AGOSTO
HINDU EN AZCAPOTZALCO
Por: Martin Borboa
“¿Ya fuiste al Festival de la India en la
Casa de la cultura?” Me preguntó un cuate por teléfono. “No de la India María ¿eh?,
del país” me aclaró.
Yo ni sabía que iba a darse un evento así
en Azcapotzalco. Al día siguiente ya estaba yo cruzando el bello portal de la
Casa de cultura. Se anunciaba el “Festival cultural India Azcapotzalco”. Me
registré y me metí a la sala “Acolhuac”. En esa sala se expuso “La India, una
mirada”, de Pablo Dávila, con fotos de monumentos y gente. Las imágenes estaban
dominadas por un color a veces amarillento, y otras veces blanco y negro. Estas
de dos colores me gustaron mucho. Pero las del velo pálido, forzaban a
interpretar un aspecto desértico.
Pensé que eso nada tenía que ver con la
India selvática que uno puede imaginarse al leer “El libro de la selva”, del
inglés ganador del premio Nobel. Me llamaron la atención las fotos de la
exposición, rostros de la niñez y la tercera edad, detalles escultóricos
interesantes. Una foto de elefantes acercando sus trompas me agradó mucho.
Me fui a la sala de enfrente, la “Antonio
Valeriano”. Ahí el color explotaba en las imágenes, se trataba de un registro
gráfico de la danza hindú. Muy interesante. El rostro de un personaje serio,
rojo, casi enojado, se me quedó muy grabada en la mente. Fotografías
impresionantes, ojalá las vendieran en postales. En póster aun mejor. El
colorido de esta sala me compensó todo lo que me faltó en la anterior. Salí de
buen humor.
En donde empiezan las escaleras de la Casa
de cultura, las que se dirigen al mural, estaba una mesa de una empresa que
distribuye cine hindú. Y luego vi en el programa que ellos se han ocupado de
proyectar matinées infantiles en el salón “Cervantino”. Una chica muy seria estaba
regalando bolsas como para ir al super y también sus folletos sobre películas.
Arriba entré al salón “Tezozómoc”. Ahí pude
ver una gran colección de muñecos que muestran bailes o trajes típicos de la
India. Muy bien hechos. Muy finos detalles en la ropa y los rostros. Algunas
prendas en verdad se parecen a varias de las que se pueden ver en la provincia
mexicana.
También arriba, sé que en el salón
“Cervantino” estuvieron dando conciertos con instrumentos de aquel lejano país,
pero ese día no se escuchaba nada ni había gente arriba. Solo abajo. Antes de
bajar me asomé por la ventana que da al jardín con fuente. ¡Qué bonito se veía
todo el decorado que pusieron sobre los arbustos!. Largas telas con los colores
de la bandera de la India. Muy bonito. Y eso que ha estado lloviendo. Pero se
ve que han tenido paciencia y las ponen cuando las plantas están secas. Con
respeto.
El festival sería del 2 al 11 de agosto.
Eso me daría oportunidad de regresar si algo me gustaba mucho y no me alcanzaba
el dinero ese día. Bajé y entre al salón “Morelos”, había mucha gente viendo la
ropa hindú que ahí se vendía. Muy colorida, vistosa. Me hubiera gustado ver
también a algún guardia porque la gente se distrae tanto mirando la mercancía
que fácilmente podría un ladrón bolsear a los visitantes, hurgar en bolsas de
dama, o incluso mirar de dónde sacan el dinero los compradores para luego
acertar con un par de dedos hábiles.
Más al fondo de la Casa de cultura, en la
sala Abierta, se instaló un restaurante de comida hindú. Muy aromática, siendo
el curry el principal perfume que distinguí. Me acerqué a mirar los guisos.
Cautivadores. Los aromas eran más fuertes y la verdad solo porque iba limitado
de dinero y con el alma tacaña no comí ahí. Pero si quedé lleno de antojo.
Las mesas adornaban muy bien el lugar, me
pareció que con más frecuencia debería de haber ahí un restaurante invitado. No
me atreví a fotografiarlo con gente pues supongo que eso puede incomodar.
Vendría otro día para hacer tomas sin gente. Me senté en una silla alta y quise
seguir “comiendo” por la nariz nada más. Sufriendo antojos insaciados por mi
tacañería.
En eso, una señora de poco menos de 70 años
se acercó a mi silla, ocupó la de al lado, se sentó y me saludó. Traía una ropa
holgada, muy bonita, definitivamente era alguien del personal que expone: el
aspecto de su ropa floreada, la ligera tonalidad café en la piel bajo sus ojos
que para nada serían ojeras, sino un bello toque genético que me pareció
extremadamente femenino. Miré los anillos en sus manos. Deduje que estaba al
lado de una señora hindú participante del evento, quizá expositora. Le hice la
plática. No sé porque se me ocurrió iniciar con decirle que Cristóbal Colón nos
había hecho tocayos. Ahora que lo pienso creo que eso es banal y torpe, pero
así comencé. Colón deseaba o planeaba llegar a la India, y aunque no lo logró,
el nombre se contagió y como dicen, desde Alaska hasta Tierra de Fuego, serían
en plural “las Indias”. Y de paso los habitantes, indios, y por eso, ella y yo
éramos tocayos a los ojos de Colón. Pésima elección para iniciar una
conversación, pero suficiente para romper el hielo. Lamentablemente la señora
no tenía mucho tiempo libre, debía regresar pronto a su mesa de exposición.
Se me ocurrió decirle que aquí en
Azcapotzalco tenemos una estatua de Tagore. (Estatua inaugurada el 15 de agosto del año 2000) Estaba seguro de que al escuchar
ese apellido del premio Nobel de literatura de su país le sonaría bastante
familiar. Y así fue. Me dijo que si estaba cerca le gustaría ir a ver esa
estatua, pues ella también nació en Calcuta, como él. Me ofrecí a llevarla y
regresarla. Aceptó, fue a avisar y salimos.
Tomamos un taxi. Le pedí nos llevara al
“Chon y Chano” de Camarones, y que nos esperara mientras bajábamos a mirar la
estatua. Ella me explicó algunas cosas. Me dijo que Rabindranath Tagore estuvo
en Inglaterra, que su propio padre fue su verdadero guía, que uno de sus libros
clásicos “El cartero del rey” fue el primero que ella leyó de ese autor, y que
al año siguiente de su publicación es cuando le dieron el Premio Nobel. Me dijo
que Tagore vistió Japón y que renunció al título de “Sir” que le otorgó
Inglaterra. Que también visitó Estados Unidos y algunos países de Europa y
Sudamérica. Que cuando Gandhi estuvo encarcelado, Tagore lo visitó. Y luego,
cuando Tagore estuvo enfermo, Gandhi lo visitó. Que la Universidad de Oxford le
dio el título de Doctor. Y para terminar con su explicación, me dijo que Tagore
murió en agosto de 1941, el día 7. Ella lo sabía muy bien porque su cumpleaños
es un día antes, el 6.
Me dio luego una breve cátedra sobre agosto
en la India. Fue un 1 de agosto de 1920 cuando Gandhi inició un acto de
desobediencia civil, postura que practicaría en varias ocasiones y que luego
inspiraría al estadounidense Martin Luther King a hacer lo mismo. Luego durante
la Segunda guerra mundial, Gandhi y otros miembros del Congreso Nacional
exigieron la salida de los británicos de la India, y por ello fueron
encarcelados el 9 de agosto de 1942.
Finalmente, la señora me explicó que el 14
de agosto de 1947 fue cuando la India se independizó del Reino Unido. Éste le
concedió el estatus de Estado Independiente asociado en mancomunidad al día
siguiente. Y el día 16 se definió la línea Radcliffe que divide a India de
Pakistán.
Nunca pensé que en el camellón de Camarones
frente a esa estatua café iba yo a recibir una lección de historia tan
interesante. Agosto será para mi desde ahora un mes de toque hindú.
Me propuse ir a la Librería Gandhi ubicada
en la plaza comercial Rosario Town center, a comprar lo que pudiera sobre
Tagore. Debía hacerlo en este mes de agosto. Mes de la muerte de dicho autor,
del cumpleaños de mi acompañante, y de la libertad de ese país.
Regresamos y quise mostrarle una placa
colocada en la barda del atrio de la Parroquia de Azcapotzalco, que dice que
ahí fue la última acción de armas por nuestra Independencia el 19 de agosto, y
que de hecho, nuestra independencia de España se firmó también en agosto, el
24, en los Tratados de Córdoba, entre Agustín de Iturbide y el recién llegado
Capitán General Juan de O´Donojú (el titulo de virrey dejó de usarse y cambió a
Capitán General). México luego firmaría un acta de independencia el 28 de
septiembre de 1821, en donde volverían a participar ellos dos, pero la primera
fue en agosto.
De ese modo, la independencia de ambas
naciones se firmó en agosto. México 1821, India 1947.
Nos despedimos la señora y yo. Quedé en que
de ser posible volvería a verla en este festival, pues duraría aun varios días.
La señora regresó a la Casa de cultura. Yo me quedé platicando con el taxista,
quien me contó que cuando lleva a su mujer al mercado de la Nueva Santa María y
la espera en el auto (magnifico flojo pensé) recostado en su asiento, ha visto arriba
de una tienda un restaurante hindú. Como yo vivo en esa colonia, aproveché y le
pedí que me llevara a ese lugar.
Efectivamente existe. Debe ser el único
restaurante hindú de todo Azcapotzalco. Se llama “Varanasi”. Está en la calle
de Membrillo Número 170, altos. Su carta es muy amplia. Tiene platillos
vegetarianos, con res, cordero, pollo, salmón, camarón. La palabra “curry”
estaba por todos lados. La parte de las bebidas es larga también. Yo pedí un
lassi de mango. El que me atendió dijo que ahí preparan su propio yogurt para
esa bebida. Yo conocía las versiones frutales de esa bebida, pero ahí lo
preparan también con pétalos de rosa. Me di cuenta que ahí el lassi frutal
cuesta 35 pesos, mientras que en el Festival costaba 100 pesos.
Por cierto, tengo la tarjeta del
restaurante que llevaron al festival. Su local fijo lo tiene en el centro
histórico. ¿No sería destacable que abrieran la oportunidad a los empresarios
locales para un evento así? Digo, si se trata de la India y en la alcaldía si
hay quien prepare esa comida, el esfuerzo sería menor (y el precio posiblemente
también), y la gente podría ir después a repetir o conocer sin ir hasta la
alcaldía de al lado (la Cuauhtémoc).
En el camino de la Casa de la cultura hacia
mi colonia, el taxista me contó sobre la llantera Tornel, y sobre el empresario
mexicano que estableció esa fábrica de llantas. El las ha usado en su taxi. Yo
recuerdo anuncios de esa marca – Tornel- en muros hace muchos años. Me explicó
que esa empresa, orgullosamente mexicana, ahora es de capital principalmente
hindú. Y además, el nuevo dueño hindú, recibió en 2018 la distinción del Águila
Azteca, premio que el gobierno mexicano concede a extranjeros destacados a
favor de nuestro país. En este caso, por la inyección de capital y el beneficio
que impacta en la economía nacional, además de por la creación de empleos. Este
dato lo verifiqué después en internet. Efectivamente al señor Raghupati
Singhania, presidente de JK Tornel México, se la otorgaron el día 3,
curiosamente de agosto de 2018.
También me contó el taxista que le tocó ver
alguna vez una estatua del señor Tornel, empresario mexicano del ramo llantero,
adentro de la Casa de la cultura, y que ahora dicha figura está en el Parque
del Zacatito (otros le llaman plazuela del Zacate). Está ubicado en una de las
cuatro esquinas del Jardín Hidalgo, en el centro de Azcapotzalco.
Busque en internet y efectivamente, se
puede ver que dicha estatua llegó a estar adentro de la Casa de cultura. Otro
día la fui a ver en su nueva ubicación. Ha de ser reciente porque está muy bien
cuidada, y con el mismo estilo de basamento y placa que las figuras que se
colocaron en el gobierno anterior. La placa dice: “Armando Tornel Murillo.
Pionero y decano de la industria llantera en México a nivel mundial.
Establecido en Azcapotzalco desde 1951. Único mexicano miembro del Salón de la
Fama de la industria llantera mundial”.
Ese día volví a pasar a saludar a la
señora. Le platiqué las novedades que le tenía: el restaurante hindú en mi
colonia, la fábrica de llantas del empresario mexicano que luego pasó a ser de
capital hindú, y el reconocimiento que le dio México a ese empresario hindú,
justo un 3 de agosto.
A ver si en un año vuelven a montar dicho
festival. Y ojalá además de lo mostrado este año, con cine, muestra
gastronómica y artesanal, danza y venta, exhiban ciencia, sus avances
tecnológicos. ¡India es el cuarto país cuyos científicos lograron aterrizar un
artefacto en la luna!
México por su parte, podría traer alguna
mesa de libros que ofrezca por ejemplo la biografía de Gandhi, los poemas y
cuentos de Tagore, y por supuesto, las obras de Don Octavio Paz, ilustre premio
Nobel de Literatura mexicano que en su momento fue embajador de México en la
India, y resaltar que nuestro país fue el primero en Latinoamérica en reconocer
la independencia de la India, y que fue un expresidente, Emilio Portes Gil, el
primer embajador mexicano en aquel país.
El festival ha terminado, y yo comienzo a
disfrutar la lectura de las obras de Tagore. Lo conseguí en la Gandhi del
Rosario, editorial Porrúa, colección “Sepan cuantos…”. Con algunas de sus obras
sonrío. Con otras suspiro. Con otra hasta lloré.
Una muy linda es el cuento “La escuela de
las flores”, que forma parte de su publicación “Luna nueva”. Es breve y aquí lo
comparto:
“Cuando el cielo tempestuoso ruge
sordamente y caen los chubascos de junio, el húmedo viento del este camina a
través de los brezales para tocar la cornamusa entre los bambúes. Entonces,
innumerables flores se abren de súbito; nadie sabe de dónde han salido, y se
las ve bailar locamente sobre la hierba. Madre, estoy seguro de que las flores
tienen una escuela bajo tierra. Cuando hacen sus deberes las puertas se
cierran, y si antes de que sea la hora quieren salir para jugar, el maestro las
manda castigadas al rincón.
Tienen vacaciones cuando llega la época de
las lluvias. Las ramas entrechocan en el bosque y las hojas se estremecen con
el viento furioso, las gigantescas nubes dan unas palmadas y las niñas-flores
salen corriendo, con sus vestidos rosados, amarillos y blancos.
¿Sabes madre? Las flores viven en el cielo,
como las estrellas. ¿No te has fijado qué deseos tienen de llegar allá arriba?
¿Y sabes el por qué de tanta impaciencia?
Yo sí, yo adivino hacia quién tienden sus
brazos: las flores tiene, como yo, una madre”.