CELIA
EN TLILHUACA
Vendía en el
mercado de San Juan Tlilhuaca. Un pseudo dirigente de comerciantes la asediaba
cuando se acercó a preguntar por el titular del puesto.
Eustaquio no
conocía a nadie, dijo venir de parte del Movimiento Urbano Popular, y explicó
algo de unas gestiones con el gobierno que les podría ayudar a mejorar ese
mercado.
Ella aprovechó la
coartada para correr al tipo que la tenía fastidiada, Eustaquio lo reconoció,
pues le ganaron las elecciones vecinales en Amantla, era asesor de la planilla
perdedora. Este se alejó discretamente.
Sin moros en la
costa, el Eus saludó calurosamente.
-Qué onda esa
morra, de a cómo esos melones tan jugosos-
-Pues para usted,
a treinta pesos el kilo, a ver si le alcanza-
-Traigo hasta para
invitarte a la Cineteca, o al teatro, sólo di cuando.
Qué sorpresa: ¿Ese
greñudo, conocía la cineteca?
Era bonita Difícil
creer que una chavita así estuviera en aquel mercado.
-De seguro no conoces
la cineteca, está muy lejos-
-A veces voy con
mi banda, a las películas de Scorsese.
-¿Estudias cine o
qué?
-En la UAM de
Azcapotzalco-
¿Ese mal vestido estudia?
-Yo no he ido, y
me queda cerca,… de la Universidad-
Eustaquio: ¿Ella
estudia en la UNAM?
Pues sí. Empezaron
las confidencias personales les gustaba más o menos la misma música. Les
gustaba el baile, ella no sabía ni nunca había ido a un salón de baile.
Eustaquio se comprometió a invitarla y enseñarle unos pasos.
Todo sucedía, Eustaquio
levantaba uno y otro pie, cansado de estar parado, expuesto a la atónita mirada
de los marchantes que a veces pedían permiso para comprar aguacates, cebollas,
ejotes y demás.
-Nompuje
-Pos nompujo,
mempujan-
-Ya deje pasar, o
pásame esos chiles-
-Pos si no me las agarra,
me caigo-
- Si no me pasa
esas calabacitas, tendré que sacar aquel chorizo
- A lo sumo,
prefiero esos tomates rojos.
Eustaquio la veía
de reojo, con cierta nostalgia, ella bostezaba, no sabía cómo correrlo, resultó
peor que el anterior.
Y llegó la otra
tabla salvadora, al ver aquel mastodonte, hubiera preferido que se la llevara
de allí, aunque pasaran toda la vida escuchando a los Beatles o a los Rolling
Stones, o que le hablara de aquel Quijote perdido en sus alucinaciones.
El papá: -el
mercado cierra temprano, hay que abrir la tienda de comida de Azcapotzalco-.
Eustaquio vio el
terror en sus ojos, y a aquel tipo, rudìsimo.
-¿Ya lo atendieron
jovencito, encontró lo que buscaba?
- Gulp, sí señor,
vine por un cuarto de limones-
-Aquí los tiene,
son cincuenta pesos-
-Pero están muy
caaaroos-
- Incluye la hora
que estuvo aquí espantando a la clientela-
Eustaquio buscó
entre sus pantalones, contó sus monedas, sacó su único billete.
Pagó. Se alejó.
Caminó tan rápido
que ni siquiera escuchó a los vecinos que le preguntaban a qué oficina deberían
ir para hacer sus trámites. Llegó a la avenida Aquiles Serdán, encontró
milagrosamente dos humildes pesitos, ojalá que pase pronto ese pínche trolebús.
Antes de irse con
su padre, Celia alcanzó a levantar una mano, en plan de despedida.
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