jueves, 13 de mayo de 2021

 

AMOR ENTRE VAGONES

Del libro “Crónicas sobre el metro, llévelo, 
a diez pesos a diez pesos”       

 Por María Elena Solórzano Carbajal

Lucía vivía en la Col. Reynosa en Azcapotzalco, la Línea 6 quedaba cerca de su casa, el Metro era su medio de transporte cotidiano para llegar a su trabajo, en un almacén, en  el centro de la ciudad, donde se desempeñaba como dependienta con un horario de las 10:00 a las 20:00, ya sabes se trabajan12 horas en lugar de ocho como marca la Constitución, pero muchas  veces no se respeta esta disposición. 

        Era lo que se llama una mujer bonita, fue su tarjeta de presentación para ser admitida de inmediato para atender una sección del departamento de caballeros. Muchos clientes la pretendieron y salió algún fin de semana con alguno de los pretensos, pero sus intenciones no eran buenas, ya que sólo querían una aventura y a ella sus padres le habían inculcados muy buenos principios y el ejemplo que había recibido era de honestidad en todos los aspectos, así que las relaciones apenas duraban dos o tres semanas, cuando los galanes comprendían que no era posible avanzar hasta donde ellos deseaban, se despedían o simplemente no los volvía a ver. Algunas veces aceptaba salir con algunos, pero sabía que eran relaciones muy superficiales y efímeras.  

       Su sueldo era miserable, pues con su precaria preparación de Secundaria terminada, sólo la admitían en puestos similares y a veces con menor sueldo, en donde trabajaba era el mínimo y una comisión por ventas realizadas.  

       Su salario era el único ingreso en su modesto hogar, pues su padre ya no podía trabajar y su madre siempre había sido ama de casa, hacia verdaderos milagros para estirar el dinero para la alimentación de tres adultos y que también alcanzara para cubrir los servicios: predial, agua, luz, teléfono y además los pasajes. Por fortuna el matrimonio era propietario de la casa y no pagaban renta. 

        La señora se paraba a guisar muy temprano y le preparaba a su hija un refrigerio con alimentos frescos para la hora de su comida, ella se dirigía al lugar donde estaban los lockers, buscaba un rinconcito para ingerir sus alimentos. Al principio comía sola, después se le unió otra compañera en las mismas condiciones y se convirtieron en dos buenas amigas.  

       Pasó el tiempo y llegó a los veinticinco años, la esperanza de encontrar un novio con el cual tener una relación seria y formar una familia se iba desvaneciendo. 

       Salía a las 20:00 y se encaminaba hacia la Estación Zócalo para abordar el Metro, en la Dirección Cuatro Caminos, prefería entrar en el último vagón, pues iba cansada y ahí siempre encontraba un asiento vacío para sentarse y descansar un poco. Al llegar a la Estación Tacuba transbordaba a la línea El Rosario para bajarse en la estación Azcapotzalco y caminaba algunas calles para llegar a su hogar. 

       En aquella ocasión a las 20:30 abordó el Metro se sentó en el asiento vacío, ocupó el lugar junto a la ventanilla y enseguida el otro lugar lo ocupó un joven señor de aproximadamente treinta años, tenía el aspecto de un oficinista. Ese día el almacen estuvo con mucha afluencia de gente y no paró ni un momento atendiendo clientes, se sentía exhausta, y se quedó dormida, no se dio cuenta cuando su cabeza descansó en el hombro del pasajero del asiento contiguo. El señor muy amablemente la dejó seguir su sueño y tuvo que despertarla cuando llegaron a la terminal.  

       -¡Señorita, señorita! Ya llegamos a la terminal… Ella despertó y se dio cuenta que su cabeza estaba sobre el hombro de su compañero de viaje y que había dormido durante todo el trayecto. Se sintió muy apenada y le dio sus disculpas, muchas disculpas y trató de explicarle el por qué la había vencido el sueño. 

       -Perdone joven, me siento muy apenada pero… soy dependienta de un gran almacén y tuvimos mucha gente, no paré ni un minuto, con decirle que no pude ni comer y… 

       - La comprendo, pero salgamos y ahí fuera me explica… 

       - Como le decía tuve un día agotador, quizá por eso me quedé dormida. ¿Por qué no me despertó? ¡Qué pena! Y… para colmo dormida sobre su hombro. 

       - No quise hacerlo y no tiene que disculparse. Para mí fue muy grato tener su cabeza sobre mi hombro. Me hizo recordar aquella canción de Paul Anka Tu cabeza en mi hombro ¿La recuerda?  

       -Sí es una de mis favoritas, igual que Cartas de Amor en la Arena con Pat Boone, ¿La escuchó alguna vez? 

       -Conque soñadora y romántica… 

       -Sí, por eso en este tiempo todos me consideran anticuada. 

       - La invito a tomar un café.

       - No puedo aceptar, mis padres me esperan y no quiero preocuparlos. 

       - ¡Qué niña tan bien portada!  

       - Necesito tomar otra vez el Metro y regresar a la Estación Azcapotzalco UAM. 

       -Yo también necesito regresar, ahí viene el tren.  

       Los dos entraron al vagón, él le dijo: 

       -Quiero volver a verte, por favor… 

       -Lucía  contestó: Estoy todos los días a la misma hora y en la misma estación al final del andén. 

       Se sentaron y siguieron conversando y cuando el convoy paró en la estación que había nombrado, se despidió y salió para dirigirse a su domicilio. 

        Terminó su trabajo como siempre a las ocho, se dirigió a la Estación Zócalo, bajo las escaleras, se dirigió a los torniquetes, depositó su boleto y accedió a los pasillos que la llevarían a la Dirección Tacuba, se dirigió al fondo del andén para esperar la llegada del tren. Grata fue su sorpresa al observar que el joven ya la estaba esperando.  

                        -Hola, cómo estás, espero que hoy haya sido más llevadero tu trabajo. 

 

       -Por fortuna así fue. 

       -Me alegro, hoy no estás tan cansada…A propósito ¿Cómo te llamas? Platicamos y platicamos, pero no dijimos nuestros nombres. Yo me llamó Fernando ¿Y tú? 

        -¡Qué bonito nombre! Mi nombre es Lucía. 

        -También tu nombre es bello. 

    Siguieron platicando de sus trabajos y de su cotidianidad. 

    -Así que eres empleada de los grandes Almacenes del Centro. 

    - Sí, me gusta mi trabajo, lo que no me gusta es el sueldo, es el mínimo más la comisión por lo vendido qué es para dar risa. Total, un raquítico sueldo que apenas me alcanza para mis padres y para mí.  

       -En verdad ganas muy poco para tener una jornada de catorce horas. 

       -La otra vez leí en una revista que México es uno de los países que tienen los sueldos más bajos del mundo. 

       -Es verdad, fíjate, ese era uno de los obstáculos que ponían USA Y Canadá para firmar el Tratado del Libre Comercio. 

        -¿Y… tú a que te dedicas?  

        -Yo soy contador, tengo un sueldo mejor que tú, apenas empiezo a trabajar en esta profesión, pues dejé de estudiar un tiempo, espero mejorar, actualmente estoy en un despacho y el sueldo no es muy bueno, pero el horario me permite seguir con mis estudios, con el tiempo espero mejorar. De pronto él acercó su cara a la de Lucía y le dio un apasionado beso, ella no opuso resistencia, protestó débilmente y se rindió a la caricia. Cuando se apartaron, él se disculpó.  

       -Perdón, pero me gustas mucho. ¿Quieres ser mi novia? Nos veríamos todos los días en el mismo lugar y a la misma hora, dispénsame, pero mi trabajo y mis estudios me dejan poco tiempo libre. Espero no tengas inconveniente. 

       -No, no importa… 

       Durante algunos meses se encontraron sin falta como habían acordado y los vagones del Metro fueron testigos de sus abrazos, de sus apasionados besos, de su amor que crecía entre vagones. 

       Pero un día ya no lo encontró. Pensó, quizá algún incidente, ya le informaría. Sòlo tenía el teléfono de su trabajo, al otro día temprano llamó y le contestó una secretaria. 

        -Bueno, despacho contable. 

        - Señorita, es tan amable de comunicarme con el Sr. Fernando Larios. 

        -El Sr. Larios fue enviado al interior de la República, no puedo dar más datos, su trabajo es confidencial. 

       Lucía se sintió muy triste, su teléfono lo habían cortado pues su mamà se retrasó en el pago, así que, si él quiso contactarla no lo pudo hacer.  

       Pasaron los meses y él no volvió al sitio de siempre. Lucía lloró muchas noches, su recuerdo la acompañaba día y noche, sin embargo no le guardaba rencor, pues gracias a él había conocido el amor. Sí, su amor sería una luz que iluminaría su solitaria soltería. Del trabajo a su casa y viceversa. 

       Ella seguía con su rutina, a las 20:20 estaba en la Estación Zòcalo para abordar el tren que la llevaría cerca de su domicilio. Caminaba al fondo del pasillo, cuando lo vio, ahí estaba como antes, esperándola, apresuró el paso y él extendió los brazos y se fundieron en un amoroso abrazo.  

       -¡Fernando ¡Cómo te extrañé! 

      -¡Yo también mi amor, mi amor!  Qué tontos hemos sido, ahora mismo me das tu dirección y te acompañó a tu casa para saber exactamente donde vives. Todos los días será así. Mira esta es mi tarjeta con la dirección de mi trabajo y atrás anoté la dirección del departamento donde vivo. Al tenerte lejos, comprendí que te amaba. Entraron al vagón semivacío. Él la abrazó y la besó con pasión. Platicaron de su trabajo en el Estado de Sonora y que lo había realizado a satisfacción. También le dijo que pronto presentaría sus últimos exámenes para terminar su carrera. 

       Salieron del vagón para salir al exterior de la Estación UAM-Azcapotzalco, caminaron varias calles para encaminarse a su domicilio, llegaron a su casa y sus padres ya la esperaban en la entrada, al ver que su hija llegaba acompañada de un hombre, la miraron extrañados, procedió a presentar a su novio. 

       -Queridos padres les presentó a mi novio. 

       Sus progenitores no ocultaron su asombro y preocupación 

       -Mucho gusto joven, pase por favor, no es conveniente hablar en la calle, somos gente chapada a la antigua. 

       -Fernando aceptó y dijo: 

       - Un momento nada más, pues entro a trabajar a las 9:00. 

       -Está bien pase usted.  

       Traspuso la entrada y accedió al comedor que tenía unos muebles artesanales de madera, la mesa lucía un mantel blanco bordado primorosamente, y una sala del mismo estilo con unos cojines y unas fundas color rosa mexicano, una mesita con una carpeta tejida a ganchillo. Un conjunto agradable. 

       Los cuatro se sentaron a la mesa, doña Mariquita sirvió unos sopes con salsa verde, espolvoreados con queso rallado y acompañados de un café calientito. Terminaron de cenar y Fernando le dijo al jefe de familia: 

       -Señor don Sebastián, quiero pedirle permiso para visitar a su hija el sábado y el domingo, pues son los días de mi descanso. 

       -Claro que sí, ella ya es mayor de edad y muchas gracias por tener la  atención de pedírmelo. Esta es tu casa, siempre y cuando respetes y ames a mi hija. 

       -Muchas gracias don Sebastián, me despido y hasta mañana, entre semana sólo la acompañaré para que no venga sola. 

        Así pasaron algunos meses, él terminó sus estudios y sólo quedaba pendiente  su examen profesional. Lucía estaba muy contenta y a la vez triste y preocupada, su novio conseguiría un mejor empleo con hermosas mujeres como compañeras de trabajo y quizá se olvidaría de la humilde empleada que conoció y amó entre los vagones del Metro. Sólo el tiempo le daría la respuesta.  

       -Y así fue, ese día era un día muy especial. Su novio le pidió matrimonio y ella aceptó gustosa. 

       -Mi amor. ¿Dónde quieres que celebremos nuestro matrimonio civil? 

       -En uno de los vagones del metro. 

       -¿En serio? 

       -Sí mi amor, un sábado temprano en el último vagón. 

     -¡Qué buena idea! Con tus padres y los testigos. Tengo un amigo que es juez del Registro Civil y de seguro acepta… 

       Ahí, en el último vagón del Metro Rosario-Barranca del Muerto celebraron su matrimonio por la ley, asistieron sus padres, los testigos y amigos cercanos. El juez hizo la pregunta crucial:  Sr. Fernando Larios acepta usted a la señorita Lucía Escalante como su esposa. Sí. contesto Fernando. Señorita Lucía Escalante acepta al Sr. Fernando Larios como su esposo. Sí, acepto dijo Lucía. Los declaro marido y mujer. Los ahora esposos se abrazaron emocionados. Firmaron el Acta de Matrimonio. ¡Qué sean muy felices! Uno de los padrinos tocó en una grabadora la Marcha Nupcial. La ceremonia había terminado.  Filmaron todo el evento para tener ese hermoso recuerdo:  Nuestra Boda en el Metro. 

2 comentarios:

  1. Soy cursi casi lloro que hermosa historia de amor, de las cuales ya no hay si siguen juntos es amor verdadero felicidades maestra

    ResponderEliminar
  2. Soy cursi casi lloro historias como esas ya no existen felicidades maestra

    ResponderEliminar