domingo, 8 de marzo de 2020






LA NIÑA DEL SOMBRERO


Por Edith Acosta.

Me llamo Edith Acosta. Vivo en la Unidad Cuitláhuac y trabajo en uno de los
almacenes que están sobre la avenida Cuitláhuac. Cubro el turno de la noche. A esas
horas todo es silencio. Muy lejos se escucha, ocasionalmente, el ulular de las sirenas de
las patrullas que hacen su rondín o de una que otra ambulancia. El transcurrir de las
horas es lento y las ocupaciones que desempeño se hacen interminables. La mayoría de
la gente descansa, pero nosotros trabajamos para dejar todo listo para la mañana
siguiente. En una de esas noches, se escuchó ruido en el departamento de juguetería, y
el compañero que le tocaba esa área se acercó a mí muy asustado…

-Alguien anda por allí, ¿No será un ladrón? Se preguntó él mismo.
Los ruidos cesaron. Revisamos la tienda y no encontramos nada fuera de lo
normal, excepto unos juguetes en el suelo. Estaban mal acomodados y se
cayeron–pensamos– y seguimos con nuestras labores cotidianas. Al otro día se
escucharon nuevamente ruidos. Mi compañero rastreó por medio del sistema cerrado de
televisión toda la tienda y se quedó paralizado mirando el monitor: Ahí aparecía el
rostro de una niña, vestida de amarillo, con un sombrero cubierto de flores blancas, de
ocho años aproximadamente, con una gran pelota entre sus manos; lo mira fijamente a
través del monitor, su mirada es triste, muy triste. El siente un frío que recorre todo su
cuerpo. La niña juega unos minutos con la pelota y desaparece de la pantalla.

-¡Edith! ¡Edith! ¡Hay una nena en el departamento de juguetes!
Apresuradamente nos dirigimos al lugar donde supuestamente se encontraba, pero
no vimos absolutamente nada. Buscamos cuidadosamente por todos lados y no la
encontramos, sólo estaba la pelota fuera de su lugar; seguimos buscando por toda la
tienda, y nada. Pasaron los días y nos olvidamos del incidente, pero la niña volvió a
aparecer, pero ahora acunaba una muñeca rubia entre sus brazos. Claudio la volvió a ver
en el monitor, aunque esta vez apareció en su cara una tímida sonrisa, y esos ojos tristes
se volvieron a clavar en su alma. Grabó la secuencia para observarla después con más
detenimiento. La estuvo observando por un breve tiempo y miró cómo se desvanecía y
cómo caía la muñeca hasta el suelo. Tenía la grabación, se apresuró a pasarla otra vez:
en la pantalla aparecían los anaqueles repletos de juguetes, la red con las pelotas, los
muñecos de peluche, todo, menos la niña, además se observaba una muñeca que flotaba
y luego caía. Sintió que un intenso frío recorría su cuerpo.

Edith contó a sus vecinas lo sucedido y una señora le dijo: “hace tiempo frente a
esa tienda atropellaron a una niña de ocho años, es su alma que no descansa porque
todavía no era su tiempo para morir”. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario