MANUEL ACUÑA EN LA
CONCHITA
Por: Gustavo Aquino
Comía su torta con ahínco. Lo
devoraba en aquella jardinera donde paso todos los días. Le preocupaba que a su
lado nadie se sentara, si acaso permitía que alguna señora, de aquellas que
casi lloran, que ruegan, que casi te golpean, entonces él cedía. Y las veía
esperando un camión que las alejara de ese lugar.
El trolebús para los adultos
mayores, concluía, aun así las acompañaba y ayudaba a subir
Como es gratis para ellas.
Su jardinera era muy pequeña,
ubicada a unos metros de la entrada a la Capilla de la Conchita. A veces su
mirada iba a dar al atrio de este templo religioso. Se veía al fondo un
templete debajo de una lona y algunos árboles, y a lado derecho, las puertas de
una madera casi derruida, antigua, ahí estaban dos capillas juntas, la primera
tiene como techo una lona grande, es lo que se llama capilla “abierta”. La
segunda era la que tiene ese antiguo portón que te podría contar lo sucedido en
Azcapotzalco hace unos quinientos años.
Tal vez él no sepa que estas son
capillas son del siglo XVI, construidas por los frailes dominicos, y que abajo
está enterrado un teocalli de la época tepaneca. El atrio es pequeño, se ve
desde la banqueta, y tiene una salida del lado del callejón de la Conchita,
hermosa calle, que va a dar a la Avenida Azcapotzalco.
Tan solitario que inspiraba
ternura y solidaridad, lo vi acomodando autos en aquel estacionamiento, a un
lado de las capillas, tan pasivo, caminaba y su miraba comunicaba una
melancolía que lograba apabullarte y desviar tus ojos a otros lugares, hacia
las revistas de puesto cercano por ejemplo.
Llegué a escuchar que le decían
el Doctor “Simins”, y de verlo bien sí podías relacionar su aspecto con este
personaje, o al menos con esa botarga caricaturesca.
No le preocupaba aquel apodo. Mantenía
su aspecto serio.
La única vez que escuché su voz
fue cuando intenté sentarme en aquella jardinera, me dijo “señor no se siente
allí por favor”, lo obedecí. Yo esperaba el transporte público.
La última vez que lo vi caminaba
por Manuel Acuña, rumbo al metro camarones, “lo veré mañana”, pensé, pero no
fue así, y no apareció en los siguientes días.
Nadie ha ocupado su lugar, y sin
nadie que moleste, aprovecho para sentarme en la jardinera para devorar un
sándwich, en tanto llega la hora de abordar el transporte, que me alejará de mi
trabajo, y del centro de Azcapotzalco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario