ANTONIO VALERIANO
parte 2 de 4
Por Martin Borboa Gómez
Esta es la segunda parte de cuatro, en las que he dividido el
material que deseo compartir sobre Antonio Valeriano, en fragmentos de autores que
van desde sus contemporáneos, a los nuestros.
No es una colección exhaustiva ni la más completa, pero busco que sea ilustrativa de lo que
sobre ese importante personaje se ha
escrito en diversas épocas.
La introducción de esta colección se anotó en la parte 1
(publicada en febrero 2021) y la bibliografía se anotará al final de esta
serie.
ANTONO VALERIANO
(1521- 1605) OPINADO POR FRAY SERVANDO TERESA DE MIER (1765- 1827) QUIEN NACIO
160 AÑOS DESPUES DE FALLECIDO VALERIANO
Fray Servando Teresa de Mier menciona varias veces a Don
Antonio Valeriano en sus “Memorias”, respecto al Nican Mopohua. Unas resultan
muy informativas y le reconocen directa o indirectamente un merito respetuoso a
Valeriano. Otras no tanto.
En las positivas por ejemplo está en la (pág. 80), donde
dice que: “el manuscrito mexicano, que se creía muy antiguo, que es el único
documento de la tradición como se cuenta, y del cual todos los autores
guadalupanos no son más que paráfrasis, tradiciones y copias, es obra del indio D. Valeriano, natural de
Azcapotzalco, escrita de ochenta a ochenta y dos años después de la
aparición”.
O ésta de la (pág. 63), donde elogia a Torquemada y por tanto a su compañero Valeriano, de quienes nos da
noticia que vivieron juntos en el Colegio. Dice que: “Torquemada es el depósito
más copioso y auténtico de hechos pertenecientes al reino. Juró en su prólogo
no haber dicho sino la verdad pura, averiguada con toda la diligencia posible,
y lo desempeñó. Se crió desde niño en México, fue provincial, cura de indios,
en cuyo favor principalmente escribió, tenía todos los manuscritos de los
antiguos misioneros, escribió también
sus vidas, y con notable prolijidad y afecto la de Zumárraga. Fue guardián de Santiago, objeto de los
viajes de Juan Diego; vivió allí con Don Valeriano, catedrático de aquel
Colegio y autor original… de la historia de Guadalupe, asistió a su muerte,
recibiendo en legado algunos manuscritos, y en fin, fue arquitecto de la calzada de Nuestra Señora de Guadalupe”.
Respecto a que hubo quien imprimió el texto de Valeriano,
quizá con ello creando la confusión de la autoría, dice que (Pág. 69): “publicó
a los seis meses después su relación mexicana Lasso… Boturini conjetura que imprimió algún manuscrito antiguo de algún
indio de Azcapotzalco, por lo mucho que supo del reino de los tepanecas…”. “La relación que imprimió
Lasso es el manuscrito de D. Valeriano, porque en efecto, era de Azcapotzalco, como Boturini conjeturaba serlo el autor original…”.
En otras reduce el valor del texto de Valeriano, de crónica de sucesos, a ficción. Antes
de pasar a ver cómo juzga Fray Servando la obra de Antonio Valeriano respecto
al Tepeyac y la Virgen, conozcamos más del pensamiento de Fray Servando por sus
propias palabras.
Su forma de ver las cosas lo dejó expresado en sus “Memorias”, y dice que (pág. 6) la imagen de la Virgen no está en la tilma de Juan Diego, sino en la capa del apóstol Santo Tomás, que vino a predicar a América. Dice que el maltrato de la capa del Santo: “pudo provenir de algún atentado de los apostatas, cuando la persecución de Huémac, rey de Tula, contra Santo Tomás y sus discípulos… los cristianos la esconderían y la Virgen se la envió al obispo con Juan Diego…”. Propone (pág. 20) que: “el Evangelio ha sido predicado en América siglos antes de la conquista por Santo Tomás, a quien los indios llamaron ya Santo Tomé… ya Quetzalcohualt (sincopado Quetzalcóatl) en lengua mexicana. Porque quetzal, por la preciosidad de la pluma de Quetzalli, correspondía en las imágenes aztecas a la aureola de nuestros santos… y por consiguiente, vale como decir santo. Y coatl, corruptamente coate, significa lo mismo que Tomé, esto es, mellizo, por la raíz taam, pues en hebreo se dice Thama o Taama, y con inflexiones griegas Thomas, a quien, por lo mismo, los griegos también llamaban Dydimo en su lengua…”.
“He dicho que esta opinión es la más conforme a la Sagrada Escritura, porque Jesucristo, enviando a predicar a sus apóstoles, les mandó: Yendo al mundo entero…”. Fray Servando afirma que en tiempos del año 1 d.C. ya se sabía en Jerusalén de la existencia de América, y el paso era conocido antes de que se hundiera la Atlántida.
Explica que (Pág. 25, 26, 30): “Decir que no se conocía entonces la América es un despropósito,
porque los Apóstoles tenían ciencia
infusa de cuanto importaba el desempeño de su misión. Fuera de que es falso que
no se conociese la América en los primeros siglos del cristianismo… prueba con
evidencia que, no obstante la sumersión de la Atlántida, que interrumpió la
comunicación entre el antiguo y nuevo continente… nueve siglos, se tuvo en
Europa claro conocimiento de la América…”. “En toda la América se hallaron
monumentos y vestigios evidentes del cristianismo, según testimonio unánime de
los misioneros…”. “Así la antigua
predicación del Evangelio en América es tan cierta como gloriosa a
americanos y españoles, pero no es igualmente indisputable quien fue el
predicador, porque la quema que hizo el obispo Zumárraga de todos los archivos
y bibliotecas de nuestros indios y que otros obispos aun continuado, nos han dejado en esta
incertidumbre…”.
Fray Servando afirma saber quiénes fueron los dos
predicadores que llegaron a América: Santo Tomás y San Bartomé. (No Bartolomé,
él dice Bartomé) Ya vimos que Fray Servando dice que Tomás se llama Tomé.
Dice (pág. 30 a 34):“El
más antiguo no pudo ser otro que el apóstol Santo Tomás, como ellos piensan, y
ésta es la opinión general de los autores. No solo porque en todas las Américas
se conservó el nombre de Tomé, que no aprendieron de los españoles… en cuanto
al segundo predicador que hubo en el Anáhuac… diría que había sido San Bartomé
apóstol… y cuyo nombre encontramos acá en el célebre copil de Tula, que
martirizo el rey Huémac y mando echar su cabeza en la laguna, donde se llamó
Copilco, que quiere decir “donde está el hijo de Tomé”, y eso significa
Bartomé…”. “Yo lo que advierto es que esto cuadra admirablemente con la
historia del célebre Quetzalcóatl…el cual hacia ese tiempo desembarco en Panuco
con siete discípulos, que después fueron venerados bajo el nombre de
Chicomecoatl, o los siete Tomés…”.
“Era blanco, rubio, ojos azules, pelo y barba largas y cara rayada de azul,
como sus siete compañeros y como por ese tiempo lo tenían los irlandeses… el
país a donde se volvió y de donde había venido se llamaba Huehuetlapallan, que
significa gran tierra colorada, y eso puede significar Irlanda; land, a lo menos, sé que es tierra…”. Fray Servando anota
no ser el único que piensa en la venida del apóstol a América, dice (pág. 35):
“los dos canónigos censores de mi sermón, los cuales convinieron conmigo en ser
verdadera la predicación del Evangelio,
en la América antes de la conquista de los españoles, y que es probable la
del apóstol Santo Tomás.”
Para terminar de dar el marco de referencia con que Fray
Servando juzgaba y juzgó la obra de Antonio Valeriano (casi 160 años después
que éste vivió), se puede valorar este texto suyo (Pág. 38) de sus “Memorias”:
“Este Señor de la Corona de espinas a quien pintaban también desnudo y con una
cruz en la mano, formada con cinco globos de pluma, se llamaba por otro nombre Mexi, que pronunciado en mexicano como
en hebreo, con la misma letra hebrea scin,
significa lo mismo en ambas lenguas, esto es, ungido o Cristo. Por eso
celebraban su fiesta todos los ungidos, y aun decían que tuvieron el nombre de
mexicanos desde que su Dios les mando ungirse las caras con cierto ungüento. Es decir: que mexicanos significa lo mismo
que cristianos, y a consecuencia México significa donde es adorado Cristo.”
Fray Servando dio un sermón que le valió severas
consecuencias, en el cual pretendía exponer diferentes ópticas del evento
guadalupano, las cuales de ser ciertas modificarían la manera en que se cuenta
el milagro del Tepeyac, y si no fueran ciertas, reforzarían los detalles que se
narran en el milagro. En sus “Memorias”, esa dice haber sido su intención de
expresar nuevos enfoques. Las consecuencias no le fueron gratas, y por ello con
su nuevo texto se defiende.
Fray Servando, para subrayar la veracidad de su argumento,
expone las faltas que él dice distinguir en la narración tradicional de las
apariciones de la Virgen a Juan Diego. Incluso al grado de plantear que solo una de las dos versiones puede ser
verdadera, la suya o la de Valeriano (Pág. 43) “Y así, una de dos: o lo que
yo prediqué es verdad o la historia de
Guadalupe es una comedia del indio Valeriano”. “Una comedia del indio
Valeriano, forjada sobre la mitología azteca tocante a la Tonantzin, para que
la ejecutaran en Santiago, donde era catedrático, los inditos colegiales que en
su tiempo acostumbraban representar en su lengua, así en verso como en prosa,
las farsas que llamamos autos sacramentales, muy en boga en el siglo XVI en España y en América". Es decir, para Fray Servando, el texto de Antonio Valeriano es texto arreglado
por la creatividad del autor para un fin
didáctico, que pudiera ser representada teatralmente en la iglesia de Santiago
Tlatelolco. “Y por eso hizo Valeriano a Santiago como lugar de la escena
objeto de los viajes de Juan Diego, aunque natural y feligrés de Cuautitlán, y
aunque quizá tampoco existía entonces la iglesia de Santiago. Es necesario
optar entre los cuernos de este dilema, porque no hay medio.”
Para Fray Servando no hay puntos grises en este asunto.
Blanco o negro. Su sermón es el que
narra la verdad, o lo de Valeriano que tacha de comedia. Incluso pone en
tela de juicio que ya hubiera siquiera una iglesia en Santiago Tlatelolco.
Respecto a ese importante detalle de si había o no dicho
construcción, el Instituto Nacional de
Antropología e Historia (INAH) dice en su página:
https://www.tlatelolco.inah.gob.mx/index.php/recorridoss/iglesia que:
“En enero de 1522,
Hernán Cortés decidió la construcción de la ciudad de México y al mismo tiempo
borrar toda huella que recordara la grandeza de los vencidos. Designó a
Tlatelolco como señorío de indígenas bajo el mando de Cuauhtémoc y el nombre de
Santiago. En 1527 se inauguró la primera
iglesia en Tlatelolco, la cual fue construida con las piedras del Templo
Mayor prehispánico. La iglesia se dedicó a Santiago, el santo patrono de las
huestes de Cortés, y quedó al cuidado de los franciscanos”.
El INAH dice que hay iglesia ahí desde 1527. Las apariciones
fueron en 1531, por lo tanto SI había un
sitio religioso católico en Santiago. Fray Servando lo pone en duda. Ignoro
que podría ganar Antonio Valeriano inventando una historia así, y todavía más
difícil me es imaginar que gana el INAH contradiciendo a Teresa de Mier. Lo que
si veo es a Fray Servando en oposición a Valeriano en unas cosas y al INAH en
otras.
Y aunque Fray Servando no distingue entre iglesia y colegio
como dos cosas diferentes y edificios distintos, afirma (Pág. 75): “El Colegio
de Santiago lo fundó Zumárraga en 1534. En vano se dirá que habría ya antes
iglesia o convento, al que se agregó. Es
imposible que en la primitiva escasez de ministros se multiplicasen los
conventos en México…”.
Fray Servando insiste (Pág. 72) sobre el texto de Valeriano,
afirma que: “el manuscrito está lleno de
anacronismos, falsedades, contradicciones, necedades y errores mitológicos. En
una palabra: es un auto sacramental, farsa o comedia hecha por Don Valeriano a
estilo de su tiempo para representar en Santiago, donde efectivamente se usaba
representar en prosa mexicana y aun en verso, dice Boturini que tenía dos
comedias de Nuestra Señora de Guadalupe. En la de Don Valeriano es fácil
designar de donde tomó la trama…”. Dice (Pág. 79 a 85) que Valeriano supo de un suceso en donde la Virgen (más bien Tonantzin,
deidad prehispánica) se apareció a un pastor en Azcapotzalco, y que de ahí se
copió la trama, y de esa forma daba realce al suceso de su paisano
azcapotzalquense.
Expone que el hilo de la trama de Valeriano “está tomado a mi ver de otra aparición que cuenta Torquemada hecha a orillas de la Laguna en un viernes del año 1575 a un indio de Azcapotzalco… a quien apareció la Virgen en forma de india, con manto azul, es decir, en figura de Tonantzin, perpetua aparecedora de los indios antes y después de la Conquista… dióle orden de ir (a ver) al guardián de Xochimilco… y decirle de su parte avisase a las gentes que se confesasen e hicieran penitencia, porque Dios estaba muy enojado… el guardián no hizo caso del indio, pero éste repitió sus viajes con la misma demanda, hasta que entrando el guardián en cuidado con su constancia, dijo en la iglesia lo que la Virgen mandaba, que por ventura… fue de algún provecho…”. “Es muy probable que Don Valeriano quiso aludir a la aparición del indio de su tierra, poniendo en su lugar a Juan Diego, en lugar de Xochimilco colocó a Santiago (Tlatelolco), lugar de la escena, donde era catedrático, y que estaba más cerca del Tepeyac… para que esa aparición equivaliese a la del indio de Azcapotzalco, su tierra…”. “He aquí toda la trama: vamos a ver el nexo o nudo de la comedia. Esta se compone de la historia de Tzenteonantzin, con todos los errores mitológicos de los aztecas sobre el paraíso, y de la aparición de Dios a Moisés en la zarza del monte Oreb. Para entender el plan del indio Valeriano, que era latino y de mucho ingenio, es necesario acordarse de que después de la Conquista cayeron sobre los indios las diez plagas de Egipto…”. “Se propuso pues, el indio Don Valeriano dar a entender que así como apareció al pastor Moisés el Dios de sus padres sobre el monte Oreb, compadecido de la aflicción y esclavitud de su pueblo… y lo envió a los afligidos prometiéndoles la libertad… acá también apareció al pastorcito Juan Diego en el monte del Tepeyac, la Madre del verdadero Dios… compadecida de sus miserias, prometiéndoles con Juan Diego la antigua ternura de Madre…”. “Para desenvolver este plan, empezó Valeriano por traer a Juan Diego de pasaje para Santiago por el lado occidental del cerrillo…”. “La Virgen llamó a Juan Diego de en medio del iris, como Dios a Moisés de en medio de la zarza…”. “Si las primeras palabras: Hijo mío, Juan Diego, a quien yo amo como a más pequeñito y delicado”… no las conservó Valeriano (ya le quita el Don) por ser quizás las únicas que el pastorcito enfermo refería haberle dicho la Virgen, están copiadas a la letra de aquellas de Dios en la escritura… todas las que siguen están sacadas de las que dijo Dios a Moisés y éste le respondió en el monte Oreb…”. “Juan Diego vuelve a la Virgen, le refiere el poco caso que se ha hecho de su mensaje, sin duda por lo despreciado de su embajador, y le ruega envíe otro de más valía. Son idénticas las palabras que dice a aquellas con que se excusó Moisés, y las mismas casi las que Dios y la Virgen dicen a sus enviados para animarlos a repetir la diligencia, sino que Valeriano añade las palabras que Dios dijo a Abraham cuando le mandó ir a Canaan…”. “El obispo pidió a Juan Diego una señal de ser la Madre del verdadero Dios quien le enviaba, y la Virgen le da las flores, como allá Dios a Moisés la vara que también floreció. Allá, como dije, lo dio por compañero a Aarón, aquí a Juan Bernardino, su tío, a quien dice su nombre y aquí dice que quiere ser llamada Santa María de Guadalupe. Es evidente la copia, y por consiguiente, la ficción”.
Parece fácil tomar una historia llena de detalles, luego elegir
un par de cosas desechando lo que no sirve a propósitos específicos, y después,
basándose únicamente en lo selecto, asegurar que todo lo que otra persona hizo,
es copia y por tanto ficción. Y si la otra persona tiene siglo y medio de
muerto, pues más fácil.
Servando de Mier hace comparaciones selectivas, pero entre las cosas que a propósito omite comparar, resalta
que Dios no pidió a Moisés que le hiciera una iglesia en el Tepeyac, Dios no se
apareció a Aarón ni se comunicó con Moisés a través de la Virgen. No se
presentó con una tez similar a la de la raza de Moisés ni plasmó su imagen en
la tilma o capa o cobertor de Moisés. Dios no pidió a Moisés le llevaran
pruebas a un obispo recién electo, en fin, podría enlistar un largo listado
de diferencias entre el tema de Moisés y el de Juan Diego, demostrando que el
argumento de Fray Servando, primero seleccionó el trozo que convenía a su
interés y luego solo juzga dicho tramo.
Me basta decir que es útil que Fray Servando, quien critica
el texto de Don Antonio Valeriano, haya dejado por escrito su propia versión: él sostiene la versión de que Santo Tomás
predicó en América, donde fue conocido como Quetzalcóatl, que la Atlántida
permitió ese contacto o lo hizo el estrecho camino entre Asia y América, y que
la pintura que contiene la imagen de Nuestra Señora que se exhibe en la
Basílica está en realidad la capa de Santo Tomás, que siglos después, la Virgen
le daría a Juan Diego en el Tepeyac.
Fray Servando argumentó varias veces no haber negado el
milagro guadalupano, sino haberlo en tal
caso engrandecido con los antecedentes que él le adjudicó en su sermón.
Dice Alfonso Junco en su libro “El increíble Fray Servando.
Psicología y epistolario” (pág. 11) que el fraile: “Tenía 31 años de edad, cuando pronunció en la Colegiata, el 12 de
diciembre de 1794, ante el Virrey, el Arzobispo y lo más granado de la
metrópoli”. Como hubo desagrado por sus palabras: “el arzobispo Nuñez de
Haro, hombre de merito y de altura, recogiendo el escándalo que suscitó en los
oyentes y cumpliendo su deber –no por odio, ni envidia, ni torpeza- abrió causa al estrambótico predicador, de
la cual salió privado del derecho de cátedra, pulpito y confesionario, y
condenado a cumplir una reclusión de 10 años en el convento de las Caldas,
de España”.
Dice Junco que (pág. 14), el 15 de julio de 1822, cuando Fray
Servando ya era diputado por Nuevo León, en el Congreso constituyente, luego de
lograda la Consumación de la Independencia mexicana por Don Agustín de Iturbide
y su exitoso Ejército Trigarante, Fray Servando dijo: “Los mejicanos que en el
año 1794 me llenaron de imprecaciones, creyendo que en un sermón había negado
la tradición de Nuestra Señora de Guadalupe. Los engañaron: tal no me había
pasado por la imaginación; expresamente protesto que predicaba para defenderla
y realzarla”. Y aconseja (pag. 15): “Fray
Servando es todo un caso psicológico. Muy en serio, resulta imposible.
Risueñamente hay que tomarlo –y disfrutarlo- como era.”
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