ES
NAVIDAD
Por Gustavo Aquino
Sentado
en el viejo ahuehuete de un viejo Azcapotzalco, en un abrupto retorno, Evaristo
veía luces brillantes, “más adelante está la antigua iglesia”, recordó.
-¡Es
navidad!- se dijo elevando el resto de su humanidad, “la gente está preparada
para el jolgorio, el reventón”.
Notó
que a pesar de lo avanzada de la noche, los niños andaban en la calle, se
dirigían alegres a la romería instalada alrededor del mercado del pueblo.
Somnoliento, recordó una vieja historia navideña:
Fue en
otro pueblo, cuando una humilde familia intentaba organizar sus modestos
alimentos en vísperas de la celebración del nacimiento de aquel gran Salvador.
No sabían que alrededor merodeaba el “Aguafiestas
Navideño”; quien ya había causado una trágica pelea entre dos vendedores del
mercado, intentó un incendio en la iglesia, quería estropear todas las posadas.
Aún
así, la gente era feliz, sobre cada adversidad, se unían y juntos resolvían
aquellos asuntos pasajeros.
Este
tipo; el aguafiestas, tenía la apariencia de un ser ricachón, un buen saco, con
algunas remendadas, un sombrero picudo. Botas de ranchero con las puntas
exageradas, una sonrisa falsa.
En
busca de su objetivo de estropear todo, buscó personas vulnerables, y sabía a
donde ir.
Los
Casimiro: Una familia apreciada en Tomatlán, no en balde eran los encargados de
hacer los castillos y cohetes en las grandes fiestas. Esta vez no era la
excepción.
Después
de trabajar unas horas se disponían a comer aquellos sagrados, humildes, y
riquísimos alimentos. Esas tortillas de comal recalentadas, frijolitos y queso
del rancho del otro lado de la loma. Mordisqueadas a un pedazo de carne seca, y
un rico café, con leche del establo del compadre Eustaquio.
-Hubiéramos
ido a la posada apá, ahorita han de estar dando los tamalitos que hace Doña
Fede-, dice Gervasio.
-Je
je. Lo que pasa es que querías ver a la Paquita, bien que te gusta, si te vi
que le regalaste ese cohetito tan especial-.
Gervasio
le aventó un pedazo de pan que ella logró esquivar, mientras el Moycito
aprovechaba para tomar lo que dejaron de sus leches. Era el menor de los tres.
Don
Camilo sólo les dijo, -preparen la pólvora que ya mañana debemos terminar
nuestro trabajo-.
El aguafiestas
veía todo.
“Pólvora”,
pensó. Malévolamente se frotó las manos
Gervasio
salió. Detrás de él su padre Casimiro y su hermanito.
El
aguafiestas arregló todo de tal manera que cuando hicieran alguna prueba de sus
artefactos, sucediera la tragedia.
Evaristo
oía aquel bullicio que no le permitía recordar la historia. Lamentó correr creyendo
que no pudo hacer nada, se afanó en salvar a aquellos niños, recordó al
Moycito, ya debe estar grande, lo levanté y lo mostré a su familia, estaba sano
y salvo.
Pero
ese Aguafiestas se puso en medio, y a pesar de sus heridas, creyeron que Él era
el malvado.
Salió
del pueblo. “Así está mejor”, porque de otra manera volverían a brotar mis
lágrimas de no poder haber hecho nada por esa familia.
“Sólo
recuerdo que corrí, era un niño, qué podía hacer”
Evaristo
miraba de lejos, dormitaba, veía la procesión, alcanzó a ver que un niño
prendía mal ese cohete, y de repente se levantó, corrió hacia ese mercado,
salvó a la gente de aquel incendio, y alcanzó a ver a los Casimiros salvados,
no lo veían, así era su trabajo, todo discreción.
Él,
que sentía que había muerto, soñó que había salvado a esa familia.
Evaristo
insomne, sintió el frío de invierno, era temprano, echó un ojo a sus trapos de
vagabundo, tomó un sorbo de ese manantial que brotaba del ahuehuete.
Llegó
a su pueblo. Pensó: alguien por aquí me necesita.
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