UNA HORMIGA EN EL CAMINO
Obligados
al silencio, en un mar de estatuas de sal, fuimos el molino de viento que el
Quijote retó, sorprendido y dispuesto a combatir mientras el Sancho se rascaba
la Panza tratando de evitar otra locura más con el galante caballero. No
peleamos ante aquel tipo, nos rendimos ante su aspecto destartalado.
No
fue el único loco que encontramos en el camino, hubo aquellos que soñaban con
antros en medio de un concierto de música clásica, ciudades de chocolate, ríos
de olvido e inmortalidad, caminantes sobre arenas movedizas.
Sospeché que
estaban contra nosotros.
Huimos.
Soñamos con
planetas y laberintos, con estrellas y flores de papel brotando de los ojos de
las arpías, vagamos, hasta que la humanidad nos traicionó al conocer a un náufrago
con quien te fuiste.
Regresé a mi condición de
payaso, de este drama torrencial salto a la sorpresa de la soledad. Algunas
veces creí que cantabas, como en aquel bar, besando mi corbata de borracho sin
día.
A veces te
extraño. A veces finjo el olvido.
Las tempestades me
recuerdan la luna llena desparramada sobre tu rostro cuando la naturaleza nos
invadía mientras contábamos nuestras desgracias.
El Quijote vendió
su caballo, anda sin Sancho, su lanza está guardada en una biblioteca. Un día
desperté, llené una solicitud para que me admita como su aprendiz.
Espero la
respuesta sobre un puente que me separa de la ciudad y de la posibilidad de
volver a encontrarte. Mi buzón está vacío desde entonces.
Allí, lejos, veo
luces. Parece navidad, los cantos son tristes, una bomba de papeles arrasa
nuestro puente. En las calles los niños le cantan a un Dios que no es el mío,
deposito en su esperanza lo que queda en mis bolsillos, harapos de sol y mar.
Muerto de sed, de
hambre, de rumores lejanos, de recuerdos, no me atrevo a beber de este río que
promete el olvido.
Un policía me
sorprende escribiéndote algo que nunca leerás, me deja un abrigo, y un consejo
que nunca seguiré.
La casa está
vacía. El extraño que soy no sabe si buscarte o permitir que el azar siga
jugando conmigo.
Dejamos el pueblo
y me cambiaste por un marido, yo compré un barco pero nunca encontré el mar. Hui
a la ciudad. Topé con Sodoma y Gomorra, Babilonia, y Roma. No importa, fueron
ciudades que nos aniquilaron con sus esquinas. Siempre un ladrón, un
comerciante o un nuevo Dios. Cantando, bailando. Pintabas y hacías poemas.
Provocando guerras, huelgas, conquistas.
Un día espero en
un puente. En otro estoy ante un café que se enfría. Uno más y la cerveza ya
está tibia.
Me olvidarás, sé
que me olvidarás. Te olvidaré, sé que te olvidaré, aunque pasarán siglos para dejar
de extrañarte.
Pasa la primavera
detrás de un autobús, el invierno es el cable de un viejo tranvía, Para
entretenerme, busco trabajo y finalmente me burlo de los ejecutivos de ventas,
de los empleados de correos. Del policía que me trata de convencer que su
trabajo es el mejor. En un bar un cantante me mira lascivamente. El tipo está
crudo, y el cretino me hace preguntas estúpidas acerca de la felicidad, de mi felicidad.
Respondo con evasivas y creo
que pasé la prueba del empleo. Le ayudé a arreglar una canción para el
concierto de la noche. Soporté sus eructos, su mal aliento y su desencanto por
la vida, fue cuando decidí escribirte una carta.
Han sido siglos,
tu rostro amanece en mi alma desde siempre.
Desesperado vagué
entre revoluciones, selvas, marchas contra todo. Me he soñado guerrillero,
amante de reinas y prostitutas de lujo, trailero y director de orquesta, y
tantas veces perdí el sueño ante una copa de vino. Luché contra demonios y
mareas de papel. Tantas veces me han abandonado los perseguidores.
Aún trato de tocar
el piano de una vieja fonda, y tal vez, te mande una canción en el próximo
correo que vaya a tu galaxia.
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