OCTAVIO ROMERO
ARZATE:
Una interpretación de nuestras raíces prehispánicas.
Por: Ricardo M. Pilón Alonso
Octavio Romero Arzate
A MODO DE
INTRODUCCIÓN
“El Pueblo que no conoce su historia
Merece la oportunidad de conocerla”
Octavio Romero Arzate
Permítaseme de entrada dejar en claro un asunto sobre la
figura de Don Octavio: no soy simpatizante, pero tampoco detractor de los actos
y pensamientos de ésta persona. El inconveniente de lo uno o lo otro de estas
dos posturas, pondría de manifiesto mi discurso en lo personal, producto de la común
opinión. Si bien esto último es lo que abunda, el hecho sacude todo prejuicio o
exaltación que reivindica situaciones o personas en la historia. ¿Quién todavía
cree, al pie de la letra, todo lo narrado por Suetonio o incluso los cronistas
hispanos respecto a los hechos directa o indirectamente señalados? La falta de
un análisis crítico sobre los hechos debe acotar en lo mayor posible las
fuentes o experiencias para dar sentido coherente de lo que se pretende
señalar. Por tal razón, estén o no de acuerdo con mi discurso, hablaré sobre
Don Octavio apelando a la razón y el sentido común. Nunca con las tripas o el
fanatismo de un idolatra.
¿Quién puede decir “yo soy quien conoce o conoció mejor a
Don Octavio” como si tal expresión fuera el garante de una verdad? Esta
insensatez supondría la mayor aspiración de un filósofo, pero que en realidad
no es posible sin el ejercicio primario del autoconocimiento. Sólo Don Octavio
sabía lo que hacía o pensaba. Por lo que en el papel del otro –o sea nosotros-,
algunos más o algunos menos, se puede decir lo suficiente bajo la condición
fragmentario de un tepalcate que nunca es un todo. En este sentido, sólo
quedará ante los futuros el quehacer de contrastar y discutir los hechos –de un
pensamiento o actos- que circunda la figura de Don Octavio.
Por lo tanto, quedan advertidos sobre lo que a continuación
están por leer y que no pretende complacer u ofender a quienes, de alguna
manera, fueron cercanos o renuentes a nuestro personaje. Pues como expresara un
poema náhuatl (1):
A ca zaniyo nican tlalticpac
Xochitica ya hual iximacho
Cuicatica ya ye on tlaneuh
Ti tocnihuan.
(Cantares Mexicanos, F 24 v)
“¡Ah, solamente aquí en
la tierra:
Con flores se da uno a
conocer,
Con flores se
manifiesta uno,
Oh amigo mío!”
(Poesía Náhuatl I, p.39)
I- CONEXIÓN
INDESTINADA…
Sólo conocí a Don Octavio una vez en el 2010. En esa única
ocasión visité el Museo Arqueológico de Azcapotzalco “Príncipe Tlaltecatzin”
con el fin de conocer las piezas que contenía y poder tomarle algunas fotos. Al
preguntarle al policía sobre si eso era posible, me dijo que le preguntara a
Don Octavio, situación que paso de inmediato al verlo bajar de su habitación.
Al estar frente a frente con él no hubo nada de aquello que muchos se jactan,
como un estado de “ser tocado” o sentir la “conexión de karma”; sino
simplemente un par de personas comunes y corrientes que se veían el uno al
otro. Platicamos un poco y al recibir su negativa a mi petición, recorrí el
recinto y me retiré pensando de lo que observé del lugar. La imagen de Don Octavio
no era nada sorprenderte, más bien demacrado y debilitado por el tiempo. Su
carácter reservado y desconfiado, sólo podía provocar opiniones adversas.
La razón de esa visita tenía que ver con la creación de un
“Museo Móvil” en el entonces Archivo Histórico de Azcapotzalco, por lo que sólo
quería tomar unas fotos para su exhibición y al mismo tiempo dar difusión de
aquel entonces museo olvidado… Al no lograr esa encomienda, como suelen decir,
ello no impidió la creación temporal –sólo un día y unas horas- de dicho
“museo” un domingo 20 de junio del 2010.
Aún yo no tenía la preparación arqueológica como ahora, pero ello fue el
detonante para empezarme involucrar, en mis observaciones y publicaciones, lo
que llevó a estudiar la carrera de Arqueología en la ENAH en el 2012. En una
publicación, meses después, en octubre (2) plasme mis observaciones de aquel
Museo; una observación técnica sobre la condición en la que se encontraba:
Desde mi
punto de vista el espacio es amplio y adecuado para la exposición de las piezas
existentes, pero cuya infraestructura técnica y administrativa es la parte débil
y descuidada del museo... Las fichas técnicas de las piezas son demasiadas
simples y carentes de información fundamental... La suciedad, el polvo y la
contingencia de objetos hacen del lugar una bodega a una sala de exhibición...
La seguridad, que cuenta con un vigilante, es vulnerable... Y la organización
temática es del todo una quimera y si una manifestación fetichista del mexicanismo
donde las plumas y penachos son tan irreales como un extraterrestre...
Este antagonismo de mi parte es y sigue siendo una crítica
hacia la cuestión institucional, que un comentario personal hacia Don Octavio.
Pero como es costumbre, no todos leen el trasfondo de esto y sueltan la lengua
por el dolor de sus entrañas hacia los sentimientos depositados. Lo cierto de
todo esto es que no existió alguna conexión predestinada. Simplemente un
encuentro casual.
¿Quién iba pensar que en marzo del año siguiente, 2011,
moriría a causa de su enfermedad y decir adiós, para siempre aquel Museo,
orgullo de su solitaria vida? Pero más sorprendente fue ver la aparición de
muchas personas que decían conocer o tener contacto con él. Interprétese esto con juicio. A mí me
invitaron a un homenaje, afuera del
Museo, en donde toque y cante un canto náhuatl al cual compuse música, un canto
de muertos:
Después de esto, sólo escuchaba de voz de muchos, cual
leyenda, atributos que se disputaban entre leales o desleales su conexión hacia
su persona. Honestamente yo no estoy
entre ellos y antes bien, en ese antagonismo por conocer el pasado, dio pie a
que ingresara a la carrera y comprender el valor autentico de su legado, desde
el punto de vista intelectual y cultural.
II- CONOCIENDO EL
LEGADO…
Personas ordinarias o excesivamente académicos señalarían a
Don Octavio como un “loco soñador”, un “demente”, un “saqueador”, un
“farsante”… Tales apelativos podrían obedecer, psicológicamente hablando, a
causa del rechazo sufrido por el sujeto de su deseo o admiración. Ese afán de
ser reconocido por el éxito de otros, es un gesto social que se alimenta si el
héroe o maestro lo añade al círculo de su intimidad, de amistad o iniciación,
al toque mágico de la complacencia. Si hay rechazo se genera lo opuesto y un
enemigo potencial. El amor-odio por la figura se vuelve vacuo y se ponen en
segundo plano la importancia de su legado. Lo cierto es que el legado de Don
Octavio ha sido injustamente incomprendido y se peca de ser absolutamente
adverso o ser demasiado exaltado.
a) Anticuario por afición.
Don Octavio era un
coleccionista del pasado y su casa fungía más como una sala de anticuario que
un museo propiamente, antes de 1984. “Anticuario” puede tener ciertas
connotaciones, para placer de sus detractores, ligadas a la obtención y
comercio de objetos arqueológicos. Pero se sabe que esté no era la actividad
que él realizaba y, por lo tanto, uso este término comparándolo con aquellos
pioneros anticuarios, de los siglos XVII a principios del XX, de la arqueología
que gustaban coleccionar e indagar sobre su incógnita. Esto implicaba que para un coleccionista o
anticuario no está condicionada a una preparación técnica o intelectual, sino
al libre pensamiento de su entendimiento y una labor de búsqueda.
Poco se valora el papel circunstancial que abarca la vida de
Don Octavio en términos temporales y espaciales, es decir, el camino contextual
que forjó la mente e inquietud de sus actos a éste oficio. El nace en el año de
1923, es decir, en pleno auge de la Revolución Mexicana. Que es como decir que
vio con sus propios ojos las trasformaciones y progreso de un México en
continuas crisis hasta el año de su muerte, en el 2011. 88 años de memoria
histórica que algunos oídos pudieron escuchar de sus labios. Pero esa natural capacidad para buscar
tepalcates, cuyo “instinto” bien podía enunciar a un prolífico arqueólogo, no
era proporcional a su dedicación al estudio, leemos:
Cuando Don
Octavio Romero era pequeño, poco le interesaba la escuela, se escapaba para ir
a buscar tepalcatitos a los solares de Atzacapotzalco. (3)
Para una vida tan larga, y para aquellos que lo conocieron
bien, es probable que su modo de vida no se redujera a la de un simple
soldador, su discurso estaba plagado de nociones específicas de muchas
experiencias en la vida. Pero su interés y afición por los objetos
arqueológicos era una actividad que le dedicaba tiempo y momentos de reflexión
de su espíritu libre. ¿Cómo se atreven o se atrevieron algunos de acusarlo de
“saqueador” en un tiempo en el que la arqueología aún estaba en pañales? Los
modernos procedimientos técnicos de registro empiezan en 1909 con Manuel Gamio
en zonas de Azcapotzalco (San Miguel Amantla, Santa Lucia Tomatlan, Santa Cruz
Acayúcan); la Escuela Nacional de Antropología e Historia nace en 1938 y el Instituto (INAH) nace en 1939. Las
incógnitas de las culturas prehispánicas abundaban en interpretaciones
atrevidas que no se diferenciaban de los aficionados anticuarios. Y para ese
tiempo, antes de 1972, no se tenía regulado una ley para la salvaguarda del
patrimonio, por lo que uno podía excavar sin temor a ser denunciado. Si el
coleccionismo de Don Octavio se origina mucho antes del decreto de una Ley
Federal en 1972, lo dispensan ante cualquier señalamiento, incluso, después de
1984. Su legitimidad radica en la inocente actividad que jamás lo encamino al
comercio de sus tesoros. Y eso es algo digno de señalar ante ciertos “arqueólogos”
que han hecho de las suyas en la institución que representan.
Su mayor gloria fue lo ocurrido en 1984, año del
descubrimiento de unas osamentas y piezas arqueológicas, cuya historia se
extendido como una leyenda popular. No he tenido la oportunidad de leer Las
Narraciones del Príncipe Tlaltecatzin (2001), pero aún en sus discordancias e
imprecisiones históricas y arqueológicas, se debe reconocer que fue el motor
fundamental de la actividad e interés por Azcapotzalco. Por él se tuvo uno de
los museos que con el tiempo fue abandonado y sólo queda en la memoria de
quienes lo conocieron. Él no era un arqueólogo, pero su actividad era la de un
arqueólogo con sus propios medios:
Cuando voy a
escarbar ya sé dónde debo hacerlo, voy de la zona más alejada hasta el lugar
exacto donde está la pieza. Utilizo instrumentos delicados para hacer el
rescate a fin de no dañar las piezas. (4)
¿Qué ideas pasaban por su cabeza para ejercer su oficio con
suma dedicación y cuidado para construir un discurso que para él tenía sentido
y aceptaba con celo sus raíces de antaño? No hay experiencia comparable con los
procesos de excavación arqueológica, profesional o de afición, que producen esa
sensación, ese sentimiento, de descubrir objetos del pasado. Eso es algo que un
simple escribano no puede vivir y sólo se limita a la pluma y la palabra. Esa
emoción es única y privilegiada. Don Octavio era un arqueólogo a su manera…
b) Síntesis de un pensamiento.
He tenido la oportunidad de tener grata amistan con Don
Marcelino Peña Fernández, lo cual ha sido toda una revelación. Relatar todo ese
constructo eidético de Don Octavio requeriría de un libro entero. Pero conforme
me compartía esas enseñanzas y recorríamos ciertos lugares, pude comprender un
aspecto esencial del humano, a saber: la capacidad de construir de la
experiencia y conocimientos limitados todo un Mundo. Tras leer su libro
–compartido por Don Marcelino- “Cinco Mil Quinientos Años…” (Ver nota 3) me di
cuenta que no es una obra nada vulgar y cuya coherencia puede compararse con
los relatos míticos de las antiguas civilizaciones. En un lenguaje entre
antiguo con nociones modernas, notamos que sabía lo que decía en su limitado
conocimiento de las culturas prehispánicas. De haber conocido las fuentes, sin
duda, tendríamos una aproximación del pensamiento prehispánico. Desconozco si
sabía náhuatl o si era de descendencia indígena; pero sus indagaciones nos
muestran que conocía conceptos, nombres, lugares y objetos tal vez escuchando
por ahí y por allá, tal vez leído someramente en algún texto público. Lo cierto
que eso le fue suficiente para armar un Mundo con el que tenía contacto con sus
raíces.
Difícil es juzgar que las visiones de Don Octavio y que
estas le indicaran o revelaban lugares u objetos. Tal y como sucedió con su
Tlaltecatzin en 1983. Pero no se puede tildar de enfermedad mental o de locura
si este estado de trance le daba resultados. Su vida solitaria le permitió no
caer en las redes del misticismo y fanatismo mexicanista, aunque hasta cierto
punto hay cierta influencia mínima. Su sentido común, su sentido persuasivo
radica en el interés de provocar, vaya la redundancia, el interés en los demás.
No es que los elementos de su discurso sean errados, sino más bien tenía claro el máximo ideal de trascender su
concepción, leemos de sus propias palabras:
En nuestras
ciudades sigue el curso de los años sin faltar las fiestas y la sana alegría
hasta desencadenarse una guerra civil terriblemente sangrienta en la que
quinientos mil hombres Taxcaltecah y de otros pueblos se aliaron a un bandolero
extranjero, extremadamente feroz y criminal… (5)
Para Don Octavio las culturas del pasado se conectaban en
actividades del deporte, la danza y el conocimiento médico. Los dos momentos
grandiosos fueron la llegada de
Quetzalcóatl, gran sabio antiquísimo, y el Fuego Nuevo de la fundación de
Tenochtitlan y su gran sabio Huitzilopochtli. El entendía que ante la grandeza
era inevitable el problema social y que ha sido una constante en toda
civilización de todo tiempo. Resulta fascinante la importancia de la educación,
su insistente señalamiento de escuelas e Universidades, así como la importancia
del papel y culto a la mujer. ¿Cómo se puede traducir estas imágenes y matices
que nadaban en la cabeza y vida de Don Octavio? Se dice fácil, pero es algo que
hasta el día de hoy le es difícil al común de las personas: La Fraternidad solo
logra en la convivencia y amor en el conocimiento y la salud. No son las danzas o las energías, sino lo
esencial en Don Octavio es la convivencia y el recuerdo de que nuestros ancestros
enseñaron este propósito. Muchos tildarán de irónico al señalar de importante
la educación, siendo el renuente de la escuela; o hablar de convivencia para la
fraternidad, siendo él un alma solitaria, casi misántropa. Esta superficialidad,
en ese sentido, no logra comprender el profundo carácter de sus ideales que no
admite una educación de borregada o una fraternidad simulada. Como un antiguo
sabio, se aíslo del común de las gentes y vivió en silencio la posibilidad de
sus ideales…
c) Conclusión.
Dicho todo lo anterior, no nos extrañe que Don Octavio pase
de ser un personaje de ideas “fantásticas” para el común de la gente o los
prejuicios de los académicos ortodoxos y dogmáticos. Pero su convicción
pertenece a la realidad. A una que sólo él pudo construir desde sus recursos
intelectuales y de experiencia. Que su obra sea acrónica, imprecisa, mezclada e
incluso alucinada, obedece a una comprensión superficial. ¿Cuántos de los
allegados concibieron algo semejante de sus enseñanzas? Por eso pienso que el
pensamiento de Don Octavio es una obra de espíritu libre y que no hace falta
exaltar, al grado del fanatismo, para reconocer su contribución humana a la
comunidad azcapotzalca. Mientras el rivalismo y la arrogancia de honores
inmerecidos naden en nuestro pueblo, ¿qué se puede esperar de esas
“contribuciones” sino mediocridades de la apariencia intelectual? Don Octavio
fue sencillo, humilde y honesto. Tales virtudes son más poderosas que mil
libros escritos por la fama y el dinero. Se trata de dar y no de obtener, por
eso –y finalmente- me quedo con estas sus palabras:
¿Qué puedo darle a mi pueblo?
Pueblo que me vio nacer
Y correr por sus llanuras,
Si no tengo riquezas
Mi único tesoro es lo que he
Rescatado de mis antepasados. (6)
BIBLIOGRAFÍA
(1)
GARIBAY K.,
Ángel Ma. Poesía Náhuatl (vol.1). Edit. UNAM, México, 2000, p.39.
(2)
PILÓN A., Ricardo M. AL RESCATE DEL MUSEO
ARQUEOLÓGICO DE AZCAPOTZALCO "PRINCIPE TLALTECATZIN". Ver publicación
completa en: http://calmcacanahuac-tepaneca.blogspot.com/2010/10/al-rescate-del-museo-arqueologico-de.html
(3)
ROMERO ARZATE, OCTAVIO. Cinco Mil Quinientos
Años de Historia de las Tres más Grandes Concentraciones Deportivas del Pasado
de México. Edit. SEP, México, 1991, p.13.
(4)
Op. Cit., p.14.
(5)
Op. Cit., p.56.
(6)
Op. Cit., p. s/n.