viernes, 6 de diciembre de 2019


LOS ANGELITOS
Panteón de San Isidro

Por: María Elena Solórzano

Así les llamamos a los niños difuntos. La sección dedicada a los infantes en el Panteón de San Isidro está frente a la de los adultos. En los festejos de muertos no faltan las mamás que van a visitar las tumbas de sus hijitos.

Llegamos al lugar donde está sepultado mi Raulito –me confía la señora Rosa del
Carmen–. Se me murió cuando tenía cuatro años. De eso ya hace tiempo y todavía no se me pasa la tristeza, nunca se me pasará. El recuerdo todavía me araña el alma. Con el tiempo me he acostumbrado a vivir así. Antes venía todos los días, después de dejar a mis otros hijos en la escuela; pero no era bueno y cuando me enfermé, el doctor me prohibió venir a diario. Fui distanciando las visitas. El día primero de noviembre todos venimos sin falta, limpiamos la tumba y la adornamos con flores blancas y rojas, le ponemos globos de varios colores y le dejamos algún juguetito para que se divierta. Su papá le compra un pastel y toda la familia nos comemos un pedazo, aquí en el panteón.
Es un sentimiento agridulce y la boca me sabe a lima. Por una parte estamos contentos, como si festejáramos con él y por otra el llanto se me anida en la garganta.
En este panteón se aparece un niño, yo digo que se aparece porque lo he visto
varias veces, siempre de la misma edad no crece ni cambia de ropa. En una ocasión lo miré… en aquella tumba, donde está el rosal de flores rojas…volteo y veo a un niño como de seis años con una pelota de colores entre sus manos y la mirada ausente… me distraje y cuando volteé ya no estaba, lo busqué con la vista y se esfumó. Así pasó varias veces, ahora no lo he visto, al rato se aparece por ahí con la mirada ausente y el mismo pantalón (Rosa del Carmen+, Barrio Nextenco, Azcapotzalco, D. F., 08/O3/02).


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