martes, 15 de marzo de 2022

 

EL MUSEO PRINCIPE TLALTECATZIN Y DON OCTAVIO ROMERO ARZATE: 

ENTREVISTA A RICARDO MOLINERO 

Por Martín Borboa Gómez  (Grupo Formiga)


El día 20 de febrero de 2022, en el Café Galería Tezcolco, Jardín de Arte, el cronista y narrador Ricardo Molinero me concedió una entrevista, para conocer y compartir con los lectores de la revista electrónica “La hormiga en línea”, su actividad en relación al Museo Príncipe Tlaltecatzin, y su fundador y director, Don Octavio Romero Arzate.

Para dar una idea de la importancia que tiene la voz de Ricardo Molinero al respecto, él llevó como guía, grupos a visitar dicho museo, del año 2006 al 2011, y tiene una manera de enfocar al hombre, su estilo y su obra, que profundiza y sensibiliza sobre su labor. Explica su muy significativa tarea para el conocimiento y la superación del individuo. Mirar a este entrañable hombre, Don Octavio Romero,  a través de las palabras de Ricardo Molinero, es alcanzar a valorar lo que fue su propósito, demostrándolo día con día, con cada visitante:

MB: Buenas tardes Ricardo.

RM: Buenas tardes tengan todos los que leen estas líneas, aquí en esta maravillosa revista “La hormiga en línea”.

MB: Cuéntanos por favor, cual era tu papel, lo que me mencionaste que llevabas grupos escolares al Museo, y lo que gustes agregar del Museo mismo o de Don Octavio Romero Arzate.

RM: Durante un tiempo estuve haciendo recorridos por mi cuenta, por Azcapotzalco. En este caso, trabajaba yo en el Colegio Virgilio Uribe, al cual le mando un saludo a través de esta revista. Estuve 15 años ahí, y dentro del tema “Conoce tu comunidad” y la materia de “Conocimiento del medio”, tuve la oportunidad de armar los recorridos, desde la Colonia Cosmopolita hasta San Juan Tlihuaca, hasta el Calpulli del Rosario, en una camioneta Van Express, con el grupo de niños del Colegio Virgilio Uribe.

Niños que se interesaron mucho por las crónicas y por las leyendas, por la historia de Azcapotzalco, que fueron capaces de ir hasta investigar a los lugares que mencionábamos en ellas, hasta quedar contentos de no tener una duda de lo que se habló.

Es por eso que hacía yo un recorrido en el que comenzábamos, desde el Ferrocarril central, en la Unidad Habitacional Ferrocarriles, después íbamos hasta el busto de “Chava” Flores, en la Unidad Habitacional Cuitláhuac, y ahí entrabamos caminando por el andador hasta llegar a los vestigios y restos de la Laguna de Xancopinca, por lo cual le mando un saludo al Sir Centinela de la Laguna de Xancopinca, nuestro amigo cronista, José Carbajal.

Llegábamos, hablábamos de algunos cronistas, después los llevaba a la antigua capilla del siglo XVI, de San Juan Huacalco, ahí se encuentra un monumento a Itzcóatl, muy interesante. De ahí partíamos por el estacionamiento, y salíamos rumbo a la Avenida Azcapotzalco, hacía la Hacienda de Clavería, hablábamos de la hacienda, y después hablábamos de la legendaria Avenida Azcapotzalco, de las casas del porfiriato, que se encuentran ahí en Avenida Azcapotzalco, casas del año de 1906, cuando se comienza construir la Colonia El Imparcial. De ahí hacíamos una parada en San Lucas Atenco, hablábamos de las leyendas que nos trata la Maestra María Elena Solórzano, y en ese momento los muchachos estaban muy interesados, muy impactados, después partíamos rumbo a San Salvador Nextengo. Llegábamos hasta la Avenida Azcapotzalco, donde se encuentra el topónimo de la hormiga, del nombre de Azcapotzalco, que significa: “En el hormiguero”.

Ahí les contaba la leyenda de Quetzalcóatl y el maíz. Posteriormente llegábamos hasta la calle de Libertad, ahí donde comienza el pasado, donde viajas a través del tiempo, desde una vieja casona que se encuentra casi en la esquina, donde hay muchas leyendas, que en alguna ocasión ya Fray Molinero se las narrará.

Posteriormente llegábamos con Don Octavio Romero. Claro que yo con anticipación, hablaba con él, y él ya nos recibía, ya estaba prevenido. Días antes, cuando programábamos estas visitas, me entrevistaba con Don Octavio, y él ya sabía que día íbamos a llegar, y nos recibía con mucho gusto. Tengo fotos, algunos videos, muy atento Don Octavio Romero, atendía a los niños.

Hay un instrumento prehispánico que me impresionó, ya que él le ponía agua, y al momento de ladearlo, producía un sonido. Este sonido era para arrullar a los niños recién nacidos. También algo que tengo muy presente, es que él nos enseñaba un “chipi chipi”, ¿Qué es un chipi chipi? Bueno, lo conocen comúnmente como –palo de lluvia-, pero él nos hacía referencia a que no se llamaba palo de lluvia, que se llamaba chipi chipi, y que tenía diferentes tonos, según la forma en que lo girabas.

Las piezas que él tenía ahí, pues hablaban de temas de los Toltecas. Él lo hacía con su propio esfuerzo, ya que el Museo estaba en su casa, donde él tuvo una visión, en la cual, precisamente el Príncipe Tlaltecatzin le manifestaba algunas cosas.

Sé que algunos cronistas no estaban de acuerdo en esta situación y escribieron algunas cosas, pues como para desmentir o decir que no. Aquí no es tanto el caso, sino la magia que Don Octavio Romero dio a este lugar, la magia que enamoró a los niños que después fueron a investigar, la magia que dejó ahí, y desde luego, voltear hacia el pasado de Azcapotzalco en este Museo, que hoy en día está cerrado. Sería maravilloso que volviera a tener vida este lugar.

MB: Ricardo, ¿consideras que en estos eventos cuando tu llevabas a los niños, y otros grupos que fueran también, consideras que entre otras funciones de Don Octavio, también tuvo la de sembrar esas inquietudes, ese gusanito de desear saber más, informarse?

RM: Claro que sí. Y desde luego con su propio esfuerzo, con sus propios recursos. Desde luego la Delegación en aquel entonces, apoyaba hasta cierto punto, pero Don Octavio ponía mucho esmero y mucho esfuerzo. Ahí lo que se ha quedado pendiente, es la magia que él ponía, lo místico de Itzcóatl y del Príncipe Tlaltecatzin, y  de lo que él vivió, eso es lo que se puede perder y que también fue criticado en su momento, por algunos.

Había una ruta que se hacía en bicicleta con Marcelino Peña, era la ruta “Itzcóatl” o “El Príncipe Tlaltecatzin” en bicicleta, que igual salía desde San Juan Huacalco hasta este lugar. Nosotros continuábamos después de aquí rumbo a San Juan Tlihuaca o el Centro de Azcapotzalco, pero si se logró el objetivo de Don Octavio Romero, ya que yo tuve una vivencia con un niño que después de todo lo que vio, agarró su patineta, su tabla, se fue al Archivo Histórico a investigar, se fue a entrevistar con Don Octavio Romero otra vez, se fue hasta San Lucas Atenco, para hablar con el Señor Cura, para verificar toda la información, que se había dado. Eso ya es una ganancia, de que se van haciendo investigadores, se van haciendo descubridores.

MB: ¿Considerarías que a pesar de que Don Octavio ya no está con nosotros en este plano terrenal, en nuestras manos está continuar, recordar, y seguir contagiando a otras generaciones, y que se acerquen e investiguen como el niño que me narras?

RM: Como dijeran en la época prehispánica, como dijeran nuestros ancestros: “La memoria nunca muere”. Siempre vivirá la memoria, y entonces su espíritu, ahora sí, su espíritu vaga por Azcapotzalco, su espíritu está en la crónica, está en la leyenda, está en la historia de Azcapotzalco.

Entonces tal vez en este momento esté aquí junto a nosotros, y pues siempre va a estar presente.

MB: ¿Durante cuánto tiempo llevaste grupos a conocer el Museo y a convivir con Don Octavio?

RM: Estamos hablando desde el año 2006 al año 2011.

MB: ¿Tanto tiempo?

RM: Si mira, el interés, un cronista o un narrador, trata de sembrar y de dejar un gusanillo para quela gente no nada más se remueva en el asiento o se duerma, sino más bien que se levante y diga “Esto yo no lo sabía y ahora lo estoy viendo, y ya me di cuenta porqué”.

Entonces, desde ese punto de vista, la gente siempre va a descubrir cosas, que a pesar de vivir ahí junto y pasar y casi pisarlas, no se daba cuenta de que existían, por eso el espíritu de Don Octavio Romero perdurará. Así igual el espíritu de los cronistas, que dejen una buena semilla, perdurará.

MB: Una pregunta, cuando llegabas tú con los grupos al Museo Príncipe Tlatecatzin, ¿a partir de ese instante ya los dejabas en manos de Don Octavio él como guía, o interactuaban tú y él como guías?

RM: Lo primero era el recibimiento, siempre era una introducción. Yo ya había hablado con los muchachos a dónde íbamos a ir, y meterles la duda, los dejaba a medias, para que cuando llegaran ahí, entraran con mayor interés. Don Octavio ya los recibía en una salita que tenía de butacas, de tipo de cine de los años sesentas yo creo, porque eran unas butacas muy antiguas, pintadas de gris, y ahí los recibía, les daba la bienvenida. Yo dejaba que él interactuara, que se sintiera este personaje, porque Don Octavio era todo un personaje, que los niños lo vieran, y pues a mí siempre en esta escuela me tocó con niños que eran bien preguntones, les gustaba averiguar “por qué esto, por qué lo otro”, y siempre le lanzaban preguntas. Y claro la maestra también después de esto les dejaba una tarea.

MB: ¿Cómo cuanto tiempo duraba entonces la conversación entre Don Octavio y los visitantes de estos grupos?

RM: Era todo un recorrido por el Museo. Tenía sus momentos. La entrada era un momento, la mitad del Museo era otro momento, a la vuelta era otro momento, de ver las piezas que estaban ahí, que algunos decían que no eran originales, otros decían que sí lo eran.

Yo no iba a cuestionar, yo iba a descubrir la historia de nuestros ancestros, igual que los niños, entonces llegaba otro momento que hacía que se transportaran a otro tiempo, al mostrarles piezas que al agregarles agua producían un sonido, o al menearlos o manipularlos, producían sonidos, y posteriormente era el final. ¿Cuánto duraba? Pues ni cuenta nos dábamos porque nos empapábamos de lo que veíamos, y nos fijábamos ni llevábamos prisa, porque para estas cosas no hay que tener prisa, hay que saborearlas, hay que tenerlas, y pues yo calculo que nos hemos de haber tardado como una hora y media o dos con él.

MB: Increíble, y además él demostrando el uso de instrumentos, dando la explicación de lo que había ya reunido.

RM: Exacto, de ahí salían ya los niños más enamorados, con ganas de aprender más, y pues íbamos a rematar hasta San Juan Tlihuaca.

MB: Entonces pensando los lectores de la revista “La hormiga en línea” que no hayan conocido a Don Octavio, o no hayan conocido este Museo mientras funcionó, para describirlo en pocas palabras, no como ser humano, no es la pretensión, pero si su función en el Museo: estamos viendo que fue el que reunió las piezas, el que organizó el Museo, además es el que acompañaba al guía o recibía los grupos, hacía demostraciones de instrumentos… ¿Qué me faltaría mencionar en una lista?

RM: Una de las características que he tenido yo la fortuna de conocer al cronista de Santa Apolonia, Tarsicio López, al cronista José Carbajal, a otro amigo de la Colonia Xochimanca, Joel Luna, cronistas, en tu caso Martin, también de conocer a Antonio Udapilleta, pues cada uno tiene su estilo, pero Don Romero era un hombre de campo, se le veía su piel, su fisonomía, un hombre ya de edad pero duro, recio, o sea fuerte como un roble, esa era una característica de él, no se rendía.

MB: Pues muchas gracias. Tienes alguna expectativa de lo que pudiera ser el: ¿Qué pasó después con el Museo Príncipe Tlaltecatzin? ¿Crees que ese cierre es ya definitivo y no volveremos a ver nada de lo que contenía?

RM: Yo sigo haciendo recorridos a pie por el centro de Azcapotzalco. Hay compañeros que nada más quieren llegar a la Cantina. Le dan realce a la Cantina. Yo no tengo ningún problema con eso porque la Cantina es antigua, pero a mí me gusta llegar más allá. Más allá de donde los ojos pueden ver, si es posible hasta San Lucas Atenco, hasta Tacuba, porque Azcapotzalco está lleno de historia, y uno de los recorridos nos marcaba el “Callejón del Beso”, que también ocasionó controversia y pues algunas cuestiones igual que lo del Príncipe Tlaltecatzin, pero esas controversias son las que hacen que estas memorias no mueran. Y tomar la calle de Libertad y la esquina de Recreo, pues te encuentras con historia. Caminas por Libertad y ver los vestigios del Museo, pues ahí sigue. Y hablar de él cuando estés afuera antes de irte, pues le Museo sigue vivo. Y ojalá se vuelva a retomar y se vuelva a abrir, por el bien de la historia de Azcapotzalco.

MB: Muchísimas gracias. Solo me falta preguntarte: ¿de que niveles escolares llevabas público al Museo Príncipe Tlaltecatzin?

RM: Desde tercer de kínder, o sea pre escolar, llevaba también de primaria, de primer a sexto, llevaba de secundaria, y dos o tres ocasiones llegué a llevar de bachillerato y universidad. También hubo maestros que les interesó. Y yo digo que si todavía existiera este Museo, todavía los llevaría, porque hice recorridos exclusivos para maestros, y los llegué a llevar al Museo Príncipe Tlaltecatzin.

MB: Excelente, muchas gracias.


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