jueves, 23 de junio de 2022

CRÓNICA. VIEJO DE AGUA, MEMORIA DE 

TIERRA, EVOCACIÓN A LA HISTORIA

Por Cristina Espitia Hernández  


Viejo de agua, hijo pródigo de Popotla, la tempestuosa lluvia de una noche decisiva, un 30 de junio de 1520, te convirtió en el símbolo urbano de la victoria, tus raíces, arterias prehispánicas de un imperio vencido, acobijaron la tristeza de tierras lejanas, rociadas con el llanto de la desgracia española consecuencia del “último suspiro de la resistencia indígena” encabezada por el insigne Cuitláhuac.

A partir de ese momento edificas altivamente el emblema de la mexicanidad, construyendo una identidad nacional, no obstante, tienes personalidad propia, eres un habitante más de la Ciudad de México, tejiste tu propia aventura posterior a la noche triste/victoriosa.

Seguí tus huellas por el paso del tiempo, recorrí el sendero que a la historia heredaste, exploré la evocación de tus memorias, las encontré en documentos antiguos; plasmadas en añejos periódicos y en fotografías, reflejo de épocas pasadas.

Semanas, días, horas y minutos pasé rescatando tu figura del olvido; empotrado en mi memoria busque tu dignificación; cimiento de mi primera investigación profesional, diste vida a mi oficio de historiador.

Sabía de tu papel en el discurso nacional, conocía tus formas, tu origen y caudal de hechos, sin embargo, no había tenido contacto físico contigo, no me conocías, ignorabas mi existencia. Mi conocimiento se reducía a los resultados de la documentación en archivos, hemerotecas, bibliotecas, fototecas, así que decidí admirarte con mis propios ojos.

El encuentro

Arribé a la estación UAM-I, la más cercana a mi hogar, aquella que llega hasta Garibaldi; mi destino: Popotla, que se encuentra en la segunda línea de la red del Metro.

Abordé el vagón la poca afluencia de gente me permitió encontrar un asiento disponible, debía bajarme hasta Bellas Artes, la penúltima estación, fue un camino largo, permitiéndome leer; tanto tiempo esperé este encuentro, a ratos, me traicionó la concentración y las inquietudes inundaron mi pensar: ¿cómo será?, ¿está cerca del metro?, ¿qué más hay en la Plaza de la Noche Triste?, ¿habrá indigentes?, ¿estará situado en un lugar peligroso?, por supuesto, todo eso lo sabía, pero no personalmente.

Llegué a Bellas Artes, transbordé a la correspondencia azul, dirección: Cuatro Caminos; los vagones tenían mayor aflujo de gente, negando asientos vacíos, el recorrido faltante, viajé de pie: Hidalgo, Revolución, San Cosme, Normal, Colegio Militar y finalmente Popotla, cuya imagen es representada por el emblemático árbol.

¡Al fin he llegado!

Al salir del metro, me recibió la histórica Calzada México-Tacuba: antiguamente camino de agua, tierra y verdor, ahora pavimento, automóviles, contaminación y vendedores ambulantes.

A cada paso, sucumbía ante las imágenes de tenochcas y tlaltelolcas persiguiendo ferozmente la herida y cabizbaja hueste de Cortés o el famosísimo salto que según cuentan, dio Alvarado para escapar de la furia indígena, dando paso a la leyenda que nombró a la calle “Puente de Alvarado”.

Calzada con memoria propia, testigo del brutal ataque paramilitar conocido como el halconazo allá en 1971, durante el sexenio de Echeverría, tiñendo una vez más de sangre la México-Tacuba.

En mi caminar por “el lugar donde abundan los carrizos a popotes”, es decir, el Barrio de Popotla, me encontré con el “parque cañitas”, dando paso a la “Plaza de la Noche Triste”. El sol acompaño a mi andar; ante mí, el cadáver del ahuehuete, sabino descuidado, producto del hombre y del fuego, para mí, valeroso guerrero que ha luchado contra las inclemencias del tiempo.

De frente al simbólico vestigio, admiré su longevo tronco: maltratado, melancólico, quemado.

La tierra que lo rodea ha quedado estéril. Me alegró bastante la inexistencia de basura y la carencia de indigentes. Una reja, su única protección, acompañada por una placa informativa sobre los eventos acaecidos en 1520.

Lamente y lamento profundamente que haya perdido su fronda, amplia y hermosa. Irónico fue pensar que localizado entre calles con nombres de cuerpos de agua: Mar Rojo, Mar Blanco, Mar Muerto, haya fallecido por la falta del líquido vital. La urbanización de Tacuba devoró su halo de vida.

Me acerqué a la reja, le saludé, ¡qué contenta estaba! En eso, fue captada la fotografía que ahora presentó, cuando encaré a finales del 2018, al protagonista de mi investigación: al “Árbol de la Noche Triste”.

Ese día prometí hacerle justicia. Quizá no pueda salvarlo del olvido de la historia oficial, pero se encuentra adherido a mis recuerdos personales, se ha clavado en mi sentir; regalé una parte de mi esencia al viejo de agua en Popotla, seguramente su memoria de tierra, recordará mis huellas sobre sus raíces, mismas que también recuerdan las de Cortés.

Agradezco profundamente al gran cronista de Azcapotzalco, José Carbajal por su apasionada dedicación al describir, indagar y dar voz a cada rincón de la Ciudad y de su querida Alcaldía.

Me siento muy gratificada con la oportunidad que me ha otorgado mi estimado amigo José, para participar con este texto dentro de la Hormiga en Línea.

1 comentario:

  1. Esta emotiva crónica evoca una memoria, la del árbol de la noche triste y la de su autora que nos lleva a recorrer a pie este lugar. Felicidades y en horabuena!!!!!! Una crónica que enamora por su contenido y descripción.

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