miércoles, 17 de marzo de 2021

 

ANTONIO VALERIANO 

parte 2 de 4

Por Martin Borboa Gómez (Grupo Formiga)

Esta es la segunda parte de cuatro, en las que he dividido el material que deseo compartir sobre Antonio Valeriano, en fragmentos de autores que van desde sus contemporáneos, a los nuestros.  No es una colección exhaustiva ni la más completa,  pero busco que sea ilustrativa de lo que sobre ese importante personaje  se ha escrito en diversas épocas.

La introducción de esta colección se anotó en la parte 1 (publicada en febrero 2021) y la bibliografía se anotará al final de esta serie.

 

ANTONO VALERIANO (1521- 1605) OPINADO POR FRAY SERVANDO TERESA DE MIER (1765- 1827) QUIEN NACIO 160 AÑOS DESPUES DE FALLECIDO VALERIANO

Fray Servando Teresa de Mier menciona varias veces a Don Antonio Valeriano en sus “Memorias”, respecto al Nican Mopohua. Unas resultan muy informativas y le reconocen directa o indirectamente un merito respetuoso a Valeriano. Otras no tanto.

En las positivas por ejemplo está en la (pág. 80), donde dice que: “el manuscrito mexicano, que se creía muy antiguo, que es el único documento de la tradición como se cuenta, y del cual todos los autores guadalupanos no son más que paráfrasis, tradiciones y copias, es obra del indio D. Valeriano, natural de Azcapotzalco, escrita de ochenta a ochenta y dos años después de la aparición”.

O ésta de la (pág. 63), donde elogia a Torquemada y por tanto a su compañero Valeriano, de quienes nos da noticia que vivieron juntos en el Colegio. Dice que: “Torquemada es el depósito más copioso y auténtico de hechos pertenecientes al reino. Juró en su prólogo no haber dicho sino la verdad pura, averiguada con toda la diligencia posible, y lo desempeñó. Se crió desde niño en México, fue provincial, cura de indios, en cuyo favor principalmente escribió, tenía todos los manuscritos de los antiguos misioneros, escribió también  sus vidas, y con notable prolijidad y afecto la de Zumárraga. Fue guardián de Santiago, objeto de los viajes de Juan Diego; vivió allí con Don Valeriano, catedrático de aquel Colegio y autor original… de la historia de Guadalupe, asistió a su muerte, recibiendo en legado algunos manuscritos, y en fin, fue arquitecto de la calzada de Nuestra Señora de Guadalupe”.

Respecto a que hubo quien imprimió el texto de Valeriano, quizá con ello creando la confusión de la autoría, dice que (Pág. 69): “publicó a los seis meses después su relación mexicana Lasso… Boturini conjetura que imprimió algún manuscrito antiguo de algún indio de Azcapotzalco, por lo mucho que supo del reino de los tepanecas…”. “La relación que imprimió Lasso es el manuscrito de D. Valeriano, porque en efecto, era de Azcapotzalco, como Boturini  conjeturaba serlo el autor original…”.

En otras reduce el valor del texto de Valeriano, de crónica de sucesos, a ficción. Antes de pasar a ver cómo juzga Fray Servando la obra de Antonio Valeriano respecto al Tepeyac y la Virgen, conozcamos más del pensamiento de Fray Servando por sus propias palabras.

Su forma de ver las cosas lo dejó expresado en sus “Memorias”, y dice que  (pág. 6) la imagen de la Virgen no está en la tilma de Juan Diego, sino en la capa del apóstol Santo Tomás, que vino a predicar a América. Dice que el maltrato de la capa del Santo: “pudo provenir de algún atentado de los apostatas, cuando la persecución de Huémac, rey de Tula, contra Santo Tomás y sus discípulos… los cristianos la esconderían y la Virgen se la envió al obispo con Juan Diego…”. Propone (pág. 20) que: “el Evangelio ha sido predicado en América siglos antes de la conquista por Santo Tomás, a quien los indios llamaron ya Santo Tomé… ya Quetzalcohualt (sincopado Quetzalcóatl) en lengua mexicana. Porque quetzal, por la preciosidad de la pluma de Quetzalli, correspondía en las imágenes aztecas a la aureola de nuestros santos… y por consiguiente, vale como decir santo. Y coatl, corruptamente coate, significa lo mismo que Tomé, esto es, mellizo, por la raíz taam, pues en hebreo se dice Thama o Taama, y con inflexiones griegas Thomas, a quien, por lo mismo, los griegos también llamaban Dydimo en su lengua…”.


“He dicho que esta opinión es la más conforme a la Sagrada Escritura, porque Jesucristo, enviando a predicar a sus apóstoles, les mandó: Yendo al mundo entero…”. Fray Servando afirma que en tiempos del año 1 d.C. ya se sabía en Jerusalén de la existencia de América, y el paso era conocido antes de que se hundiera la Atlántida.

Explica que (Pág. 25, 26, 30): “Decir que no se conocía entonces la América es un despropósito, porque los Apóstoles  tenían ciencia infusa de cuanto importaba el desempeño de su misión. Fuera de que es falso que no se conociese la América en los primeros siglos del cristianismo… prueba con evidencia que, no obstante la sumersión de la Atlántida, que interrumpió la comunicación entre el antiguo y nuevo continente… nueve siglos, se tuvo en Europa claro conocimiento de la América…”. “En toda la América se hallaron monumentos y vestigios evidentes del cristianismo, según testimonio unánime de los misioneros…”. “Así la antigua predicación del Evangelio en América es tan cierta como gloriosa a americanos y españoles, pero no es igualmente indisputable quien fue el predicador, porque la quema que hizo el obispo Zumárraga de todos los archivos y bibliotecas de nuestros indios y que otros obispos  aun continuado, nos han dejado en esta incertidumbre…”.

Fray Servando afirma saber quiénes fueron los dos predicadores que llegaron a América: Santo Tomás y San Bartomé. (No Bartolomé, él dice Bartomé) Ya vimos que Fray Servando dice que Tomás se llama Tomé.

Dice (pág. 30 a 34):“El más antiguo no pudo ser otro que el apóstol Santo Tomás, como ellos piensan, y ésta es la opinión general de los autores. No solo porque en todas las Américas se conservó el nombre de Tomé, que no aprendieron de los españoles… en cuanto al segundo predicador que hubo en el Anáhuac… diría que había sido San Bartomé apóstol… y cuyo nombre encontramos acá en el célebre copil de Tula, que martirizo el rey Huémac y mando echar su cabeza en la laguna, donde se llamó Copilco, que quiere decir “donde está el hijo de Tomé”, y eso significa Bartomé…”. “Yo lo que advierto es que esto cuadra admirablemente con la historia del célebre Quetzalcóatl…el cual hacia ese tiempo desembarco en Panuco con siete discípulos, que después fueron venerados bajo el nombre de Chicomecoatl, o los siete Tomés…”. “Era blanco, rubio, ojos azules, pelo y barba largas y cara rayada de azul, como sus siete compañeros y como por ese tiempo lo tenían los irlandeses…  el país a donde se volvió y de donde había venido se llamaba Huehuetlapallan, que significa gran tierra colorada, y eso puede significar Irlanda; land, a lo menos, sé que es tierra…”. Fray Servando anota no ser el único que piensa en la venida del apóstol a América, dice (pág. 35): “los dos canónigos censores de mi sermón, los cuales convinieron conmigo en ser verdadera la predicación del Evangelio, en la América antes de la conquista de los españoles, y que es probable la del apóstol Santo Tomás.”

Para terminar de dar el marco de referencia con que Fray Servando juzgaba y juzgó la obra de Antonio Valeriano (casi 160 años después que éste vivió), se puede valorar este texto suyo (Pág. 38) de sus “Memorias”: “Este Señor de la Corona de espinas a quien pintaban también desnudo y con una cruz en la mano, formada con cinco globos de pluma, se llamaba por otro nombre Mexi, que pronunciado en mexicano como en hebreo, con la misma letra hebrea scin, significa lo mismo en ambas lenguas, esto es, ungido o Cristo. Por eso celebraban su fiesta todos los ungidos, y aun decían que tuvieron el nombre de mexicanos desde que su Dios les mando ungirse las caras con cierto ungüento. Es decir: que mexicanos significa lo mismo que cristianos, y a consecuencia México significa donde es adorado Cristo.

Fray Servando dio un sermón que le valió severas consecuencias, en el cual pretendía exponer diferentes ópticas del evento guadalupano, las cuales de ser ciertas modificarían la manera en que se cuenta el milagro del Tepeyac, y si no fueran ciertas, reforzarían los detalles que se narran en el milagro. En sus “Memorias”, esa dice haber sido su intención de expresar nuevos enfoques. Las consecuencias no le fueron gratas, y por ello con su nuevo texto se defiende.

Fray Servando, para subrayar la veracidad de su argumento, expone las faltas que él dice distinguir en la narración tradicional de las apariciones de la Virgen a Juan Diego. Incluso al grado de plantear que solo una de las dos versiones puede ser verdadera, la suya o la de Valeriano (Pág. 43) “Y así, una de dos: o lo que yo prediqué es verdad o la historia de Guadalupe es una comedia del indio Valeriano”. “Una comedia del indio Valeriano, forjada sobre la mitología azteca tocante a la Tonantzin, para que la ejecutaran en Santiago, donde era catedrático, los inditos colegiales que en su tiempo acostumbraban representar en su lengua, así en verso como en prosa, las farsas que llamamos autos sacramentales, muy en boga en el siglo XVI  en España y en América".  Es decir, para Fray Servando, el texto de Antonio Valeriano es texto arreglado por la creatividad  del autor para un fin didáctico, que pudiera ser representada teatralmente en la iglesia de Santiago Tlatelolco. “Y por eso hizo Valeriano a Santiago como lugar de la escena objeto de los viajes de Juan Diego, aunque natural y feligrés de Cuautitlán, y aunque quizá tampoco existía entonces la iglesia de Santiago. Es necesario optar entre los cuernos de este dilema, porque no hay medio.”

Para Fray Servando no hay puntos grises en este asunto. Blanco o negro. Su sermón es el que narra la verdad, o lo de Valeriano que tacha de comedia. Incluso pone en tela de juicio que ya hubiera siquiera una iglesia en Santiago Tlatelolco.

Respecto a ese importante detalle de si había o no dicho construcción, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) dice en su página: https://www.tlatelolco.inah.gob.mx/index.php/recorridoss/iglesia que:

 “En enero de 1522, Hernán Cortés decidió la construcción de la ciudad de México y al mismo tiempo borrar toda huella que recordara la grandeza de los vencidos. Designó a Tlatelolco como señorío de indígenas bajo el mando de Cuauhtémoc y el nombre de Santiago. En 1527 se inauguró la primera iglesia en Tlatelolco, la cual fue construida con las piedras del Templo Mayor prehispánico. La iglesia se dedicó a Santiago, el santo patrono de las huestes de Cortés, y quedó al cuidado de los franciscanos”.

El INAH dice que hay iglesia ahí desde 1527. Las apariciones fueron en 1531, por lo tanto SI había un sitio religioso católico en Santiago. Fray Servando lo pone en duda. Ignoro que podría ganar Antonio Valeriano inventando una historia así, y todavía más difícil me es imaginar que gana el INAH contradiciendo a Teresa de Mier. Lo que si veo es a Fray Servando en oposición a Valeriano en unas cosas y al INAH en otras.

Y aunque Fray Servando no distingue entre iglesia y colegio como dos cosas diferentes y edificios distintos, afirma (Pág. 75): “El Colegio de Santiago lo fundó Zumárraga en 1534. En vano se dirá que habría ya antes iglesia o convento, al que se agregó. Es imposible que en la primitiva escasez de ministros se multiplicasen los conventos en México…”.

Fray Servando insiste (Pág. 72) sobre el texto de Valeriano, afirma que: “el manuscrito está lleno de anacronismos, falsedades, contradicciones, necedades y errores mitológicos. En una palabra: es un auto sacramental, farsa o comedia hecha por Don Valeriano a estilo de su tiempo para representar en Santiago, donde efectivamente se usaba representar en prosa mexicana y aun en verso, dice Boturini que tenía dos comedias de Nuestra Señora de Guadalupe. En la de Don Valeriano es fácil designar de donde tomó la trama…”. Dice (Pág. 79 a 85) que Valeriano supo de un suceso en donde la Virgen (más bien Tonantzin, deidad prehispánica) se apareció a un pastor en Azcapotzalco, y que de ahí se copió la trama, y de esa forma daba realce al suceso de su paisano azcapotzalquense.

Expone que el hilo de la trama de Valeriano “está tomado a mi ver de otra aparición que cuenta Torquemada hecha a orillas de la Laguna en un viernes del año 1575 a un indio de Azcapotzalco… a quien apareció la Virgen en forma de india, con manto azul, es decir, en figura de Tonantzin, perpetua aparecedora de los indios antes y después de la Conquista… dióle orden de ir (a ver) al guardián de Xochimilco… y decirle de su parte avisase a las gentes que se confesasen e hicieran penitencia, porque Dios estaba muy enojado… el guardián no hizo caso del indio, pero éste repitió sus viajes con la misma demanda, hasta que entrando el guardián en cuidado con su constancia, dijo en la iglesia lo que la Virgen mandaba, que por ventura… fue de algún provecho…”. “Es muy probable que Don Valeriano quiso aludir a la aparición del indio de su tierra, poniendo en su lugar a Juan Diego, en lugar de Xochimilco colocó a Santiago (Tlatelolco), lugar de la escena, donde era catedrático, y que estaba más cerca del Tepeyac… para que esa aparición equivaliese  a la del indio de Azcapotzalco, su tierra…”. “He aquí toda la trama: vamos a ver el nexo o nudo de la comedia. Esta se compone de la historia de Tzenteonantzin, con todos los errores mitológicos de los aztecas sobre el paraíso, y de la aparición de Dios a Moisés en la zarza del monte Oreb. Para entender el plan del indio Valeriano, que era latino y de mucho ingenio, es necesario acordarse de que después de la Conquista cayeron sobre los indios las diez plagas de Egipto…”.  “Se propuso pues, el indio Don Valeriano dar a entender que así como apareció al pastor Moisés el Dios de sus padres sobre el monte Oreb, compadecido de la aflicción y esclavitud de su pueblo… y lo envió a los afligidos prometiéndoles la libertad… acá también apareció al pastorcito Juan Diego en el monte del Tepeyac, la Madre del verdadero Dios… compadecida de sus miserias, prometiéndoles con Juan Diego la antigua ternura de Madre…”. “Para desenvolver este plan, empezó Valeriano por traer a Juan Diego de pasaje para Santiago por el lado occidental del cerrillo…”. “La Virgen llamó a Juan Diego de en medio del iris, como Dios a Moisés de en medio de la zarza…”. “Si las primeras palabras: Hijo mío, Juan Diego, a quien yo amo como a más pequeñito y delicado”… no las conservó Valeriano (ya le quita el Don) por ser quizás las únicas que el pastorcito enfermo refería haberle dicho la Virgen, están copiadas  a la letra de aquellas de Dios en la escritura… todas las que siguen están sacadas de las que dijo Dios a Moisés y éste le respondió en el monte Oreb…”. “Juan Diego vuelve a la Virgen, le refiere el poco caso que se ha hecho de su mensaje, sin duda por lo despreciado de su embajador, y le ruega envíe otro de más valía. Son idénticas las palabras que dice a aquellas con que se excusó Moisés, y las mismas casi las que Dios y la Virgen dicen a sus enviados para animarlos a repetir la diligencia, sino que Valeriano añade las palabras que Dios dijo a Abraham cuando le mandó ir a Canaan…”. “El obispo pidió a Juan Diego una señal de ser la Madre del verdadero Dios quien le enviaba, y la Virgen le da las flores, como allá Dios a Moisés  la vara que también floreció. Allá, como dije, lo dio por compañero a Aarón, aquí a Juan Bernardino, su tío, a quien dice su nombre y aquí dice que quiere ser llamada Santa María de Guadalupe. Es evidente la copia, y por consiguiente, la ficción”.

Parece fácil tomar una historia llena de detalles, luego elegir un par de cosas desechando lo que no sirve a propósitos específicos, y después, basándose únicamente en lo selecto, asegurar que todo lo que otra persona hizo, es copia y por tanto ficción. Y si la otra persona tiene siglo y medio de muerto, pues más fácil.

Servando de Mier hace comparaciones selectivas, pero entre las cosas que a propósito omite comparar, resalta que Dios no pidió a Moisés que le hiciera una iglesia en el Tepeyac, Dios no se apareció a Aarón ni se comunicó con Moisés a través de la Virgen. No se presentó con una tez similar a la de la raza de Moisés ni plasmó su imagen en la tilma o capa o cobertor de Moisés. Dios no pidió a Moisés le llevaran pruebas a un obispo recién electo, en fin, podría enlistar un largo listado de diferencias entre el tema de Moisés y el de Juan Diego, demostrando que el argumento de Fray Servando, primero seleccionó el trozo que convenía a su interés y luego solo juzga dicho tramo.

Me basta decir que es útil que Fray Servando, quien critica el texto de Don Antonio Valeriano, haya dejado por escrito su propia versión: él sostiene la versión de que Santo Tomás predicó en América, donde fue conocido como Quetzalcóatl, que la Atlántida permitió ese contacto o lo hizo el estrecho camino entre Asia y América, y que la pintura que contiene la imagen de Nuestra Señora que se exhibe en la Basílica está en realidad la capa de Santo Tomás, que siglos después, la Virgen le daría a Juan Diego en el Tepeyac.

Fray Servando argumentó varias veces no haber negado el milagro guadalupano, sino haberlo en tal caso engrandecido con los antecedentes que él le adjudicó en su sermón.

Dice Alfonso Junco en su libro “El increíble Fray Servando. Psicología y epistolario” (pág. 11) que el fraile: “Tenía 31 años de edad, cuando pronunció en la Colegiata, el 12 de diciembre de 1794, ante el Virrey, el Arzobispo y lo más granado de la metrópoli”. Como hubo desagrado por sus palabras: “el arzobispo Nuñez de Haro, hombre de merito y de altura, recogiendo el escándalo que suscitó en los oyentes y cumpliendo su deber –no por odio, ni envidia, ni torpeza- abrió causa al estrambótico predicador, de la cual salió privado del derecho de cátedra, pulpito y confesionario, y condenado a cumplir una reclusión de 10 años en el convento de las Caldas, de España”.

Dice Junco que (pág. 14), el 15 de julio de 1822, cuando Fray Servando ya era diputado por Nuevo León, en el Congreso constituyente, luego de lograda la Consumación de la Independencia mexicana por Don Agustín de Iturbide y su exitoso Ejército Trigarante, Fray Servando dijo: “Los mejicanos que en el año 1794 me llenaron de imprecaciones, creyendo que en un sermón había negado la tradición de Nuestra Señora de Guadalupe. Los engañaron: tal no me había pasado por la imaginación; expresamente protesto que predicaba para defenderla y realzarla”. Y aconseja (pag. 15): “Fray Servando es todo un caso psicológico. Muy en serio, resulta imposible. Risueñamente hay que tomarlo –y disfrutarlo- como era.”

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