UN EXTRAÑO EN LA FIESTA
Ha terminado
agosto, con estas lluvias y este friecito se antoja desde ya ese pozole y sus
respectivas tostadas, algunos tacos de cecina o chorizo, ¡o esas enchiladas! Ya
se ven por las calles los puestos que venden banderas, rebozos, sombreros de
charro, trompetas, confeti, espuma, para la celebración de las fiestas patrias.
Sin
embargo, a nuestro personaje esto no parece importarle, observa con
indiferencia lo que sucede a su alrededor, excepto tal vez, notable por su
mirada y su exagerada atención, aquél puesto de tacos de birria, que desprende
un rico olor.
Apareció
hace algunos días en uno de los macetones afuera de la Casa de Cultura de
Azcapotzalco, tendido, totalmente dormido, cubierto por una cobija desgastada,
la gente pasa a su lado, lo esquivan, platican indiferentes, como si ese bulto
humano fuera un ser de otro mundo.
Después
de unas horas, lo vemos sentado sobre la banqueta, en la esquina de esta mítica
Casa, a Él no parece importarle la cauda de energías que circulan por este
espacio. Carlos Castaneda le diría que es un sitio de poder, donde sus
ancestros gobernaban y tal vez Él en esos tiempos estaría en otras condiciones,
cazando, pescando, llevando a las antiguas pirámides sus tributos a las
deidades, y regresar lleno de ese poder que lo llamaban a mantener viva sus
tradiciones, y esa forma de convivir con la naturaleza. Tal sería un Tlatoani
Mexica.
Nuestro
vagabundo de repente se pone de pie, intenta dar unos pasos, su tez blanca, su
mirada perdida, el cabello alborotado, su ropa hecha jirones, casi negra de
suciedad, intenta mantener sobre su cuerpo esa cobija, duda si caminar hacia aquel
puesto de tacos, sus sentidos ávidos de ese penetrante olor a comida.
Al
fin se arriesga a atravesar la avenida, camina en dirección contraria a la
posible degustación de aquel manjar, se dirige al Jardín Hidalgo, no le
preocupa el tráfico, camina sin importarle el paso de los automóviles, y se
toma su tiempo para llegar a la banqueta, no se salva de unos claxonazos y mentadas
de madre.
En
alguna ocasión se le vio pedir limosna por el quiosco, nadie le dio ni un peso,
mantuvo su indiferencia ante aquellos extraños que huían de él.
Se
aleja lentamente, arrastrando sus pies, una mano en la cobija sobre sus
hombros, otra en su pantalón que no cubren del todo su trasero.
No
se sabe adónde va, se sabe que regresará, cómo y cuándo difícil saberlo, en
plena fiestas patrias la multitud, las vallas, el desfile, impedirá el paso a
su guarida en Casa de Cultura, nadie lo va a extrañar, sin embargo, de manera
gradual se convierte en parte del paisaje de este lugar.
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