domingo, 17 de abril de 2022

 

MANUEL ACUÑA EN LA CONCHITA

Por: Gustavo Aquino


Comía su torta con ahínco. Lo devoraba en aquella jardinera donde paso todos los días. Le preocupaba que a su lado nadie se sentara, si acaso permitía que alguna señora, de aquellas que casi lloran, que ruegan, que casi te golpean, entonces él cedía. Y las veía esperando un camión que las alejara de ese lugar.

El trolebús para los adultos mayores, concluía, aun así las acompañaba y ayudaba a subir

Como es gratis para ellas.

Su jardinera era muy pequeña, ubicada a unos metros de la entrada a la Capilla de la Conchita. A veces su mirada iba a dar al atrio de este templo religioso. Se veía al fondo un templete debajo de una lona y algunos árboles, y a lado derecho, las puertas de una madera casi derruida, antigua, ahí estaban dos capillas juntas, la primera tiene como techo una lona grande, es lo que se llama capilla “abierta”. La segunda era la que tiene ese antiguo portón que te podría contar lo sucedido en Azcapotzalco hace unos quinientos años.

Tal vez él no sepa que estas son capillas son del siglo XVI, construidas por los frailes dominicos, y que abajo está enterrado un teocalli de la época tepaneca. El atrio es pequeño, se ve desde la banqueta, y tiene una salida del lado del callejón de la Conchita, hermosa calle, que va a dar a la Avenida Azcapotzalco.

Tan solitario que inspiraba ternura y solidaridad, lo vi acomodando autos en aquel estacionamiento, a un lado de las capillas, tan pasivo, caminaba y su miraba comunicaba una melancolía que lograba apabullarte y desviar tus ojos a otros lugares, hacia las revistas de puesto cercano por ejemplo.

Llegué a escuchar que le decían el Doctor “Simins”, y de verlo bien sí podías relacionar su aspecto con este personaje, o al menos con esa botarga caricaturesca.

No le preocupaba aquel apodo. Mantenía su aspecto serio.

La única vez que escuché su voz fue cuando intenté sentarme en aquella jardinera, me dijo “señor no se siente allí por favor”, lo obedecí. Yo esperaba el transporte público.

La última vez que lo vi caminaba por Manuel Acuña, rumbo al metro camarones, “lo veré mañana”, pensé, pero no fue así, y no apareció en los siguientes días.

Nadie ha ocupado su lugar, y sin nadie que moleste, aprovecho para sentarme en la jardinera para devorar un sándwich, en tanto llega la hora de abordar el transporte, que me alejará de mi trabajo, y del centro de Azcapotzalco.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario