Barrio de San Lucas Atenco
Por: María Elena Solórzano
Allá por el Camino del Recreo cuentan que por los años treinta vivía una hermosa muchacha precisamente en la casa que ahora tiene el núm. 111, junto al Jardín de Niños “Manuel Gutiérrez Nájera”.
Su espléndida juventud, puesto que tenía dieciocho años, atraía a múltiples pretendientes. Ella por fin se decidió y aceptó a Rafael. María Estela, como se llamaba la joven, se sentía muy feliz, aunque sus encuentros se limitaban a intercambios de miradas, recados o misivas amorosas, y algunas entrevistas ocasionales en la ventana de la pieza donde dormía su abuela, que se hacía de la vista gorda. El romance se desarrolló normalmente y llegó el día en que su padre sorprendió a los novios en un apasionado abrazo y la escena de celos y violencia no se hizo esperar, el hombre sacó la pistola para matar a tan osado varón. Rafael se enfrentó al iracundo y le dijo:
-¡Cálmese, yo quiero a su hija a la buena, me quiero casar con ella!
-P’os ¡qué bueno! Porque si no, aquí te mueres.
-¿Para cuándo quiere que sea el casorio?
-P’os pa' luego, porque no sé desde cuando me estén viendo la cara. Dos meses pa' preparar todo o qué ¿es muy pronto?
-No, está bien, mañana viene mi madre para pedir a la novia.
Al día siguiente, la casa de María Estela vestía de manteles largos. La mamá de Rafael se presentó para hacer el pedimento formal de la joven.
La boda se programó para ser celebrada dos meses después el primer domingo del mes de marzo, en la colonial Capilla de San Lucas. Ese día tuvo una mañana espléndida, soleada, como un digno marco para tan hermosa desposada.
Antes de las trece horas llegó al recinto una carreta adornada con papel de china y muchas flores que la novia misma con ayuda de sus amigas, había arreglado. Todos vieron descender a una bella doncella de cabellos castaños y unos ojos negros bordeados por hermosas pestañas, su boca bien formada resaltaba con el retoque del lápiz labial. La emoción del acontecimiento pintaba sus mejillas de rubor y sus ojos brillaban como pequeñas ascuas. El traje nupcial resaltaba la esbeltez de su cintura. Expectante, la gente miraba a la novia, mientras el aire jugueteaba con los tules de su tocado. El novio todavía no llegaba. Los amigos y parientes esperaban, pero el tiempo empezaba a correr y la gente a impacientarse. La expresión de la cara de la novia cambió y la angustia borró toda aquella felicidad que antes se dibujaba y que tanto la embellecía. Pasó una hora, pasaron dos y ninguna noticia del joven, como si se lo hubiera tragado la tierra. La frustración por el inesperado suceso era tremenda. La jovencita lloraba desconsoladamente y la tuvieron que subir en brazos otra vez a la adornada carreta para volver a su domicilio. El padre maldijo y juró que mataría al hombre que así se había burlado de su querida hija. Todos los familiares y amigos regresaron a sus casas con un sabor de amargura y desencanto.
No se volvió a saber de él ni de su madre. Las malas lenguas decían que Rafael tenía una amante y que había pesado más la pasión que el amor. Decían muchas cosas, pero nadie sabía a ciencia cierta la verdad.
María Estela pasaba días interminables llorando sin consuelo, sumida en una gran depresión, sin salir siquiera a la puerta de su casa, hasta que un día ya no pudo resistir la humillación que significaba el que la hubieran dejado plantada a las puertas de la iglesia. Un aciago día se quitó la vida: mezcló raticida con refresco y apuró el contenido.
Cuando la encontraron nada se pudo hacer pues ya había muerto.
La velaron en su casa. Le pusieron su traje de novia y su rostro, a pesar de su extrema palidez, lucía bellísimo, enmarcado por los tules y los azahares del tocado. Por fin celebró sus nupcias y esta vez no se cancelaron, pues la muerte sí es puntual.
Desde entonces –justo a las doce de la noche– se escucha el paso de una carreta que parte del Camino del Recreo hasta la Capilla de San Lucas, varios vecinos testifican que la han escuchado (Vecinos del Barrio de San Lucas, Azcapotzalco, D. F., 08/06/66).
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