CALAVERITAS
Por Ana María García Alvarado
Con tañidos de
campanas, se anunciaba,
una nueva partida, de
otro comalero,
de allá de Santa
Maria Malinanco,
en ningún otro templo
de Azcapotzalco
se oyeron las
campanas para estas despedidas,
por una pandemia, que
nunca olvidaremos,
por la gente que la
muerte se llevó. Sin podernos despedir.
Como siempre se realizaba.
v
La muerte
acostumbraba a visitar la tierra, no solo de trabajo,
en los meses de
octubre y noviembre.
Quería ver que relajo
hacían los mexicanos.
Acostumbraba, ir
primero por el rumbo de Atlixco en Puebla,
ver los campos
sembrados de colores rojos y amarillo cempasúchil y ver al fondo
los volcanes, Popocatépetl
e Iztaccíhuatl.
Gustaba de ir a
mercados y ver todo lo que se vendía, para las ofrendas de los
muertos.
Ver los panteones con
sus contrastes, tumbas con flores frescas, algunas de un
solo color, la
tristeza le embargaba cuando veía tumbas con flores secas, y
olvidadas. Esos
días, a la muerte se le veía como parte
de una festividad. A pesar que si a alguien se tendría que llevar eso no lo
podía evitar.
Andaba la muerte
buscando información de Azcapotzalco,
Que ayudará a los
cronistas.
Aquellos que hablaban
de otros tiempos,
buscando datos,
escuchando relatos, de vecinos y conocidos.
Quería ayudarlos,
para poder llevárselos.
Para seguir
escuchando sus trabajos, en el otro lado.
v
A la muerte queremos
evitar,
Siempre con excusas y
pendientes
que no queremos
terminar,
para ganar tiempo,
para continuar,
con nuestra rutina
que no queremos cambiar.
Pero, cuando la
muerte llega nos recuerda como
dice la canción “ las
cosas quedan, otros que vienen la continuarán”
que solo somos
importantes para un pequeño grupo de personas
Entre millones que
habitan esta tierra.
Que solo somos una
etapa en su historia,
que conocemos gente,
solo importante para nuestra propia historia.
La muerte llega y nos
lleva. Dando por concluido lo que pudimos realizar.
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