LA NIÑA DEL SOMBRERO
Por Edith Acosta.
Me llamo Edith Acosta. Vivo en la Unidad Cuitláhuac y
trabajo en uno de los
almacenes que están sobre la avenida Cuitláhuac. Cubro el
turno de la noche. A esas
horas todo es silencio. Muy lejos se escucha,
ocasionalmente, el ulular de las sirenas de
las patrullas que hacen su rondín o de una que otra
ambulancia. El transcurrir de las
horas es lento y las ocupaciones que desempeño se hacen
interminables. La mayoría de
la gente descansa, pero nosotros trabajamos para dejar todo
listo para la mañana
siguiente. En una de esas noches, se escuchó ruido en el
departamento de juguetería, y
el compañero que le tocaba esa área se acercó a mí muy
asustado…
-Alguien anda por allí, ¿No será un ladrón? Se preguntó él
mismo.
Los ruidos cesaron. Revisamos la tienda y no encontramos
nada fuera de lo
normal, excepto unos juguetes en el suelo. Estaban mal
acomodados y se
cayeron–pensamos– y seguimos con nuestras labores
cotidianas. Al otro día se
escucharon nuevamente ruidos. Mi compañero rastreó por medio
del sistema cerrado de
televisión toda la tienda y se quedó paralizado mirando el
monitor: Ahí aparecía el
rostro de una niña, vestida de amarillo, con un sombrero
cubierto de flores blancas, de
ocho años aproximadamente, con una gran pelota entre sus
manos; lo mira fijamente a
través del monitor, su mirada es triste, muy triste. El
siente un frío que recorre todo su
cuerpo. La niña juega unos minutos con la pelota y
desaparece de la pantalla.
-¡Edith! ¡Edith! ¡Hay una nena en el departamento de
juguetes!
Apresuradamente nos dirigimos al lugar donde supuestamente
se encontraba, pero
no vimos absolutamente nada. Buscamos cuidadosamente por
todos lados y no la
encontramos, sólo estaba la pelota fuera de su lugar;
seguimos buscando por toda la
tienda, y nada. Pasaron los días y nos olvidamos del
incidente, pero la niña volvió a
aparecer, pero ahora acunaba una muñeca rubia entre sus
brazos. Claudio la volvió a ver
en el monitor, aunque esta vez apareció en su cara una
tímida sonrisa, y esos ojos tristes
se volvieron a clavar en su alma. Grabó la secuencia para
observarla después con más
detenimiento. La estuvo observando por un breve tiempo y
miró cómo se desvanecía y
cómo caía la muñeca hasta el suelo. Tenía la grabación, se
apresuró a pasarla otra vez:
en la pantalla aparecían los anaqueles repletos de juguetes,
la red con las pelotas, los
muñecos de peluche, todo, menos la niña, además se observaba
una muñeca que flotaba
y luego caía. Sintió que un intenso frío recorría su cuerpo.
Edith contó a sus vecinas lo sucedido y una señora le dijo:
“hace tiempo frente a
esa tienda atropellaron a una niña de ocho años, es su alma
que no descansa porque
todavía no era su tiempo para morir”.
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