y probar ese lugar. La barbacoa que
ahí preparan está entre las dos mejores que he probado en mis 54 años de vida.
Su suavidad, su textura, su sabor, son grandiosos. Y otro punto a favor es que
aquí si conocen y preparan la salsa borracha, la cual es excelente compañera
para ese platillo. Pude ver las pencas de maguey y el hoyo en donde preparan la
carne. Pude disfrutar de la amabilidad de las personas que ahí laboran,
descendientes de la dama entrevistada para el libro. Me enteré que abren sólo
fines de semana y días festivos.
En resumen, haber ido a visitar las calles, la parroquia, el
parque y el restaurante en San Martín, después de haber leído el libro, fue inolvidable.
La lectura me hizo sentir invitado a ir nuevamente, pero ahora iba con más
información, con nuevas expectativas, buscando la huella de su gente, sus
rostros, la dinámica de su pueblo, la frondosidad de su parque (bonito para
echar novio o tomarse un café) y el sabor de su exquisita comida.
El turismo provocado por la lectura de un libro, requiere
que su contenido haya conmovido al lector. Para conmover es importante hacerlo
con un estilo y una técnica que no distraigan, que no interrumpan las emociones
que genera la información, que se forme y sostenga un canal claro por dónde
fluyan las ideas y que el receptor las pueda absorber con nitidez. Que le
agrade, le motive, y diga “yo quiero ir ahí”.
Ese desplazamiento personal inspirado por una obra estética
y técnicamente agradable, revela que la obra ha llegado profundo. Eso para mí
es “Turismo de arte”. La literatura es un arte, y este libro con cada una de
sus palabras que nutren y aportan, es una pieza de ello.
Yo fui a San Martín y regresé gustoso, provocado por la
lectura de una pieza de arte.