domingo, 8 de marzo de 2020



LAS AGUAS Y LOS CAMARONES

Por Martín Borboa

  Originalmente en este artículo iba a tratar solamente el tema de la renovación del camellón de la calzada Camarones, pero a comienzos de febrero apareció en el horizonte cultural de Azcapotzalco un brillante libro que ilumina nuestra alcaldía, nuestra historia, y es un excelente fuente de información. El libro se llama “Memoria e historia de Santa Apolonia Tezcolco”. Por favor amable lector, haga el esfuerzo de obtenerlo, de conocerlo, yo lo disfruté y aprendí bastante de él.  Cuando terminé de leerlo, enseguida abrí mi texto en la computadora para enriquecerlo con las valiosas notas que de dicho libro pude extraer. Una sincera felicitación con admiración a todo el equipo de Investigación que obtuvo tan notable material, aportando novedades y haciendo propuestas. La compiladora de la obra es Ana Marisol Reséndiz Pizarro, a quien desde estas líneas mando un gran aplauso de reconocimiento. Ellos ya hicieron su esfuerzo, y ahora toca a nosotros aprovecharlo, difundirlo, valorarlo.

Santa Apolonia Tezcolco es el nombre de un lugar, que puede ser que a los lectores les resulte familiar o no. Pero si digo que es donde está la estación del metro Camarones, entonces ya casi todos dirán que si saben de donde está. Y es que en Azcapotzalco esa estación es un punto de referencia fundamental.
La calzada y el metro Camarones llevan un nombre ligado a lo acuático, y el documento sobre Tezcolco ofrece la historia y la explicación al respecto.
En un texto de la misma compiladora (págs. 13,14), dice que:
“Este asentamiento poblacional que está ubicado en Azcapotzalco, fue habitado por tepanecas, donde se ubicaba la tesorería de Huehue Tezozómoc, conocido como Tezozómoc el Viejo”.
“Tezcolco significa –en el lugar de Tezcatlipoca- el espejo humeante, denominado así por los ojos de agua que existían en lo que ahora es el metro Camarones hasta Tlacopan hoy Tacuba…”.
“El significado etimológico de Tezcolco es el siguiente: “Tez” proviene de tezcatl –espejo de obsidiana-, “col” de colli –encorvado-, “co” locativo que designa -lugar-“.
“La metáfora del espejo humeante tiene su explicación por la geografía del lugar, en lo que hoy conocemos como el Eje Tres, había un hermoso canal… dicho cuerpo de agua se extendía hasta la calzada Camarones…”.
“Algunos pobladores comentan que el cuerpo de agua se congelaba algunas veces en invierno, y el resto del año los habitantes del barrio solían lavar sus ropas en dicho canal usando unas hierbas espumosas que no causaban daño alguno al cuerpo de agua…”.
“Hablando de los baluartes de Santa Apolonia Tezcolco, tenemos la capilla de que data del siglo XVI, la cantera utilizada para su construcción probablemente provenía de Tenayuca, en mi opinión el material utilizado para la construcción provenía de un templo dedicado a Tezcatlipoca, idea que también es compartida por el Arqueólogo Ricardo Pilón”.
El libro contiene interesantes entrevistas a valiosos vecinos. Por ejemplo el Sr. Daniel Gómez Elizalde (pág. 25) refiere que: “yo me crié en este barrio de Santa Apolonia Tezcolco, lo recuerdo lleno de zanjas de agua cristalina, eran llanos grandes, terrenos enmarcados por agua y zanjas de agua transparente que provenía del Río de los Remedios”.
La Sra. Argelia Malagón Muñóz (pág. 24) dice que: “había un hermoso riachuelo y lo demás estaba lleno de milpas, el campo del barrio era hermoso pues había muchas flores rojas, eran amapolas…”.
Y para redondear todo este concepto de abundante agua, la Sra. María Micaela Pizarro Gómez relata (págs. 21 y 22) que: “este barrio es muy húmedo porque era un lago… indagando en mis recuerdos evoco a una prima de mi abuelo que era una anciana cuando yo era niña, a la que le decían Dorita y nos contaba que en el arroyo que pasaba por lo que ahora es el Eje Tres, en el cual había carpas y muchos acociles (razón por la que se dio el nombre a la estación del metro Camarones) fue un lugar en el que la gente participó activamente en la Revolución… este lugar era un paraíso, con chinampas y milpas”.
El libro que celebramos en ésta ocasión nos permite saber que de las aguas del Rio de los Remedios, se desprendían las que venían a Santa Apolonia Tezcolco, que en formas de ojos de agua, de riachuelo, en largas zanjas que delimitaban terrenos, daban fisonomía fértil y húmeda al entorno, caudal en el que había fauna como carpas y acociles. A éstos últimos la gente los identificó con el nombre general de “camarones” por su cierta similitud. Ambos –camarones y acociles- son crustáceos decápodos.
Este es el origen de la relación entre los camarones y el rumbo.

CAMELLON DE CALZADA CAMARONES

Desde julio 2019 me he percatado de la remodelación que se hizo del camellón de esta calzada. Antes del fin de año quedó concluida. Ahora siendo marzo 2020, veo que diario le dan mantenimiento, pintura o jardinería, lo que necesite. ¡Uy! cuantos años habrán pasado desde la última vez que le dieron una manita. No me refiero a colocar fuentes o cubrirlas de mosaicos para que luego se llenaran de sarro y basura. Hablo de una intervención a fondo como ésta. No lo recuerdo, y tengo más de 5 décadas viendo este camellón casi diario. Por él me voy al trabajo y regreso a casa, a veces en carro y otras a pie.
  
Las omisiones que distingo son botes de basura y botones de pánico o emergencia. Ignoro si irán a colocar algunos.
Fuera de eso, lo que observo es de muy buen nivel. Muy disfrutable. El pasto, las rampas para cruzar con facilidad, la pintura del suelo y su borde perimetral, la construcción de jardineras, bancas, las luces de colores, y otros detalles, hacen de una caminata por ese camellón una muy agradable experiencia, la cual no se conseguía antes pues era un camino de pavimento roto o irregular en varias zonas, contornos indefinidos, y amplias zonas de pura tierra.
Medí ese camellón iniciando desde el último escalón de la Casita de la Virgen de Guadalupe que está en las vías, donde Azcapotzalco limita con la alcaldía Miguel Hidalgo. La Calzada Camarones forma parte del “Eje 3 norte”, que luego cambia a llamarse “16 de septiembre”, “Manuel Acuña”, y al final “San Isidro”.
   
Pero el tramo que se llama propiamente Camarones (iniciando desde la casita mencionada) se prolonga por 3,015 metros, llegando hasta donde inicia la Avenida 22 de febrero y hay un Restaurante Potzolcalli, para continuar una cuadra más (ya sin camellón) hacia adentro del centro de Azcapotzalco, ya no como calzada sino con dimensiones de calle pequeña, y donde topa se convierte en la calle “Belisario Domínguez”. Es decir que la Calzada Camarones termina como calle muy sencilla de una cuadra en su extremo norte.
Desde la Virgen hasta ese punto, son 3,015 metros. Y ¿sabes donde sería la mitad, es decir, los 1,500 metros aproximadamente? En el mero cruce de la Glorieta de Camarones. En medio de un camellón y otro, en el pavimento. Donde alguna vez hubo una glorieta.
Ese inmenso nudo vial al que lo caracterizan 13 bocas viales, que ahí desembocan o inician, como se quiera ver, incluyendo las de sus “vueltas inglesas”.
Yendo desde la Virgen hasta el semáforo en el cruce con 22 de Febrero, conté del lado izquierdo722 árboles, y del derecho 645, que dan un total de 1,367, dividido entre los 3,015 metros de largo que tiene la vialidad, equivale a que hubiera un árbol cada 2.18 metros.
Además, del lado izquierdo conté 7 grupos de arbustos y del derecho 9. Así que en números cerrados podría decirse que hay un árbol cada 2 metros, en esos 3 kilómetros.
Esa Calzada que casi en toda su extensión es de 8 carriles, tiene su gran camellón dispuesto en 14 secciones. Tiene 7 fuentes, 5 puentes peatonales, 12 letreros de la Ciudad de México invitando a que cuidemos, 11 bancas, 1 grupo de 4 bancas con 2 jardineras (a la altura del Oxxo y la Farmacia San Pablo), 2 secciones para perros, 98 postes de luz y 79 luces de colores al nivel del suelo, que turnan su iluminación en verde, azul y rojo.
  
Muy agradable la grava planchada rojiza, en casi todos esos 3 kilómetros. Lo son igualmente la enorme cantidad de lirios y agapandos que se han sembrado a lo largo de su recorrido. Muy formaditos, lindos de ver, especialmente cuando han floreado.
Las bancas, las jardineras y las secciones de mascotas son una novedad.
Ahora que es un placer caminar por su vereda, lo hice tomando un café, y pude distinguir sin prisa la enorme variedad de negocios y giros que asoman su puerta a esta calzada, que se combinan con el mobiliario urbano:
  
  
Hay bancos, farmacias (algunas con consultorio), tiendas de conveniencia, fuentes, puentes peatonales, bancas, panaderías, iglesias, veterinarias, laboratorios, escuelas, empresas, llanteras, mensajerías, clínicas, cafeterías, oficinas de gobierno, dos bustos tipo monumento, gasolinera, una escultura, juegos infantiles, áreas de ejercicio con aparatos, restaurantes, funeraria, misceláneas, negocios de telefonía, venta de toners, venta de mosaicos, bares, hotel, peluquería, lavandería, salones de fiestas, licorería, pastes, viviendas, lectura de tarot, estética, rótulos, supermercados, tlapalería y hamburguesas. Para autos hay pintura, alarmas, talleres, instalación de taxímetros, refacciones, vulcanizadora, gestoría y reparación de espejos.
Estoy seguro que cada vez habrá más gente disfrutando de pasear en este camellón, y no dudo que incluso el valor de los predios verá un impacto positivo.
  
En una nota del periódico “Diario de México” del 16 de julio 2019, dice que el presupuesto de la ciudad para el programa “Reto Verde” para remodelar 19 camellones era de un total de 248 millones de pesos. Al de Camarones le destinarían 20 millones, y la autoridad estimó beneficiar con éste a 440 mil personas. Yo me cuento entre ellas, y al recorrer este camellón he podido comprobar que muchos aprecian el cambio, así como lo que he escuchado de amistades y sus padres, quienes ahora con confianza caminan en el muy parejo y limpio piso de dicho camellón. Ojalá se le siga dando mantenimiento adecuado como hasta ahora, lo cuidemos, y nos dure así mucho tiempo. Estas líneas las he publicado a inicio de marzo 2020. Suman ya 9 meses desde julio pasado, de atestiguar el trabajo que se aplica diariamente a nuestro “camaronero” espacio urbano.
A inicio del año 2020, para la visita de la Jefa de Gobierno en que declaró este tramo como “Sendero seguro”, se pintaron varios murales en paredes y portones de la calzada. Hay bellos rostros de mujeres, deportistas, y varios solo con motivos animales. Hay tigres, ballena, osos panda, aves… pero ningún camarón.

METRO GLORIETA

Muchas veces mientras espero en el andén la llegada del convoy del metro, veo el mapa del Sistema de Transporte Colectivo Metropolitano, “Metro”, que muestra las estaciones y las líneas por colores, combinadas con las principales vialidades. Me quedo viendo al punto donde está la Glorieta de Camarones, y veo que está casi al centro de un gran hueco blanco, ninguna línea está cerca. Las más próximas son:
  
Al norte la de Ferrería/Arena Ciudad de México (línea 6)
Al sur es la de Cuitláhuac (línea 2)
Al este la de La Raza (líneas 3 y 5)
Al oeste la de Refinería (línea 7)
Hace mucho alguien me dijo, (pero no se si era broma) que en un plan futuro, se haría la estación “Glorieta de Camarones”, porque efectivamente el gran hueco blanco (es decir sin líneas de Metro) que se ve en el mapa, revela que esa zona está desatendida.
No tengo acceso a los planes futuros del Metro, pero sigo viendo en esos mapas, el gran polígono blanco sin servicio de Metro que resalta “casi” con la glorieta como centro.  Y subrayo el –casi-. porque ya chequé y el centro NO es la glorieta. Un día me puse a medir “más o menos” cuál sería el punto central del cruce entre esas 5 líneas de metro que rodean esa gran zona de Azcapotzalco:
Al norte línea 6, al sur línea 2, al este línea 3 y 5, y al oeste línea 7.
El punto fácilmente identificable que sería el cruce “más exacto” en distancia de esas 5 líneas, es donde se ubica la Iglesia de la Sagrada Familia, en la colonia Ampliación Cosmopolita.
Está a 4 semáforos de la glorieta de Camarones. No es mucho. Quizá un día veamos una nueva estación llamada “Sagrada Familia”, “Cosmopolita”, o de plano “Glorieta”.  Y ustedes amables lectores, ¿Qué sitio y nombre pondrían?


LUGARES DE AZCAPOTZALCO: 
El PASEO DE LOS AHUEHUETES Y EL SABINO MÁGICO DE SANTA CATARINA

Por: José Carbajal Cortés, cronista de Azcapotzalco.

 

  Existen hasta nuestros días, como en antaño, aunque en menor proporción, un tipo de gran árbol estimado por los antiguos habitantes de nuestro México, tal son los grandiosos árboles conocidos como ahuehuetes o sabinos.
  En el Diccionario del náhuatl en el español de México de Montemayor, encontramos una definición de lo que es este majestuoso árbol: “Ahuehuete. Sabino de larga vida que crece a las orillas de ríos y lagunas de gran tamaño y corpulento de la fam. de las Taxodiáceas. De ahuéhuetl, que Sahagún (Fray Bernardino de) registra como sabino”.
  La palabra Ahuéhuetl, en náhuatl significa viejo del agua debido a que habita cerca de algún ojo de agua, arroyos y manantiales, y de que se dice que son árboles tan viejos que llegan a ser milenarios, ya que viven de 500 años a 2000 mil.
  El ahuehuete es un árbol que puede llegar a alcanzar los 40 metros de altura o más, de tronco grueso, con corteza café grisácea y agrietada, originario de México y Guatemala, muy longevo y que fue cultivado para adornar los lugares y jardines de los sitios reales de los antiguos gobernantes del México prehispánico y que, con el correr del tiempo, ya en la etapa moderna fue considerado por decreto el Árbol Nacional de México, en el año de 1921, en la conmemoración de los festejos que siguieron a la Independencia, por su tamaño monumental, tradición y longevidad.
  Un lugar que fue conocido en antaño en Azcapotzalco, y que en tiempos pretéritos (y aún hoy) era un sitio de reunión y de paseo es lo que se conoce como El Jardín De Los Ahuehuetes o la Plaza de los Ahuehuetes, que se encuentra localizado en el Pueblo de San Juan Tlilhuaca, pero se le conoció tradicionalmente al camino que llevaba a esta Plaza como la “Calzada de los Ahuehuetes” o en alguna época como “el Paseo de los Ahuehuetes” esto en el tiempo decimonónico, ya que se dice que don Porfirio Díaz, venía a pasear a esta rúa o camino para contemplar los ahuehuetes. Actualmente, esta calle lleva el nombre de Miguel Lerdo de Tejada, rebautizándola así en el siglo XX, perdiendo este antiguo camino el nombre con que era llamada y conocida, pues como el Paseo de los Ahuehuetes, que es como todavía le llaman los habitantes de estos lugares, ya que ahora sólo queda en la memoria y en los testimonios visuales de las fotografías que han quedado como una memoria gráfica,  que nos brindan como eran estos corpulentos árboles de antaño  en una manera mágica de evocación y recuerdo en las imágenes de dibujos en litografías y de fotos. 
  Existían pues desde tiempos prehispánicos inmemorables 7 Sabinos, después quedaron 5 y en la década de 1930 existían todavía 3 de ellos, pero actualmente solo queda uno que desafortunadamente es sólo un tronco, en este lugar donde existía un manantial u ojo de agua que se ha secado. Se dice que su origen de éstos árboles se remonta a la época en que los Tepanecas fundaron Azcapotzalco, ya que estos los traían con ellos y, plantándolos le llamaron a este lugar como Ahuhuetitla o Ahuehuetitlán (lugar de ahuehuetes).
  Nos dice Manuel Ramírez Aparicio, allá del año de 1850, de un conjunto de árboles, que a lo lejos parecían uno y que, al acercarse, de manera fantástica, se podían ver varios de ellos, reunidos como si se protegieran y conversaran estos enormes vegetales, ¡¡¡tales eran los Ahuehuetes de San Juan Tlilhuaca o Tlilhuacan!!!   Para aquel entonces, eran cinco los ahuehuetes, ya que nos narra Aparicio que: “Señoreando la llanura en majestuoso aislamiento, aparecen desde lejos como un solo individuo. Descansad sobre la sombra que os brinda la cepa de los ahuehuetes y contemplemos esta maravilla del reino vegetal… ¡De cuantos acontecimientos no habrán sido testigos estos árboles! ¡Los primeros señores de Azcapotzalco vinieron tal vez a solazarse bajo su copa, y les confiaron sus proyectos de ambición y sus ensueños de amor y de gloria!”
  Y nos cuenta la leyenda referida por Ramírez Aparicio, que hace mucho tiempo decían que este lugar estaba encantado, que quien tomará del agua que nacía junto a los ahuehuetes ya no se volvía a saber más de él y, este encantamiento desapareció, gracias a los padres del Convento Dominico que se encontraba cerca,  ya que rezaron y rezaron, poniendo a la Virgen en un Altar y echando tierra sobre el agua hasta cubrirla por lo que según el encanto terminó, pero dicen que si uno pone el oído contra la tierra, todavía oirá el ruido del agua, que pasa por debajo…
  La leyenda atribuye a Nezahualcóyotl el haber sembrado ahuehuetes en muchos lugares del Valle de México, aunque éstos de Azcapotzalco son más antiguos…conocidos ya de los tepanecas y de Tezozómoc, aunque varios de ellos han desaparecido, desde el siglo XX, como por ejemplo los del templo de San Miguel Amantla, que fueron tumbados plantando otros menos corpulentos en su lugar, no siendo ya los originarios. Los ahuehuetes o viejos del agua eran el símbolo de los gobernantes del México antiguo y el árbol predilecto del Hue Tlatoani Tezozómoc con el que este gobernante hermoseo sus ciudades, ya que se dice tenía en gran estima esta planta.


El ahuehuete de Sta. Catarina. Imagen tomada de mxcity.mx.

  En Santa Catarina en Azcapotzalco, se yergue orgulloso, majestuoso, el Ahuehuete del Pueblo de Santa Catarina. Se cuenta que es sabino tiene más de 700 años, siendo un emblema de este pueblo y de incluso de la Ciudad, entre otros que también existen en la Metrópoli. Este corpulento árbol, se encuentra a un costado de la Capilla de Sta. Catarina, erigida en el siglo XVII y también como referencia se encuentra la “Escuela Primaria Sotero Prieto”, cuyo proyecto arquitectónico de esta escuela estuvo a cargo del arquitecto y pintor Juan O´Gorman. Si visitamos éste gran Sabino, apreciaremos su follaje, como da una gran sombra, en su cercanía se respira un aire diferente y se siente un viento distinto, mágico lugar sin duda, que es uno de los rincones misteriosos de Azcapotzalco, dicen los más viejos habitantes del lugar que este árbol murmura, si escuchamos el movimiento de sus hojas con atención parece decir veeennn, veeennn… y, cuentan también, que en la cercanía  de éste vetusto árbol, en noches de luna llena, se aparece la silueta de una mujer con un vestido blanco de larga cabellera oscura que va flotando lentamente, esto es que se aparece desplazándose a un costado de éste Sabino de Santa Catarina, de manera silenciosa, dicen unos, con lloros y lamentos dicen otros, para después dicen desaparecer… (Como me lo contaron, aquí en Sta. Catarina te lo cuento).
  En Azcapotzalco descansan estos “Viejos” en San Juan, Santa María, San Miguel, Santo Domingo, Santiago Ahuizotla, los Reyes, y en la Casa de Cultura y más allá… que se conservan en la memoria al visitar lugares como han sido Chapultepec, Popotla, Tacuba, Los Remedios o el Tule en Oaxaca, lugares que se reconocen por la existencia de estos majestuosos y longevos “Los Viejos del Agua”, que han llamado la atención y capturado pasajes de nuestra historia en sus raíces y que seguramente muchos de estos árboles comparten un parentesco en Azcapotzalco  y a lo largo de nuestra Ciudad de México y que, ha sido, este ahuehuete motivo de visitas guiadas de manera especial, como un lugar a visitar en el Pueblo de Santa Catarina, un rincón mágico de Azcapotzalco.



Azcapotzalco
ÉPOCA POSTREVOLUCIONARIA

Por: María Elena Solórzano

En la época postrevolucionaria en Azcapotzalco predomina como actividad la agricultura, en el casco de la Hacienda del Rosario todavía se encuentran vestigios de las actividades agrícolas, extensos campos sembrados de maíz y de alfalfa se localizaban donde ahora se encuentran las instalaciones del CCH Azcapotzalco, las unidades habitacionales de los entonces trabajadores de la Refinería 18 de marzo, de la unidad Madero y del fraccionamiento Hacienda del Rosario y donde ahora se encuentra la Unidad Habitacional El Rosario (la más grande y conflictiva de Hispano América). Cuando  todavía no se fraccionaba la Hacienda El Rosario, se sembraba en esos campos y era un emporio lechero, la leche se distribuía en grandes recipientes en camiones que recorrían parte del D.F. Por cierto uno de los choferes se llamaba Fidel Velázquez, ahí inició su carrera de líder obrero. 

Sí, Azcapotzalco era un emporio lechero, no solo por la producción del Rosario, sino que en cada barrio había varios establos, cerca de aquí se ubicaba uno, precisamente donde está Sanborn’s.
Los habitantes de Azcapotzalco se convertían paulatinamente de peones agrícolas en obreros. En 1929 empieza a desarrollarse la Colonia Industrial Vallejo y se decreta en 1944, convirtiéndose en una de las más importantes del país; siguen en importancia: La Colonia Industrial San Antonio,  Pantaco, Colonia Obrero Popular, Colonia del Gas.
Con el desarrollo de la industria surgieron colonias proletarias como: San Alvaro, Aldana, Pro-hogar, Trabajadores del Hierro, Un hogar para cada trabajador y otras.
 Entre las colonias de clase media Ampliación del Imparcial (1907) que después de la Revolución cambiaría su nombre por el de Clavería por encontrarse en los terrenos de la antigua Hacienda San Antonio Clavería.
Actualmente Azcapotzalco es una de las delegaciones con más población por metro cuadrado, en las antiguas casas coloniales han sido construidos condominios y sus antiguas veredas ampliadas y convertidas en ejes viales. El Azcapotzalco con arroyuelos bordeados de árboles frutales, con enormes campos de cultivo ya no existe, la flora y la fauna características han desaparecido. Y sin embargo Azcapotzalco sigue siendo bello, arbolemos sus calles, conservémoslo limpio, difundamos sus leyendas y tradiciones, cuidemos el gran patrimonio tangible e intangible de este pueblo noble y trabajador por algo nuestro glifo es una hormiga.





  Memoria e historia de Santa Apolonia Tezscolco
Por Patricio Garibay.
Yo tenía planeado leer este  texto en la presentación del libro: “Memoria e historia de Santa Apolonia Tezscolco”, libro compilado por la maestra Marisol Reséndiz, colaboradora de “La hormiga en línea”,  pero debido a problemas de salud no me fue posible asistir, por ello lo reproduzco a continuación: 


   Si los imperios, las naciones y los países requieren del trabajo sesudo, sistemático y riguroso de antropólogos e historiadores  para organizar el relato que explique ¿de dónde surgieron, cómo surgieron y que los formó? En las ciudades, en los barrios, en los pueblos, y en la propia célula familiar se requerirá del trabajo del cronista, para documentar, organizar y contar sus historias y leyendas, que sin los atavismos de la rígida metodología de la historiografía, pueda con más libertad escudriñar entre las sombras laberínticas qué el tiempo deja a su paso, para rescatar del olvido los aparentemente pequeños sucesos, los anécdotas que fueron determinantes, y ¿por qué no decirlo? las alegrías, las esperanzas, los miedos y hasta la supersticiones de la comunidad, y de  hombres y mujeres que la habitaron. No es tarea sencilla, el cronista tendrá que buscar en archivos, en libros, en viejos periódicos, en algún olvidado álbum de fotografías, tendrá que preguntarle a un vecino a veces colaborador, a veces hostil, consultar a los abuelos de frágiles recuerdos, indagar en la memoria propia y en las ajenas lugares y vivencias que muchos han olvidado para después unir con habilidad las piezas borrosas de un incompleto rompecabezas, y es un trabajo que no termina del todo, pues aún después de ser publicado él documento en cuestión, aparecerán otros importantes datos de alguien que recordó después de leer el libro de marras. 
A pesar de todo esto, es un trabajo que se debe de hacer y que se debe de hacer bien, como bien lo ha hecho la cronista Marisol Reséndiz junto con sus vecinos del antiquísimo barrio de Santa Apolonia Tezcolco en este libro, en el cual consiguen organizar y rescatar del olvido las nostálgicas y entrañables historias y tradiciones del barrio de Santa Apolonia, mismas que se entrelazan con la gran historia  de nuestro México. El popular barrio de Santa Apolonia situado en el más  viejo Azcapotzalco se remonta al tiempo de los primeros asentamientos humanos del Valle de México. Después, forma parte del poderoso reino tepaneca. Desgraciadamente poco se sabe de ese periodo, pues se cuenta con muy pocas fuentes directas que den indicios del origen y la historia de la cultura tepaneca,  pues gran parte de sus crónicas se perdieron  debido a la destrucción del acervo histórico en manos de los tenochcas interesados en borrar todo vestigio del mundo tepaneca. Con la llegada de los españoles y la  caída  de Tenochtitlán en 1521, indígenas y frailes se dan a la tarea de rescatar su historia, sus costumbres y su cosmología poniendo de esa manera las bases de lo que será la moderna etnografía. Los 300 años de virreinato que seguirán, Santa Apolonia recibirá un nuevo aire, en ese periodo será un pueblo dedicado a la agricultura  y a la artesanía, en especial la platería, cercano a la Ciudad de México, a la Ciudad de palacios con todas las ventajas que dicha cercanía implicó. En esos  300 años la vida del pueblo gravitará en torno a su iglesia dedicada a la mártir Santa Apolonia con sus fiestas parroquiales llenas de colorido y sincretismo, facilitando con ello la cohesión social de sus pobladores. 
Con la llegada de la independencia y el siglo XX Santa Apolonia será partido en dos por las vías del tren que lo dividirán, junto con las grandes avenidas que lo cruzan y la rodean, le dará la actual apariencia ambigua de barrio, pueblo o gran ciudad que hoy ya muy entrado el siglo XXI podemos ver. Si la gran historia de una nación suele quedar escrita en letras de oro y en sus símbolos patrios, la crónica, de los barrios, pueblos y colonias está escrita también, pero en el trazo de sus calles, en los nombres de sus callejones y parques, así como también en sus tradiciones y costumbres, mismas que se repiten constantemente en todos los barrios y pueblos de nuestro México y en la patria grande qué es hispanoamérica, aunque con diferentes matices y peculiaridades, así pues por ejemplo, en Santa Apolonia Tezcolco también hay una llorona, un Charro negro y un aparecido, pero muy al estilo de Santa Apolonia, personajes misteriosos pero ante todo entrañables que por centurias han habitado en las vetustas casas, calles y avenidas, pero sobre todo en el recuerdo y en el rumor de sus habitantes.






LA NIÑA DEL SOMBRERO


Por Edith Acosta.

Me llamo Edith Acosta. Vivo en la Unidad Cuitláhuac y trabajo en uno de los
almacenes que están sobre la avenida Cuitláhuac. Cubro el turno de la noche. A esas
horas todo es silencio. Muy lejos se escucha, ocasionalmente, el ulular de las sirenas de
las patrullas que hacen su rondín o de una que otra ambulancia. El transcurrir de las
horas es lento y las ocupaciones que desempeño se hacen interminables. La mayoría de
la gente descansa, pero nosotros trabajamos para dejar todo listo para la mañana
siguiente. En una de esas noches, se escuchó ruido en el departamento de juguetería, y
el compañero que le tocaba esa área se acercó a mí muy asustado…

-Alguien anda por allí, ¿No será un ladrón? Se preguntó él mismo.
Los ruidos cesaron. Revisamos la tienda y no encontramos nada fuera de lo
normal, excepto unos juguetes en el suelo. Estaban mal acomodados y se
cayeron–pensamos– y seguimos con nuestras labores cotidianas. Al otro día se
escucharon nuevamente ruidos. Mi compañero rastreó por medio del sistema cerrado de
televisión toda la tienda y se quedó paralizado mirando el monitor: Ahí aparecía el
rostro de una niña, vestida de amarillo, con un sombrero cubierto de flores blancas, de
ocho años aproximadamente, con una gran pelota entre sus manos; lo mira fijamente a
través del monitor, su mirada es triste, muy triste. El siente un frío que recorre todo su
cuerpo. La niña juega unos minutos con la pelota y desaparece de la pantalla.

-¡Edith! ¡Edith! ¡Hay una nena en el departamento de juguetes!
Apresuradamente nos dirigimos al lugar donde supuestamente se encontraba, pero
no vimos absolutamente nada. Buscamos cuidadosamente por todos lados y no la
encontramos, sólo estaba la pelota fuera de su lugar; seguimos buscando por toda la
tienda, y nada. Pasaron los días y nos olvidamos del incidente, pero la niña volvió a
aparecer, pero ahora acunaba una muñeca rubia entre sus brazos. Claudio la volvió a ver
en el monitor, aunque esta vez apareció en su cara una tímida sonrisa, y esos ojos tristes
se volvieron a clavar en su alma. Grabó la secuencia para observarla después con más
detenimiento. La estuvo observando por un breve tiempo y miró cómo se desvanecía y
cómo caía la muñeca hasta el suelo. Tenía la grabación, se apresuró a pasarla otra vez:
en la pantalla aparecían los anaqueles repletos de juguetes, la red con las pelotas, los
muñecos de peluche, todo, menos la niña, además se observaba una muñeca que flotaba
y luego caía. Sintió que un intenso frío recorría su cuerpo.

Edith contó a sus vecinas lo sucedido y una señora le dijo: “hace tiempo frente a
esa tienda atropellaron a una niña de ocho años, es su alma que no descansa porque
todavía no era su tiempo para morir”.