EMMA GODOY, PAPEL
DE LAS RELIGIONES
Por Don Nayarito Cantalicia (Grupo Formiga)
La intelectual Emma Godoy, vecina por muchos años de la Colonia Nueva Santa María, Azcapotzalco, hasta su fallecimiento, dejó mucho de su pensamiento en libros, videos, grabaciones radiofónicas, etc. El conocimiento que logró reunir es vasto y profundo. Se adentró en infinidad de áreas de la vida y el saber. Sus restos reposan en la Rotonda de las Personas ilustres en el Panteón de Dolores. Por ese merecido honor, es fácil deducir que cualquier extracto, fragmento u obra entera de ella, que uno pudiera consultar, será de gran provecho. Por eso me parece importante que el público de “La hormiga en línea” cuente con algo de ella, aquí, en su gustada revista.A continuación presento un extracto del libro “La mujer en su año y en sus siglos”, Editorial
Jus, S.A. de C.V., México, 1975. Este
libro lo pude consultar en la Biblioteca
pública Fray Bartolomé de las Casas, en el centro de Azcapotzalco. Está
clasificado con la clave: 305. 4 / G 62.
Si alguien lo desea hojear en la biblioteca, puede dar esta clave al personal y
fácilmente lo hallarán.
Reproduzco el epílogo de la obra, que es un perfecto
resumen. Esta obra de la Maestra Godoy pretende iluminarnos y advertirnos.
“EPILOGO
“¿Qué papel tienen las religiones en el mundo contemporáneo?
El mismo que tuvieron en lo pretérito y tendrán en el
futuro: comunicarnos con la Santidad de Dios.
Debo aclarar que las del culto a la Serpiente –que proceden
del tronco matriarcal- han insistido por milenios en el objetivo de unirse a
Satanás para que él comunique al hombre sus prodigiosos poderes.
Más las múltiples religiones del Sol alado, provenientes de
la inicial revelación divina al primer hombre, coinciden con el cristianismo en
todo lo básico: en un Dios Unitrino,
Eterno, Omnisciente, Creador y Amo del Universo, Remunerador. (Su
politeísmo resulta aparente, pues se les llama “dioses” a los ángeles y
demonios). También sostienen la inmortalidad del alma y su necesidad de
purificación por la interioridad y la ascética. Creen en el cielo, el infierno,
el purgatorio (al que conciben como transmigración); saben de la batalla
celeste de los ángeles y los diablos; creen en el pecado original y, muy
frecuentemente, en la Encarnación del Divino Verbo en el seno de una virgen
(Krishna, por ejemplo). No obstante, han desfigurado la primitiva verdad y sólo
el cristianismo cumple la divinización o santificación humana. Veremos por qué.
Yerra J. P. Sartre al decir que “el hombre es una pasión
fallida de ser Dios”. Por el contrario,
el mismo Dios lo quiere: la religión nos iza para trasponer los límites humanos
y hacernos partícipes de la Naturaleza divina.
Por la Gracia el hombre llega a ser más, mucho más que
hombre. El cristianismo logró este supremo destino, en tanto que otras
religiones, aun siendo solares, se frustran por haber mezclado la verdad con las falacias del culto serpentino y,
sobre todo, les falta algo. Helo
aquí.
La arquitectura antigua no se propuso expresar lo que hoy
llamamos sentimiento estético o belleza,
solo quiso exponer la dogmatica religiosa. Lo hicieron valiéndose de símbolos,
especialmente los matemáticos. (Piénsese, verbigracia, en que todavía en el
Medievo las catedrales góticas se fundan en los números 3 y 7: lo “divino” y lo
“perfecto”). Un monumento de la antigüedad es teología en piedra.
Pues bien, a la incomparable Pirámide de Cheops se refirió
el profeta bíblico (¿Isaías?) cuando declaró que en mitad de la tierra de
Egipto se erigía un monumento a Yahvé Dios. La Gran Pirámide cela datos
cosmológicos exactísimos que ahora se están descifrando; pero sobre todo,
encierra el misterio teológico de la divinización de la creatura.
Respecto a esto último se vale de los números 3 y 4:
triángulo y cuadrado. En aquella época los números eran, además, conceptos: los
nones pertenecían al bien, a los pares les asignaban el mal. Aun hoy el 3 sigue siendo sagrado; contiene
nada menos que la idea de lo divino, de lo santo. El 4 simbolizaba antaño, ya
la materia prima, oscura, caótica, ininteligible; ya el universo material “que
gime” (según San Pablo); o bien, la humanidad necia que vuelca sus afanes hacia
las cosas exteriores, la humanidad mundana.
Un cuerpo geométrico piramidal puede tener como base un
polígono cualquiera. En el edificio de Yahvé se eligió para la planta el cuadrado, que significaría a dicho hombre cosificándose por verterse en
asuntos exteriores. Más a esta base se sobrepondrían los triángulos que son el camino
de la santificación.
¿Qué camino es ese? (Tao, llaman los chinos al sendero que
debe recorrerse en la mente para lograr la plenitud). ¿Qué camino? Sigamos a
los triángulos. Los triángulos, al elevarse, lo hacen oblicuamente buscando
–para alcanzar el vértice- el CENTRO de la base. ¡El centro! El camino es la
con-centración.
Para divinizarse, el
hombre, mundano, de suyo, ha de abandonar lo externo y volverse hacia dentro de
su psiquis hasta encontrar, como los triángulos, el centro de sí mismo. Al dar
la espalda a la mundanidad y adoptar la vida anímica se irá elevando
necesariamente hasta la cima espiritual que colinda con Dios. “Pirámide” viene
de la voz copta “pyrama”, que significa “altura”.
Estupendo simbolismo; no podían haber elegido otro mejor los
iluminados sacerdotes arquitectos para expresar la manera de comunicarnos con
la santidad de Yahvé.
Diéronle, pues, al monumento, la planta cuadrilátera que se
hunde en la tierra tenebrosa. Pero de allí vienen a arrancar hacia arriba los
aéreos triángulos hasta unirse en el centro a lo alto. Se ha vencido a la
materia originaria, se ha alcanzado el espíritu. El problema del cuadrado
–nuestro problema- se resuelve con el triángulo. El 4 puede, si queremos,
convertirse en el 3 sobrenatural.
Podrá la tiniebla ser vencida por la luz. Es posible que lo
humano se transforme en divino. Ello dependerá de nuestro desapego a lo
exterior y nuestra conversión a la vida interior. Será la vida contemplativa la
que nos conduzca al centro de nuestra alma, donde se halla – sepultada entre
tanta materia, entre tanta ceniza- la chispa divina. Allí está.
Tenemos que sacudirnos la ceniza para que refluja el rayo de
luz del Sol Eterno. Hemos de descubrirnos a nosotros mismos. “Verdaderamente tú eres un dios
escondido”.
Cada hombre va a colocarse en alguno de los diversos niveles
de elevación. Hay hombres-tierra que no aceptan levantarse. Y ha habido
hombres-coma: los místicos.
Empero nos molesta un punto muy inquietante: adrede los
sabios teólogos egipcios dejaron sin colocar una piedra… ¡y precisamente el
sillar de la cumbre! El de la realización, el que fundirá a la tierra opaca con
el azul firmamento, donde se consumaría la divinización del hombre al
comunicarse con la Divinidad. Queda trunca la sublime empresa humana de
santificarse. No alcanzará la cima… porque la cima se halla ausente. Sin esa
piedra, inútil la magna ascensión: ¡falta
algo!
Y ahora viene lo extraordinario. Siglos después, el Verbo se
hizo hombre, y Jesucristo afirma de Sí mismo: “Yo soy aquella Piedra que vosotros no pusisteis al edificar”. ¡Así
que lo que faltaba era el Verbo Encarnado! ¡Faltaba Dios mismo! Ahora todo es
perfecto: Jesucristo es el vértice
penetrante que corona el esfuerzo humano de los meditabundos y nos pone en
comunicación con el Urano infinito. Ya no falta nada. Aunque el hombre no pudo
alzarse hasta el Altísimo, fue el propio Altísimo el que, amándonos, descendió
hasta la carne para elevarla hacia Sí.
Los sacerdotes del Sol ya esperaban –con esperanza, cierta,
y lo dijeron al pueblo – que la Piedra Diamante habría de bajar del cielo. La
santificación vio de arriba, en efecto.
Por Cristo Cúspide derrama el Padre su Semen Santísimo en el
centro del alma de los místicos. De ahí se esparce hacia abajo, como la luz en
un arco iris, para infundir a todos, en mayor o menor grado, los VALORES
eternos – que por acá mundanamente apellidamos culturales -. En el corazón de
los monjes se guarda la clave de todas las soluciones a todos los problemas.
Son loas ascetas absortos, los inmediatos al Sillar diamantino, quienes
reciben, para comunicárnoslo, todo bien. (Comunicación por vía mental profunda,
semejante a la iluminación angélica). Humanidad desposeída de esta casta de
hombres arrobados, ¡que terrestre, que sollozante, que oscura!
Más, en el caso inverso, otras religiones solares –no
cristianas- y con fieles espiritualismos, permanecen sin embargo con su
monumento truncado. Pues únicamente con Cristo se cumple la pirámide. Solo con Él ya no seremos más una “pasión
fallida de ser Dios”.
El cristianismo hoy, como ayer, como mañana –no importa que
hoy los cristianos parezcan olvidarlo y caigan hacia el cuadrado- , ¡es el
triángulo! Es el Tao, la verdad y la vida. Desmundaniza para deificar. ¡Del 4,
al 3! Nuestra suprahumana e ineludible vocación es lo eterno. Fuera de ella,
¿que resulta ser todo lo que ansiamos en el tiempo sino trabajos,
aflicciones de espíritu y radical
frustración? Nuestro padecer es el
mundo; nuestra esperanza, Cristo.
Que Él se digne retomar de nuevo hombre-cima para que
recojan esa esperanza, y la fe, y el amor, y el heroísmo. Urge para hoy, que ha
llegado la hora funesta de la Gran Serpiente.
Fin”.
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