EL ESPANTAJO DEL PANTEÓN
SAN ISIDRO
Capítulo IV
Por Patricio Garibay
Con gravedad don Nicanor comenzó a
narrar:
-Su historia es tan extraña como triste. Él se llamaba o mejor dicho se llama don Guillermino Elizondo, hombre enamorado del amor y de su amada. Digo esto porque desde muy joven le dio por leer toda la poesía romántica que caía en sus manos, conocía de memoria todos los versos de Garsilaso, de Francisco Becker, de Manuel Acuña, de Amado Nervo y se sabía todas las canciones de Agustín Lara. Vino de Tamaulipas a trabajar a la aun joven refinería de Azcapotzalco allá por inicios de los años 50s,
Era técnico, ingeniero o algo así,
era soltero y vivía en un cuarto rentado cerca de la planta petrolera. Por
aquellos tiempos era muy común ver a muchas mujeres qué se acercaban a la
refinería con enormes canastas llenas de comida y que en las entradas de la refinería
les vendían a los trabajadores de los diversos turnos almuerzos, comidas y
cenas. Una mañana el joven Guillermino salió a comer como era de costumbre y vio
que en el puesto donde comúnmente compraba tortas de jamón o chorizo se
encontraba ayudando a la vendedora una hermosa muchacha de 17 años, morena como
la canela, y con un cabello tan negro como el mismo petróleo, y fue
en ese momento en que la vio,
cuando todos sus sueños románticos de aquel hombre fueron encarnados en esa chica
de nombre María del Carmen, quien resultó ser hija de la tortera. Durante
varias semanas la amó en silencio, todos los días de lunes a sábado en punto de
las 3 de la tarde salía de la refinería para reunirse con su amada, así
mientras el degustaba los tacos o las tortas que la madre despachada, observaba
a hurtadillas a la muchacha qué ayudaba a cobrar el dinero de la venta y que
destapaba los refrescos. La madre tenía cara de pocos amigos lo que hacía
aumentar en él su timidez, un día se le ocurrió a Guillermino escribirle
poemas en papelitos y dárselos a María del Carmen al momento de pagar la cuenta,
la primera vez por poco queda al descubierto aquel amor epistolar pues la joven
con ingenuidad en cuanto recibió el papelillo comenzó a desdoblarlo y poco
faltó para que la señora se diera cuenta de no haber sido por una seña del
enamorado para que María mantuviese discreción.
Con el paso de los días los poemas fueron haciendo estragos en la resistencia de la joven pues por las tardes cuando concluían sus labores domésticas se encerraba en su cuarto y leía uno a uno aquellos versos que pegaba en un cuadernillo ya gordo de tanto almacenar acrósticos, rimas, nocturnos y sonetos.
Una tarde María no pudo más y les dijo a su padre y a su madre que el sábado iría a verlos aquel hombre alto y güero de la refinería para pedir su mano. El papá no supo qué decir pero la señora dijo rotundamente que no, que aquel hombre no era adecuado para ella, que porque estaba muy viejo, que porque estaba muy feo, que porque estaba muy flaco, que porque estaba muy güero y los güeros olían muy feo. El papá aceptó con mansedumbre lo que decía la mamá ya que odiaba discutir con ella pues la señora era más terca que una mula. Entonces empezó un estira y afloja entre la pareja de enamorados contra la resistencia de la madre, ambos jóvenes lloraban en sus respectivas camas pensando en todas esas cosas que piensan los enamorados cuando no pueden estar juntos. Finalmente la madre al ver que su hija enfermaba por no comer y llorar todo el tiempo aceptó que fueran novios pero con una serie de reglas sumamente estrictas. Así pasó un año y medio, al principio fueron felices y se conformaron, pero los amantes nunca se conforman y siempre quieren más y más, deseaban ahora casarse y estar juntos sin separarse jamás. La madre de nombre Esther Lina que al principio tuvo la esperanza de que el noviazgo durara solo unos cuantos meses y el güero se aburriera, vio que ocurría todo lo contrario, cada día los novios se amaban con mayor intensidad que al principio, por lo que doña Ester decidió finalmente aceptar que se casasen, aunque poniendo nuevamente una serie de condiciones. Primero que todo Guillermino debería comprar muy cerca de ahí enterramiento y construir una casa digna de su hija María y además comprarse un auto para llevarlas a pasear los fines de semana, el vestido de novia debería ser de seda y tul y la luna de miel debería ser en Acapulco, viaje al cual los acompañaría desde luego la madre de la recién casada.
Doña Matilde interrumpió a su
descriptivo marido:
- Nicanor ya no te salgas del tema y termina ya de contarle al señor que no he tiene toda la noche.
-Ya voy mujer ya voy.
-¡Pues apúrale hombre! que haces muy
largo el cuento, deberías de escribir novelas.
- ¿ En que estaba?
-Me estaba diciendo usted que aquel hombre era muy celoso.
El golpe para Guillermino fue
devastador, no podía creer que fuera cierto tan horripilante hecho, mientras
trasladaron el cuerpo a la funeraria el pobre hombre era como un zombi, no se
quería apartar de la muertita ni un minuto y no lo hizo hasta que fue sepultada en el recién
inaugurado panteón San Isidro. Mientras el cadáver descendía en la fosa el
recién viudo recitó de memoria los poemas que a ella más le gustaban, y un trío
cantó canciones del “flaco de oro”
durante varias horas hasta que los sacaron del panteón porque ya era
hora de cerrar.
Hasta ahí todo puede ser
relativamente normal, pero al día siguiente se presentó nuevamente el viudo en
el cementerio y a recitarle nuevamente poemas frente a la tumba y mientras los
albañiles construían el sepulcro Guillermino recitó completito el libro de “La
Amada Inmovile” de Amado Nervo, los días siguientes, sucedió lo mismo, al
principio lo acompañaron sus amigos, pero con el paso de los días las visitas
las hacía él solo. El sindicato le había dado permiso de faltar 15 días pero
después le exigieron que se presentará a trabajar y él lo hizo de muy mala gana,
pero saliendo del trabajo se dirigía derechito al panteón a recitarle poemas a
su amada. En muchas ocasiones se negó a abandonar el panteón a la hora del
cierre y se tuvo que recurrir a la fuerza para ponerlo en la calle. El único
tema de conversación de Guillermino era el recuerdo de su difunta, por ello fue
perdiendo amistades, él decía que los que se decían sus amigos eran una punta
de mediocres y banales sujetos incapaces de comprender su infinito dolor, y ya únicamente hablaba lo necesario en el
trabajo y con su suegra, qué al fin le había tomado cariño al ver el gran amor
de aquel hombre por su finada hija. Yo pienso que si al menos hubieran tenido
un hijo él pobre güero no hubiera
perdido la cordura. Una noche Guillermino no llegó a dormir a casa, doña Ester,
su marido y sus hijos que se habían ido
a vivir a la casa del viudo para según ellos cuidarlo se alarmaron, y fueron
al panteón a preguntar por él, ya en el cementerio le pidieron a los vigilantes
que los dejaran entrar a buscar a su
pariente político, pero les negaron el acceso, dijeron que ellos echarían un
ojo, que volvieran por noticias al día siguiente. Cuando regresaron por la
mañana, los guardias del panteón les informaron que no habían encontrado rastro alguno del güero Guillermino, entonces
fueron a buscarlo a delaciones de policía, hospitales, y anfiteatros pero sin
dar con aquel desesperado viudo. Ya no se supo nada más de él.
Di el último trago a mi taza de café,
me puse de pie y le dije.
-Probablemente, probablemente, no
superó la muerte de su esposa.
-¡Uy! Pues imagínese usted, yo soy
divorciado y viudo, y con todo respeto
ya hasta le dije a mi señora, Qué si ella estira la pata ella o yo me petateo
primero, pues que nos casemos aunque sea con otros viejitos. ¿Verdad mi vida?
-No digas tonterías, bonita me iba a
ver de novia a mis años.
Respondió frunciendo el ceño la mujer
y después alarmada me preguntó.
-Entonces usted cree que aún este
vivo ese hombre señor Garcés?
-Eso parece seño, eso parece.
Les dije sin ocultar mi asombro.
-¡Pero debe de tener más de 90
años!. ¿Cómo ha podido sobrevivir en esas condiciones? ¿Qué come? ¿De qué se
alimenta?
-Esas son muy buenas preguntas,
muchas gracias por el café y por la plática.
Dije eso mientras me acercaba a la
salida y el jubilado se adelantó para abrirme la puerta y se me quedó
viendo un instante antes de preguntarme.
-¿Levantará un acta? ¿Lo buscarán
para échalo a la calle?
-¿El güero Guillermino en la calle?
¿Para qué? ya hay muchos locos afuera, dejémoslo ahí dentro. Buenas
noches.
FIN
Está historia de "El espantajo del Panteón de San Isidro" se antoja bastante para vídeo de la Sociedad Cervantina o de la Crónica de Azcapotzalco. Ojalá se lleve a cabo un proyecto así. Felicidades. Martín Borboa
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