LOS NAHUALES DE TLILHUACAN
Por: María Elena Solórzano
La mayoría de los brujos de las culturas prehispánicas dicen
ser nahuales y utilizan esta facultad para conectarse con los dioses. Eran
seres privilegiados que podían atraer la lluvia, eran adivinos y excelentes
curanderos pues conocían todas las hierbas medicinales de la región,
intervenían también en la dirección del pueblo por su gran intuición y
sabiduría, eran apreciados y reverenciados,
Con la llegada de los españoles se sataniza a los nahuales y
los relaciona con el diablo. Bernardino de Sahagún en sus crónicas se refiere a
ellos. “El nahualli propiamente se llama bruxo, que de noche espanta a los
hombres, y chupa a los niños. El que es curioso de este oficio se le entiende
cualquier cosa de hechizos, y para usar dellos es agudo y astutu, aprovecha y
no daña. El que es maléfico y pestífero de este oficio hace daño a los cuerpos
con los dichos hechizos, y saca de juicio y aoja, Es embaidor y
encantador.” (SAHAGÚN, Bernardino de.
Historia General de las Cosas de la Nueva España, Tomo II, Libro X, Capítulo
IX, de los hechiceros y trampistas. Consejo Nacional Para la Cultura y las
Artes, Alianza Editorial Mexicana,
México 1989, p. 597, 598). En su nota sobre los nahuales Sahagún indica que hay
curiosos (buenos) que no dañan y otros maléficos que perjudican a las personas.
Cuentan los que vivían en una pequeña vivienda que existía a
la entrada del panteón vecinal de San Juan Tlilhuacan- cuidaban por las noches
que nadie entrara a hacer desmanes- que primero se les apareció un gran perro
negro con los ojos rojos como dos tizones, lo corrían y se escondía entre las
tumbas y de pronto saltaba la barda, un día lo corretearon y le alcanzaron a
dar una pedrada, el perro alcanzó a trasponer la barda y huyó entre aullidos de
dolor. Al otro día miraron que uno de sus vecinos tenía una herida en la frente
cubierta por una venda, desde ese momento sospecharon que era un nahual, le
preguntaron qué le había pasado y respondió que se había golpeado con una
herramienta tratando de componer un mueble, nadie le creyó, pero si supieron
que ese hombre tenía el don de transformarse en animal.
Varias veces vieron
un enorme guajolote que bajaba precipitadamente dando tremendos aletazos, un
día se armaron de valor, lo atraparon y lo amarraron de una pata con una
cuerda, y le dijeron ”ahora si te llegó tu hora mañana les pedimos a las
mujeres que hagan contigo un buen caldo y un rico mole”. Ya serían como las
doce y los cuidadores se fueron a dormir, dejando al animal muy bien amarrado
de las patas, pero a la mañana siguiente ya no había ni rastro del dichoso
guajolote.
Decían: “Es un nahual, porque pudo desatarse y es que no le
amarramos las alas y cuando se convirtió en cristiano tenía libres las manos y
el mismo se quitó el lazo que lo amarraba al árbol”. Así descubrieron que había
sido el nahual. Fueron a visitar a su vecino conversaron de muchos temas, en un
momento dado le pidieron se levantara el pantalón y bajara el calcetín para ver
su tobillo, creo que se te subió una araña -le dijeron-, ni tardo ni perezoso
se enrolló el pantalón y bajo la calceta, no había ninguna araña, pero tampoco
marcas ni nada, él no había sido, así descubrieron que había otro nahual en el
barrio.
Alguien amaneció con los tobillos enrojecidos y alrededor
la marca de un mecate, pero se cuidó
mucho de comentarlo y muy reservadamente se aplicó sábila para desinflamar y
que desparecieran rápidamente las escoriaciones. Poco después platicaba con sus amigos acerca del guajolote y
le decían: “Estamos seguros que existe otro nagual, pero esta vez no pudimos
averiguar quién es, tú de quién sospechas…
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