MÁS POR COMPROMISO
QUE POR CONCIENCIA DE IDENTIDAD CULTURAL
(BREVE HISTORIA DE
LOS MUSEOS ARQUEOLÓGICOS EN AZCAPOTZALCO)
Por: Ricardo M. Pilón Alonso
A MODO DE INTRODUCCIÓN
Azcapotzalco
tiene en los orígenes de la arqueología mexicana una relevancia para la
exploración y el saqueo. Este es un tema espinoso que en otra ocasión
atenderemos, mientras, estamos obligados hablar de los llamados “museos” de
Azcapotzalco. Pero antes de responder a esta incógnita reflexionemos sobre el
supuesto patrimonio que, se dice a voces, posee Azcapotzalco:
Tras la
caída del señorío de Azcapotzalco en 1428, su destrucción fue inminente. Sea ha
llegado a decir, entre arqueólogos, aunque no se ha demostrado, que las piedras
de los templos de esta ciudad terminaron siendo parte de los templos y palacios
de Tenochtitlan (1). Es como decir que después de esta fecha de su derrota la
ciudad fue “castrada” de sus altos templos. Desafortunadamente no hay una
descripción de la ciudad de Azcapotzalco y su relevancia se fue opacando tras
el dominio de la Triple Alianza. Para 1519 Azcapotzalco, año de la llegada de
Hernán Cortés, se tiene memoria del señor de dichas tierras, Tlaltecatzin,
quien ya llevaba gobernando diez o nueve años (2). Después de esto, estas
tierras y sus personajes sólo son motivo de gente curiosa que hojea, de aquí
para allá, los documentos de archivos; pero cuyas temáticas no son otra cosa
que partículas de un todo disperso. Ya lo había advertido el Caballero
Boturini. Y es por él que tenemos el único registro pre-arqueológico sobre un
mural tepaneca:
Tengo un lienzo que hice copiar de la pinturas
originales, que se hallan hoy día en las paredes de los Palacios Tepanecos de
Azcapotzalco, con la Rueda de los Señoríos… (3)
Tal
pintura, probablemente, se trata del llamado Códice
Techialoyan-Garcia Granados, dada la descripción citada. Previo a esto, a
finales del siglo XVII (1697), Gamelli, tenía la esperanza de encontrar
vestigios de un supuesto palacio que perteneció al fundador del lugar,
Itzputzal, pero sin éxito (4). En términos arqueológicos no sería extraño,
aunque no por interés al tema del pasado de Azcapotzalco, algunos curiosos
coleccionaran piezas que –como hemos escuchado de muchos oriundos del lugar-
obtenían al pasar en los terrenos y baldíos del aún rural pueblo durante el
siglo XVIII, XIX y segunda mitad del siglo XX. Desde luego ese coleccionismo
sería superado y debatido científicamente por la arqueología en 1909 –excavaciones
de Gamio en el Barrio de Santa Lucia Tomatlan (5)- y la importancia de la
clasificación cerámica propuesta por Franz Boas y Manuel Gamio en 1911 y 1912.
Esto último culminaría en la publicación del Álbum de Colecciones Arqueológicas en 1921. Pocos saben que
Azcapotzalco pudo haber tenido un sitio arqueológico tras las excavaciones de
Tozzer en 1913 y 14 en el Barrio de Santiago Ahuizotla, publicado en ese mismo
año de 1921 (6). ¿Pero qué impidió esa posibilidad? Los conflictos por una
institución incierta y los celos profesionales de quienes la representaron.
Pero sin duda el prejuicio de la clase intelectual del cual, argumentan, no
había comparación con las ruinas de Teotihuacán o la zona maya. El piramideotismo había nacido bajo el
argumento de evidencia relevante y estética…
Todos
los descubrimientos y registros, buenos y malos, estaban al amparo del Museo Nacional que se acumulaba en sus
bodegas en esta época. No era una época para pensar, siquiera, en los hoy
llamados muesos y sitios arqueológicos comunitarios. Tras la fundación de la
ENAH en 1938 y el INAH en 1939, sin embargo, Azcapotzalco sólo fue tema para
algunos curiosos cuyas aportaciones y estudios se limitaron a la tinta y el
papel, pero nada para el interés público de la comunidad. Que es como decir
que, Azcapotzalco, es un tema de interés académico (Arqueología e Historia) por
expertos, pero no de un interés público de identidad cultural en su difusión.
¿Cuantos relatos de la fantasía e idiosincrasia han pasado por verídicos en la
conciencia de una comunidad que desconoce, ciertamente, de ese pasado? ¿Y qué
decir de las llamadas “tradiciones” y “costumbres” que pertenecen más bien a la
Colonia y a la asimilación de otras de otros pueblos? Las sociedades cambian y
ese dinamismo adapta o extingue, precisamente, el interés y el valor de ese
pasado. Baste esto para reflexionar sobre los supuestos “museos” que
Azcapotzalco ha tenido, pero más por compromiso institucional y gubernamental,
que por interés propiamente público para su comunidad.
I El 1er Museo de Azcapotzalco
(1976).
Dejemos
en claro un asunto: una habitación con piezas arqueológicas NO es un museo,
sino una colección anticuaria de gente aficionada por el pasado. La noción de
museo va más allá del coleccionismo –pues este incluye, necesariamente, la
investigación y la publicación de los mismos en plan científico y humanista- lo
que implica tener una connotación o dependencia institucional. Aquí debemos
bajar los humos a toda pretensión, pues un museo lo es a partir de la
autorización oficial de los gobiernos y sus instituciones. Antes de 1938 y 39
no se tiene noticia de un museo en Azcapotzalco, todo lo que se extraía de este
lugar se exhibía o guardaba en el Museo Nacional. Después de estas fechas
tuvieron que pasar 37 años para lograr este propósito recurrente. Tras las
excavaciones de 1975 en San Miguel Amantla, por Gerardo Cepeda, los vecinos se
interesaron por el pasado de su localidad y, junto con los arqueólogos, se
llevó la iniciativa al INAH ese mismo año. Así que con todos los procedimientos
legales e institucionales se inaugura, en febrero de 1976, el Museo Local de San Miguel Amantla por el
entonces Regente del D.F. Octavio Centies. Dicho museo quedaría ubicado en un
recinto al costado de la parroquia, hoy Biblioteca Pública y Centro Social del
Barrio.
Según un documento oficial, el pequeño museo contaba con dos vitrinas y cuatro mamparas, donde se exhibían cerca de 16 piezas arqueológicas. Estas mismas –del cual se tiene un Catálogo con fotos y descripción (¿?)- pasaron al Museo Nacional de Antropología. ¿Por qué desapareció el museo local? Esta es una historia que debe surgir, sin exageraciones y con la verdad, por los propios vecinos –sobrevivientes- de éste pueblo. Los problemas del museo “fueron relegados a segundo plano al ser programado el Parque Cultural del Rosario, donde se pretendía que en la planta de uno de los edificios fuese habilitado como museo integral” pero según parece a razón de exceder en el costo de elaboración, no fue posible dicho proyecto. La gran incógnita, desde punto de vista arqueológico, es el hecho de que no hay registro de las excavaciones de Cepeda (1975) en el Archivo Técnico. Gracias a una defensora del patrimonio en Azcapotzalco, Guadalupe Robles Guzmán (7), se tiene documentación oficial de los eventos y el propio Cepeda ha dejado un artículo sobre tales excavaciones en 1977 (8), esto implicaba que dicho propósito del museo debía realizar un convenio con la estancia de museos y la delegación, para ya no depender de Rescate Arqueológico –ya que esta no era su función-. Pero la realidad a este caso es el hecho de que ya no existe el museo y se desconoce el paradero de dichas piezas –al menos se tiene noticia en éste documento, que fueron llevadas a las instalaciones de Registro Arqueológico-. Dada las circunstancias el proyecto de un museo estaba pendiente...
II Utopía de un proyecto
histórico y arqueológico no logrado (1987-88).
Resulta
extraño que Azcapotzalco para ese tiempo no cuente con ningún sitio arqueológico
y apenas se estaba la tentativa de un museo. La fiebre arqueológica y el
centralismo del mismo a nivel institucional le vienen tras las excavaciones de
1978 y el hallazgo del monolito de Coyolxauhqui. No es que los hallazgos de San
Miguel Amantla hayan sido poco trascendentes, pero no olvidemos que a nivel de
los medios y la curiosidad de la sociedad resultaba más llamativo el hallazgo
del centro histórico y perteneciente a la cultura fundadora del nombre
nacional: México-Tenochtitlan. Toda la atención social, política e ideológica
sirvió para impulsar la presencia cultural a nivel mundial en tiempos de crisis
económica. Para la arqueología, sin embargo, estaba el compromiso de proyectar,
a nivel nacional, la atracción cultural, histórica y arqueológica del país.
Azcapotzalco no era la excepción y fue motivo de uno de los proyectos más
ambiciosos de los años 80s.
Pocos
saben de éste proyecto y quede como testimonio lo referido en la documentación
existente en el raquítico y pobre Archivo
Histórico de Azcapotzalco. En un documento de 11 páginas bajo el título de
“Programa de Trabajo para Azcapotzalco” del 28 de abril de 1987 (9), se tenía
contemplado:
1 CONVENIO DE COPERACIÓN D.D.F. EN AZCAPOTZALCO –
INAH/D.S.A.
2 EXPLORACIONES ARQUEOLÓGICAS EN AZCAPOTZALCO.
3 MUSEO Y AUDIOVISUAL EN AZCAPOTZALCO.
4 DIVULGACIÓN ESCRITA (REPORTAJES, LIBRO DE
DIVULGACIÓN)
Dicho
documento fue firmado por los P.A. Luis Córdoba Barradas, Roman A. Chávez Torres
y Luis Alberto López Wario. Proyecto que buscaba completarse en el curso de
1987 hasta 1988. Evidentemente sólo se lograron los trabajos arqueológicos,
pero del resto quedó sólo en el papel dada las circunstancias que aún deben ser
aclaradas. La proyección del “museo” no logro su objetivo a lo estipulado, lo
cual resulta curioso, pues a fin de cumplir por compromiso –tres o cuatro años
atrás- un hallazgo, ajeno a su proyección, fue el pretexto para la creación del
2do Museo.
III El 2do Museo de Azcapotzalco
(1996).
Todavía
queda en la conciencia de los azcapotzalcas el recuerdo de éste museo y el
nombre de su fundador: Don Octavio Romero Arzate. Su hallazgo, previo al
ambicioso proyecto de 1987-88, fue el motivante para la creación de dicho museo
tras el fracaso de la Coordinación del
Salvamento de la Cuenca de México. Tuvieron que pasar doce años para que en
1996 se inaugurara el Museo Arqueológico
de Azcapotzalco “Príncipe Tlaltecatzin”. ¿Qué tan impactante fue el
hallazgo de 1984 que el INAH, mediante oficio, hiciera las investigaciones
correspondientes y diera su veredicto, así como el registro de lo auténtico
hallado en Santa María Malinalco No.181? Más allá del discurso fantástico que
rodea el evento, se determinó que la osamenta era de un periodo no prehispánico
y cuya evidencia osteológica mostraba una enfermedad ajena a dicha época: la
sífilis (10). Lo que demostró que no podían pertenecer a dicho personaje cuyo
nombre porto el museo durante 15 años. Pero respecto a los restos cerámicos y
líticos (11), la gran mayoría resultaron de origen prehispánico (post-clásico
terminal, periodo mexica), por lo que quedó bajo su custodia en dicho museo.
Mismo que quedó establecido en la Calle Libertad No. 35, Colonia del Recreo en
una construcción que le fue cedida por el entonces Regente del D.F.
El
triste desenlace culminó en una problemática con el gobierno local, los
“herederos” y un grupo entusiasta por la defensa del patrimonio de
Azcapotzalco, cerrando para siempre el recinto. Se ha dicho y rumoreado mucho
al respecto sobre las piezas arqueológicas. El museo contaba con cuatro salas
donde exhibía las piezas encontradas y registradas ante el INAH –alrededor de
70 piezas, según el arqueólogo Luis Córdoba-. Con el tiempo el responsable del
recinto fue acumulando artefactos –no todos arqueológicos- entre réplicas y
elementos que exponían su particular punto de vista sobre el pasado. El
abandono del museo y la deteriorada salud de Don Octavio, terminó por
extinguirlo…
IV El 3er Museo de Azcapotzalco
(2018).
Para un
arqueólogo, oriundo de Azcapotzalco, resulta claro una situación: la
insatisfacción del nuevo museo. La vanidad -más que una aportación valiosa a la
comunidad- de la institución y sus proyectores, resulta ser una copia barata y
pobre de lo que en realidad fue el pasado de dicho lugar. Empezando por la
ubicación, no es un recinto al cual la población tenga la factibilidad de
acceder para su recreación y conocimiento. Nada se le puede reprochar al
arqueólogo Luis Córdoba por el orden cuidadoso que le dio a la época
prehispánica; sin embargo, es notorio la escaza investigación por parte de los
arqueólogos e historiadores. Dos salas de tamaño regular, una colección
arqueológica raquítica –entre ellas se encuentran las 70 piezas del museo
“Tlaltecatzin”- y una difusión deficiente tanto por la institución como por el gobierno
local.
El Museo de Azcapotzalco se inaugura en agosto del 2018, tristemente en una época
donde el fanatismo y la fantasía dominan como imperativo categórico de la
mexicanidad. El compromiso institucional y gubernamental está hecho, dependerá
de la idiosincrasia del azcapotzalca la crítica, la aportación y la resistencia
para con éste museo. Ruego se me dispense lo siguiente, pero es importante
preguntárselo: ¿Puede el cronista decir realmente algo valioso sobre ese pasado
en piedra, cerámica y demás materiales hoy obsoletos? No descalifico su labor,
sino su rigor; después de todo no son historiadores, ni mucho menos arqueólogos.
Ninguno está obligado. Pero en esa incertidumbre ¿qué le estamos brindando a la
juventud para razonar, para pensar el hoy con el ayer? Espacial y estéticamente
el museo es agradable, pero al mismo tiempo frívolo en su contenido. El 1er
museo para muchos fue desconocido; el 2do era más cálido, pero se vicio en lo
fantástico. El 3er museo sólo está allí, como un edificio más que sólo visitan
curiosos. ¿Qué destino depara para el futuro éste recinto con sólo tres años de
existencia? Lo cierto, ante todo ese compromiso, es que la sociedad sigue sin
tener la guía para comprender el pasado y activar ese estado de la conciencia y
reconocimiento de la identidad cultural.
En
conclusión, las recientes excavaciones (2019-2021) en Azcapotzalco ha
demostrado el poco valor que significa el patrimonio y vivir al día de la
modernidad y mediocridad que sólo los amantes del poder y el reconocimiento de
las vanidades realizan en la actualidad. La tepanecaidad,
en su esencia más profunda, es inexistente…
BIBLIOGRAFÍA
(1) Nota:
El arqueólogo y arquitecto, Dr. Alejandro Villalobos, tiene la hipótesis de
esta posibilidad, si se considera que la obtención de materiales, para la
construcción del templo mayor, en tiempos de Itzcoatl, era más factible de las
ciudades conquistadas –como Azcapotzalco- que hacer todo el recorrido y
esfuerzo de las canteras como es el caso de la roca rosada de Tenayucan.
(2) TORQUEMADA,
Juan de. Monarquía Indiana (Vol. 1).
Edit. UNAM, México, 1977, pp. 347-349.
(3) BOTURINI BENADUCI, Lorenzo.
Catálogo del Museo Histórico Indiano.
Edit. Imprenta de Juan de Zúñiga, Madrid, 1746, p.9.
(4) GAMELLI CARERI, Giovanni Francesco.
Viaje a la Nueva España. Edit. UNAM,
2002, México, pp.111 y 112.
(5) GAMIO, Manuel.
La Población del Valle de Teotihuacán
(Tomo I). Edit. Dirección de Talleres Gráficos Dependiente de la Secretaria de
Educación Pública, México, 1922, pp.196-200.
(6) TOZZER, Alfred M.
Excavation of a Site at Santiago
Ahuizotla, D.F. México. Edit. Goverment
Printing Office, Washington, 1921.
(7) Nota:
La Sra. Guadalupe Robles Guzmán, tuvo el tiempo y la amabilidad de leerme unos
documentos –en el año del 2020 -que tiene en su posesión sobre tal evento de la
inauguración del Museo Local de San Miguel Amantla (1976)
(8) CEPEDA CÁRDENAS, Gerardo.
“Azcapotzalco” en Los Procesos de Cambio,
XV Mesa Redonda (Tomo I), Edit. INAH, México, 1977, pp. 403-409.
(9) Archivo Histórico de Azcapotzalco,
D 49, pp. 1-11.
(10) Boletín de Investigaciones de
Salvamento Arqueológico, INAH, 1987.
(11) Archivo
Histórico de Azcapotzalco, D 49, pp. 34-36. (Relación de Materiales Arqueológicos).
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