viernes, 14 de junio de 2019



LA BUSQUEDA
Por: Gustavo Aquino

Arremangándose la camisa Eustaquio pensaba que lo más obvio era ir a la UAM de Azcapotzalco, al área de ingeniería, ni más ni menos. Eso implicaba pasar por Tacuba, Clavería, Nextengo, el metro. La Reynosa, y recordar esos huaraches tostaditos repletos de todo: salsa picante, carne, o lo que pidas (chorizo, queso, que para que no se derramen tienes que estirar la lengua, o meter las manos para no perder ese manjar, tendidos en esa mesa sin mantel), creo que se llamaban Huaraches Mac.
UAM Azcapotzalco

“La primera vez que fui a Azcapotzalco, fue en trolebús, aún recuerdo la vez acompañé a Inés al CCH, tomamos un trolebús directo: de la Bondojo hacia un barrio tepaneca. Uno de los primeros viajes, larguísimo, que hice en la ciudad. Aún no existía ese puente sobre la avenida Cuitláhuac, a la altura de la raza, el trolebús tenía que dar una vueltezota por la terminal del norte para retomar la avenida antes de vallejo.”

“Y después de vallejo comenzaba la larga travesía, hacia un antiguo territorio que ha cambiado totalmente su fisonomía. Recuerdo puentes peatonales y camellones verdes, mucha vegetación por cualquier lado, era raro que el trolebús se llenara, tan grande y tan infinito, tanto espacio por llenar. Eustaquio evocaba cómo el trolebús avanzaba tragando pedazos de avenida, en su lento trajinar se veían viejos edificios, tantos árboles sobre aquel camellón, y hasta un letrero anunciando un criadero de truchas donde se podía atrapar la trucha deseada, que posteriormente sería cocinada al gusto“
“Lejos quedaban los días antes de que nos invadiera Wal Mart, McDonalds, en que la UAM se estaba estrenando, aún no había metro”. Esto lo pensaba, y escribía a ratos Eustaquio, quien llegó en metro a Azcapotzalco y de allí a la UAM. Había nuevas líneas de metro y nuevas terminales de microbuses. Después, la desaparición de aquel restaurante de comida española en el centro de Azcapotzalco (despachaba una quesque española, de vestido largo y frondoso que revelaba ser una chintolola), en Clavería aparecieron cafetines y restaurantes bonitos, acogedores. Y plazas comerciales, a costa de destruir cines populares y fachadas históricas y destruir árboles y remembranzas de antiguas rancherías y jinetes de a verdad lazando becerros, conduciendo carretas llenos de trigo, alfalfa, y leche, no de polvo. Leche de a verdad Eustaquio tenía que regresar, no importa solo, tenía la visión de estar sentado en una de esas mesitas charlando animadamente con Argelia, Judith, o Celia. Y ahora que estaba en la entrada de la UAM, que no era lo que él conocía, se sintió un extraño, no conocía a nadie de allí, sabía que algún compañero de sus épocas daba clases. 

Todo tan diferente. La avenida estaba llena de comerciantes ambulantes, y hasta una papelería funcionaba en plena banqueta. Entró al recinto universitario como se entra a un túnel del tiempo, los primeros edificios seguían pero le asombró los cambios y la amplitud de las nuevas instalaciones.
Ahora resulta que hasta tenían nuevas esculturas, de un tal Vicente Rojo y Sebastián (qué bajo hemos caído se dijo al recordar que Sebastián hizo unos engendros e algún municipio gobernado por un cacique priísta, cobrando una buena lana). Caminó hasta el otro extremo, donde están los laboratorios pesados, era como un bicho raro, no reconoció a nadie. Después se dirigió a los salones de ingeniería y preguntó al azar, no sabía ni el grado, ni de amigos, nada de Ramiro, de hecho no podría hacer una descripción física de él. No era alto, ni gordo, casi moreno, ¿el pelo?, “sepa la bola”, eso sí los ojos muy abiertos y oscuros, ¿cómo se vestiría últimamente, seguiría las modas, desfachatado, formal, sucio? No lo adivinaba, sólo recordaba un suéter café que invariablemente usaba, cuando tenían oportunidad de verse, tal vez serían sus mejores garras, que para un niño estaba bien.

Consternado se sentó en una jardinera, no desaprovechaba la oportunidad de ver a los estudiantes, hombres, mujeres, grandes perspectivas, un gran futuro. Tenía enfrente una gran plaza roja inundada que en el fondo albergaba la biblioteca. Allí estarían flotando la Diosa Blanca, libros de alquimia, libros raros de un tal Roque Dalton. En cada estudiante se imaginaba a su hermano que caminando feliz. Hacia él, pero no lo veía. Decidió ir al lugar donde vivía antes el Ramiro, por el rumbo de la Río Blanco, caminó hacia lo glorieta de camarones y abordó aquel trolebús destartalado. De un microbús delantero vio bajar a un tipo semigreñudo con una guitarra colgando a sus espaldas. Un trovador, pensó el Eustaquio, ojalá se subiera aquí, no estaría de más alguna variedad, pero alcanzó a ver que se subía a un autobús que rebasó a su trolebús. Llegaron a Vallejo y vio al trovador sentado en la banqueta, la guitarra recargada en él que estaba a punto de caer, con lo cual intuyó que Ramiro se estaba durmiendo. ¿Ramiro? ¡Ramiro! Recordó que su hermano tocaba la guitarra, y reconoció la guitarra. Le gritó al chofer, ¡bajan! Casi pateó la puerta para bajar. De reojo alcanzó a ver que se adentró otra vez hacia Azcapotzalco. Corrió hasta la esquina donde no había nada. Atravesó de regreso la avenida vallejo, sin darse cuenta ya estaba en la ProHogar. Esta vez, no encontró a su hermano.

2 comentarios:

  1. UAM hablar de esa escuela es recordar que mi hijo tuvo la oportunidad de estudiar ahí y no quiso por los baños según el muy feos, niño acostumbrado a ir a escuelas particulares pero bueno soñé que estudiaría ahí pero bueno si es Ing. Químico pero de INITEC, PERO ME DA GUSTO QUE HABLES DE MI AZCAPOTZALCO FELICIDADES AQUINO!

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