CRÓNICA. VIEJO DE
AGUA, MEMORIA DE
TIERRA, EVOCACIÓN A LA HISTORIA
Por Cristina Espitia
Hernández
Viejo de agua, hijo
pródigo de Popotla, la tempestuosa lluvia de una noche decisiva, un 30 de junio
de 1520, te convirtió en el símbolo urbano de la victoria, tus raíces, arterias
prehispánicas de un imperio vencido, acobijaron la tristeza de tierras lejanas,
rociadas con el llanto de la desgracia española consecuencia del “último
suspiro de la resistencia indígena” encabezada por el insigne Cuitláhuac.
A partir de ese
momento edificas altivamente el emblema de la mexicanidad, construyendo una
identidad nacional, no obstante, tienes personalidad propia, eres un habitante
más de la Ciudad de México, tejiste tu propia aventura posterior a la noche
triste/victoriosa.
Seguí tus huellas por
el paso del tiempo, recorrí el sendero que a la historia heredaste, exploré la
evocación de tus memorias, las encontré en documentos antiguos; plasmadas en
añejos periódicos y en fotografías, reflejo de épocas pasadas.
Semanas, días, horas y
minutos pasé rescatando tu figura del olvido; empotrado en mi memoria busque tu
dignificación; cimiento de mi primera investigación profesional, diste vida a
mi oficio de historiador.
Sabía de tu papel en
el discurso nacional, conocía tus formas, tu origen y caudal de hechos, sin
embargo, no había tenido contacto físico contigo, no me conocías, ignorabas mi
existencia. Mi conocimiento se reducía a los resultados de la documentación en
archivos, hemerotecas, bibliotecas, fototecas, así que decidí admirarte con mis
propios ojos.
El encuentro
Arribé a la estación
UAM-I, la más cercana a mi hogar, aquella que llega hasta Garibaldi; mi
destino: Popotla, que se encuentra en la segunda línea de la red del Metro.
Abordé el vagón la
poca afluencia de gente me permitió encontrar un asiento disponible, debía
bajarme hasta Bellas Artes, la penúltima estación, fue un camino largo,
permitiéndome leer; tanto tiempo esperé este encuentro, a ratos, me traicionó
la concentración y las inquietudes inundaron mi pensar: ¿cómo será?, ¿está
cerca del metro?, ¿qué más hay en la Plaza de la Noche Triste?, ¿habrá
indigentes?, ¿estará situado en un lugar peligroso?, por supuesto, todo eso lo
sabía, pero no personalmente.
Llegué a Bellas Artes,
transbordé a la correspondencia azul, dirección: Cuatro Caminos; los vagones
tenían mayor aflujo de gente, negando asientos vacíos, el recorrido faltante,
viajé de pie: Hidalgo, Revolución, San Cosme, Normal, Colegio Militar y
finalmente Popotla, cuya imagen es representada por el emblemático árbol.
¡Al fin he llegado!
Al salir del metro, me
recibió la histórica Calzada México-Tacuba: antiguamente camino de agua, tierra
y verdor, ahora pavimento, automóviles, contaminación y vendedores ambulantes.
A cada paso, sucumbía
ante las imágenes de tenochcas y tlaltelolcas persiguiendo ferozmente la herida
y cabizbaja hueste de Cortés o el famosísimo salto que según cuentan, dio
Alvarado para escapar de la furia indígena, dando paso a la leyenda que nombró
a la calle “Puente de Alvarado”.
Calzada con memoria
propia, testigo del brutal ataque paramilitar conocido como el halconazo allá
en 1971, durante el sexenio de Echeverría, tiñendo una vez más de sangre la
México-Tacuba.
En mi caminar por “el
lugar donde abundan los carrizos a popotes”, es decir, el Barrio de Popotla, me
encontré con el “parque cañitas”, dando paso a la “Plaza de la Noche Triste”.
El sol acompaño a mi andar; ante mí, el cadáver del ahuehuete, sabino
descuidado, producto del hombre y del fuego, para mí, valeroso guerrero que ha
luchado contra las inclemencias del tiempo.
De frente al simbólico
vestigio, admiré su longevo tronco: maltratado, melancólico, quemado.
La tierra que lo rodea
ha quedado estéril. Me alegró bastante la inexistencia de basura y la carencia de
indigentes. Una reja, su única protección, acompañada por una placa informativa
sobre los eventos acaecidos en 1520.
Lamente y lamento
profundamente que haya perdido su fronda, amplia y hermosa. Irónico fue pensar
que localizado entre calles con nombres de cuerpos de agua: Mar Rojo, Mar
Blanco, Mar Muerto, haya fallecido por la falta del líquido vital. La
urbanización de Tacuba devoró su halo de vida.
Me acerqué a la reja,
le saludé, ¡qué contenta estaba! En eso, fue captada la fotografía que ahora
presentó, cuando encaré a finales del 2018, al protagonista de mi
investigación: al “Árbol de la Noche Triste”.
Ese día
prometí hacerle justicia. Quizá no pueda salvarlo del olvido de la historia
oficial, pero se encuentra adherido a mis recuerdos personales, se ha clavado
en mi sentir; regalé una parte de mi esencia al viejo de agua en Popotla,
seguramente su memoria de tierra, recordará mis huellas sobre sus raíces,
mismas que también recuerdan las de Cortés.
Agradezco
profundamente al gran cronista de Azcapotzalco, José Carbajal por su apasionada
dedicación al describir, indagar y dar voz a cada rincón de la Ciudad y de su
querida Alcaldía.
Me siento muy
gratificada con la oportunidad que me ha otorgado mi estimado amigo José, para
participar con este texto dentro de la Hormiga en Línea.