sábado, 13 de julio de 2019



LOS NAHUALES DE TLILHUACAN


Por: María Elena Solórzano

 Los abuelos nos platicaban a los que ya somos también abuelos que aquí en San Juan había varios nahuales. Las noticias sobre los nahuales se remontan a tiempos muy lejanos, cuando los pueblos originarios eran llamados calpultin. Se les llamaba nahuales a los espíritus protectores que cada ser humano tenía desde que venía a este mundo, al nacer cada hombre o mujer tenía su nahual, el animal que lo acompañaría siempre y del que tendría algunas características, e inclusive algunos desarrollaban la facultad de convertirse en ese animal. La palabra nahual se deriva de nahuali que significa disfrazarse, desdoblarse. También hay nahuales malos que se convierten en lobos, serpientes, coyotes o guajolotes para cometer tropelías. Cuando el nahual quiere perjudicar a un semejante, dibuja su rostro en una pared y le entierra una espina en la sien, en ese momento el hombre siente un dolor de cabeza muy intenso que solamente se quitará con una limpia en la cual se digan conjuros para liberarlo del mal. En otras ocasiones le mete una astilla debajo de la piel y el sitio se convierte en una llaga que nunca sana.

La mayoría de los brujos de las culturas prehispánicas dicen ser nahuales y utilizan esta facultad para conectarse con los dioses. Eran seres privilegiados que podían atraer la lluvia, eran adivinos y excelentes curanderos pues conocían todas las hierbas medicinales de la región, intervenían también en la dirección del pueblo por su gran intuición y sabiduría, eran apreciados y reverenciados,

Con la llegada de los españoles se sataniza a los nahuales y los relaciona con el diablo. Bernardino de Sahagún en sus crónicas se refiere a ellos. “El nahualli propiamente se llama bruxo, que de noche espanta a los hombres, y chupa a los niños. El que es curioso de este oficio se le entiende cualquier cosa de hechizos, y para usar dellos es agudo y astutu, aprovecha y no daña. El que es maléfico y pestífero de este oficio hace daño a los cuerpos con los dichos hechizos, y saca de juicio y aoja, Es embaidor y encantador.”  (SAHAGÚN, Bernardino de. Historia General de las Cosas de la Nueva España, Tomo II, Libro X, Capítulo IX, de los hechiceros y trampistas. Consejo Nacional Para la Cultura y las Artes, Alianza Editorial Mexicana,  México 1989, p. 597, 598). En su nota sobre los nahuales Sahagún indica que hay curiosos (buenos) que no dañan y otros maléficos que perjudican a las personas.

Cuentan los que vivían en una pequeña vivienda que existía a la entrada del panteón vecinal de San Juan Tlilhuacan- cuidaban por las noches que nadie entrara a hacer desmanes- que primero se les apareció un gran perro negro con los ojos rojos como dos tizones, lo corrían y se escondía entre las tumbas y de pronto saltaba la barda, un día lo corretearon y le alcanzaron a dar una pedrada, el perro alcanzó a trasponer la barda y huyó entre aullidos de dolor. Al otro día miraron que uno de sus vecinos tenía una herida en la frente cubierta por una venda, desde ese momento sospecharon que era un nahual, le preguntaron qué le había pasado y respondió que se había golpeado con una herramienta tratando de componer un mueble, nadie le creyó, pero si supieron que ese hombre tenía el don de transformarse en animal.

 Varias veces vieron un enorme guajolote que bajaba precipitadamente dando tremendos aletazos, un día se armaron de valor, lo atraparon y lo amarraron de una pata con una cuerda, y le dijeron ”ahora si te llegó tu hora mañana les pedimos a las mujeres que hagan contigo un buen caldo y un rico mole”. Ya serían como las doce y los cuidadores se fueron a dormir, dejando al animal muy bien amarrado de las patas, pero a la mañana siguiente ya no había ni rastro del dichoso guajolote.

Decían: “Es un nahual, porque pudo desatarse y es que no le amarramos las alas y cuando se convirtió en cristiano tenía libres las manos y el mismo se quitó el lazo que lo amarraba al árbol”. Así descubrieron que había sido el nahual. Fueron a visitar a su vecino conversaron de muchos temas, en un momento dado le pidieron se levantara el pantalón y bajara el calcetín para ver su tobillo, creo que se te subió una araña -le dijeron-, ni tardo ni perezoso se enrolló el pantalón y bajo la calceta, no había ninguna araña, pero tampoco marcas ni nada, él no había sido, así descubrieron que había otro nahual en el barrio.

Alguien amaneció con los tobillos enrojecidos y alrededor la  marca de un mecate, pero se cuidó mucho de comentarlo y muy reservadamente se aplicó sábila para desinflamar y que desparecieran rápidamente las escoriaciones. Poco después platicaba con sus amigos acerca del guajolote y le decían: “Estamos seguros que existe otro nagual, pero esta vez no pudimos averiguar quién es, tú de quién sospechas…



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