DOCTORA YOLANDA
PAREYON MORENO
Por Martina Rodríguez García, Cronista de Azcapotzalco.
Estamos celebrando a la mujer de la ciudad de México.
Al decir mujer tenemos
que celebrar principalmente a aquella mujer
que hizo algo por su pueblo, que aun lo recordamos todos.
Les voy a hablar de la Doctora
Yolanda Pareyón Moreno, y principalmente con sus palabras.
“Y principio el
tiempo de recoger la semilla”, por Yolanda Pareyón Moreno.
Esta crónica contiene los recuerdos que se van acumulando
cuando una persona que ama la tierra en
donde ha crecido, rodeada de la historia de un lugar muy especial como es
Azcapotzalco.
Muchas personas fuimos las que convivimos con Yolanda,
amante de comunicar lo que ella llevaba
en su corazón, y lo que vivía día con día.
Escribía lo que veía en los alrededores, las veredas, las hormigas, la refinería “18 de Marzo”, el rio
consulado, el camino a la Basílica de Guadalupe, las calzadas y las escuelas,
con el ruido interminable de voces y risas que muy alegres quedaban tras las paredes
y jardines de la escuela.
Yolanda escribió y logró por sus propios medios hacer un
libro que tituló “Por donde pasaron las
hormigas”. Después lo repartió a todos sus amigos, a las bibliotecas de
Azcapotzalco y a su familia.
Me alegra mucho recodar a Yolanda, y como ella era parte del
Consejo que se formó para conservar el archivo de Azcapotzalco, y fue la
primera persona que llevó un mueble, un estante para archivar los libros,
correspondientes a la historia de este lugar.
Yolanda participaba en grupos de lectura, en el conocimiento
de las hierbas medicinales, por amor a su profesión de doctora, investigaba
para poder ayudar.
Recuerdo una entrevista que le hicieron, y cuando se integró
al grupo de Cronistas de Azcapotzalco, en un boletín del año 2000. Ya integrado
el Consejo de la Crónica de Azcapotzalco. Después en un libro llamado “Colección
reflejos e imágenes de Azcapotzalco No. 1. Crónicas, historias costumbristas y
urbanas, del Consejo de la Crónica, Pacmic,1999, Azcapotzalco 2000.
En la sección de personajes dice así: “El 26 de abril de 1923 nació una niña muy hermosa con unos ojos azules
y una sonrisa que le harían carismática en su juventud, Yolanda Pareyón Moreno”.
Yola, la llamaríamos cariñosamente. En las calles de
Venezuela vio la primera luz en aquella entonces Ciudad de los palacios. Sus padres fueron el coronel Eduardo Luis
Pareyón Azpeitia y María Asunción Moreno de Pareyón.
Poco tiempo vivieron en las cercanías de Santo Domingo, pues
cambiaron su residencia a la Colonia
Clavería, en Azcapotzalco. En aquellos tiempos la colonia empezaba, la
avenida principal estaba dividida por un camellón en que se levantaban
majestuosas palmeras. Donde está el mercado había caballerizas, y la colonia
estaba rodeada de llanos y solares. En los alrededores todavía se podía
disfrutar de bosquecillos y huertas pletóricas de fruta y por los caminos
vecinales que atravesaban la localidad.
Yolanda cursó sus estudios de educación primaria en el Colegio Morelos, en Tacuba, y en la
escuela José Arturo Pichardo, caracterizándose
por la vivacidad e inteligencia.
La enseñanza media la cursó en la Secundaria No. 2 en el barrio de Santa María la Ribera, de ahí
pasó a la Escuela Nacional de Maestros,
para cursar la carrera de profesora de Enseñanza Primaria. Años más tarde ingresaría
a la Universidad para estudiar medicina.
Como maestra trabajó en Iztapalapa, y el mayor tiempo aquí
en Azcapotzalco, donde sus alumnos la recuerdan con mucho cariño.
Cuando nos regaló su libro
“Por donde pasaron las hormigas”
nos dijo: “con los años todo se acaba,
pero antes de que la memoria se borre, se presenta este sencillo testimonio de Azcapotzalco
de alma campirana, dador de hombres laboriosos, progresistas, heredamos el empuje
de aquellos tepanecas que habitaron en palacios, y que hoy como ayer, dan una
gran pujanza, lo mejor que poseen para este México nuestro”.
Con Yola también hablamos del Códice Badiano, de lo
importante que es para el estudio de las plantas, las enfermedades y la manera
de curarlas. El acierto del médico indígena que hizo originalmente esta Códice,
Martín de la Cruz, para el año 1552, traducido al latín por Juan Badiano,
tlacuilos o escribas de Xochimilco, Martín de Zacapan, y Juan de Chililico, hoy
barrio de la Santísima en Xochimilco, el barrio indígena.
Aunque la versión del latín al español la hizo Ángel María Garibay, y fue publicada en
1964 por el Instituto Mexicanos del Seguro Social en forma facsimilar. Llevado el
Códice a España, y posteriormente a la Biblioteca Vaticana, en Roma.
El día 8 de mayo de 1990, el Papa Juan Pablo II, regresó el Códice de la Cruz Badiano,
entregándolo al gobierno mexicano.
Su consultorio de Yola en el que ejercía como médico estaba
en la colonia Prohogar. Como recuerdo aquel día que preocupada por la salud de
mi hija, llamé a Yola por teléfono, platicamos un poco, le informe de la salud
de Martha. Ella escuchó mi voz y con eso le dije la urgencia que tenía, que
ella como médico acudiera a auxiliarme. Me dijo: “en unos minutos estoy en tu casa, no te preocupes”. Al llegar la
observé y observó a mi hija y habló con ella.
Con tu voz calmaste su angustia y dolor, con palabras tan
hermosas como tus poesías, y nos aconsejaste levantar el ánimo. Mi esposo y yo
vivíamos agradecidos de tu ayuda y de la lectura que hiciste de unas de tus
crónicas, la “del castillito”.
Con Yola también hacíamos una revista llamada “Buscando rumbos”, y todos los que de
una u otra forma tenemos relación con esta publicación, sentimos enormemente el
fallecimiento de nuestra amiga y colaboradora, la Doctora Yolanda Pareyón
Moreno.
Un diez de junio, al iniciar el nuevo siglo, dejó de vivir.
Sin embargo, su vida como la de todas las personas nobles, nos dejan muchos y gratos
recuerdos que no permitirán que se extinga su existencia.
No todas sus palabras quedaron plasmadas, faltó tiempo, pero
nos ha dejado este poema:
“Y principió el
tiempo de recoger la semillas”
“Busqué en el erial
donde sembré la mía, aun sabiendo que nada encontraría, ni flor ni fruto: algo
que hable de presencia: Tampoco me recuerdo labrando en la piedra del camino, de
aquel sendero de la vida, dónde un día, muy hondo creí estaba mi huella”.
Yola, te recuerdo con tu cutis bronceado por los rayos del
sol y el viento, muy cerca del volcán
Popocatépetl, en Yecapixtla. Ese lugar donde construiste tu casita, y con
afecto nos recibías mientras disfrutábamos de la charla, la carne asada, y la música alrededor de la fogata.
Tu alma cálida cumple veinte años de haberse entregado a
Dios en otro plano superior.
Amiga Yola, Doctora de corazón, de cuerpo y alma, estás en
mis pensamientos, veinte años de tu ausencia no son cualquier cosa, porque me
hace falta tu risa, tu charla amena, y tus remedios caseros, y los de patente,
y los de corazón, en los que eras la mejor especialista del mundo.
Sanaste el cuerpo y el alma de quien en ti confiaba. Extraño tus palabras, tu mirada hermosa,
apacible, y el movimiento de tus manos señalando los sembradíos, donde abundaba
el tomillo, la manzanilla, y la yerbabuena, el fruto del capulín, recuerdo las
gotas de té de manzanilla, chamomilla para los ojos rojos, por las desveladas, el
llanto o el smog.
Explicabas la propiedad de las plantas y vegetales, con sus
virtudes medicinales, más o menos útiles, decías.
Hay muchas cuya virtud es tan recomendable y tan general su
uso, que no podemos abstenernos de enumerarlas, como una pequeña muestra de la riqueza vegetal: Las malvas, y entre
ellas la tea, la linaza, la loba, la savia, la chía, el toronjil, el cedrón, la
borraja, adormidera, la amapola, la violeta, el sauco, la zarzaparrilla, el
guayacán, y muchas más de estas llamadas hierbas medicinales, que contigo se
podía platicar y saber del uso de cada una. El gordolobo para curar la tos, el orégano con
tomillo y piloncillo o queso de tuna para los cólicos premenstruales, el romero
para el aire en los oídos, así como también nos hablabas del aceite de ricino para
curar las impurezas en el estomago de los niños. Así eran curados y también vitaminados
con la blanca emulsión de Scott, aquel frasco de color ámbar que en la etiqueta
tenía dibujado un enorme pez, explicando que era de hígado de tiburón. ¡Ya se
imaginan la cara que ponían los niños cuando les daban eso para tomar!. Como
olvidar esto.
Que en tu querido Azcapotzalco viviste, además de lugares, cosas,
casas, jardines, la refinería en tus maravillosas crónicas. Como nos narrabas de
tu libro, aquel fragmento: “También
había hormigueros en Clavería”.
“Pues bien, para llegar
a Clavería, el viajero se bajaba del camión o del tranvía, en donde estaba
aquel agradable kiosquito de techo con tejas rojas que cubrían a una banquita
de piedra con un respaldo, para formar un doble asiento. Uno de estos miraba
hacia la avenida y el otro a la banqueta,
por donde pasaban los vecinos, a los cuales, les enviaban un cordial saludo, los
colonos que ahí se sentaban, ya sea para esperar su transporte, o simplemente
desde ese lugar contemplar el deslizante tiempo”.
Nos contabas de tu investigación sobre las hierbas de Clavería, la entrada
campirana de esta hacienda, era por la antigua calzada de Camarones, sitio más
o menos localizado actualmente por donde se encuentra un restaurante Vips. Esa
puerta se alzaba inhiesta, solitaria, y pintada de azul, con sus grandes hojas
de madera, asomándose sobre los tiernos elotes de los maizales, pero más allá
de la glorieta de Camarones, la mirada se perdía allá a lo lejos, por entre terrenos
divididos por verdes y esponjadas moreras que blanqueaban caminos, los que servían
para separar parcelas, sembradas cuidadosamente de coles, lechugas, nabos, rábanos,
coliflores, zanahorias, cultivadas y cuidadas por laboriosos japoneses,
propietarios de esas extensas hortalizas, las cuales llegaban hasta las
acequias que estaban a lo largo de la vieja calzada de Camarones, camino muy
antiguo que iba directamente hasta el fabuloso mercado de Tlatelolco, de la época
precortesiana. También reflexionabas como el Jardín de los Vagos, fue el lugar escogido por algunos borrachines
para dormir la mona, también fue elegida por gente sin oficio ni beneficio,
para efectuar ahí sus reuniones sociales en donde trataban álgidos temas sobre
la vagancia, el ocio, la flojera, el “ahí se va” y “el me vale”, lo que
constituyó motivo mas que suficiente, para llamar a ese lugar “El Jardín de los Vagos”
También se cree que este nombre fue puesto por las mamás del
rumbo quienes hartas de las travesuras de sus hijos, dentro del hogar, los
mandaban a vagar al jardín de enfrente. Las madres usaban muy bien esos viejos
trucos, y ahora el jardín tiene la efigie de Margarita Maza de Juárez.
Querida Yolanda, una oración 20 años de tu presencia en
nuestros recuerdos, en mi pensamiento, doctora del corazón, gracias, Yolanda
Pareyón Moreno.
Su hermana Olga nos contaba lo traviesa que era cuando niña
la doctora, y ellos estudiando su hermano Eduardo también, arqueólogo, que hizo
trabajos en lo que es la pirámide de Tenayuca, Gracias doctora Yolanda Pareyón
Moreno.
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