LOS ANGELITOS
Panteón de San Isidro
Por: María Elena Solórzano
Así les llamamos a los niños
difuntos. La sección dedicada a los infantes en el Panteón de San Isidro está frente a la
de los adultos. En los festejos de muertos no faltan las mamás que van a visitar las
tumbas de sus hijitos.
Llegamos al lugar donde está
sepultado mi Raulito –me confía la señora Rosa del
Carmen–. Se me murió cuando
tenía cuatro años. De eso ya hace tiempo y todavía no se me pasa la tristeza, nunca se me
pasará. El recuerdo todavía me araña el alma. Con el tiempo me he acostumbrado a
vivir así. Antes venía todos los días, después de dejar a mis otros hijos en la escuela;
pero no era bueno y cuando me enfermé, el doctor me prohibió venir a diario. Fui
distanciando las visitas. El día primero de noviembre todos venimos sin falta, limpiamos la
tumba y la adornamos con flores blancas y rojas, le ponemos globos de varios colores
y le dejamos algún juguetito para que se divierta. Su papá le compra un pastel y toda
la familia nos comemos un pedazo, aquí en el panteón.
Es un sentimiento agridulce y la
boca me sabe a lima. Por una parte estamos contentos, como si festejáramos con él y
por otra el llanto se me anida en la garganta.
En este panteón se aparece un
niño, yo digo que se aparece porque lo he visto
varias veces, siempre de la
misma edad no crece ni cambia de ropa. En una ocasión lo miré… en aquella tumba, donde
está el rosal de flores rojas…volteo y veo a un niño como de seis años con una pelota
de colores entre sus manos y la mirada ausente… me distraje y cuando volteé ya no estaba,
lo busqué con la vista y se esfumó. Así pasó varias veces, ahora no lo he
visto, al rato se aparece por ahí con la mirada ausente y el mismo pantalón (Rosa del
Carmen+, Barrio Nextenco, Azcapotzalco, D. F., 08/O3/02).
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