viernes, 23 de diciembre de 2022

UNA HORMIGA EN EL CAMINO

 Por Gustavo Aquino

Obligados al silencio, en un mar de estatuas de sal, fuimos el molino de viento que el Quijote retó, sorprendido y dispuesto a combatir mientras el Sancho se rascaba la Panza tratando de evitar otra locura más con el galante caballero. No peleamos ante aquel tipo, nos rendimos ante su aspecto destartalado.

No fue el único loco que encontramos en el camino, hubo aquellos que soñaban con antros en medio de un concierto de música clásica, ciudades de chocolate, ríos de olvido e inmortalidad, caminantes sobre arenas movedizas.

Sospeché que estaban contra nosotros.

Huimos.

Soñamos con planetas y laberintos, con estrellas y flores de papel brotando de los ojos de las arpías, vagamos, hasta que la humanidad nos traicionó al conocer a un náufrago con quien te fuiste.

Regresé a mi condición de payaso, de este drama torrencial salto a la sorpresa de la soledad. Algunas veces creí que cantabas, como en aquel bar, besando mi corbata de borracho sin día.

A veces te extraño. A veces finjo el olvido.

Las tempestades me recuerdan la luna llena desparramada sobre tu rostro cuando la naturaleza nos invadía mientras contábamos nuestras desgracias.

El Quijote vendió su caballo, anda sin Sancho, su lanza está guardada en una biblioteca. Un día desperté, llené una solicitud para que me admita como su aprendiz.

Espero la respuesta sobre un puente que me separa de la ciudad y de la posibilidad de volver a encontrarte. Mi buzón está vacío desde entonces.

Allí, lejos, veo luces. Parece navidad, los cantos son tristes, una bomba de papeles arrasa nuestro puente. En las calles los niños le cantan a un Dios que no es el mío, deposito en su esperanza lo que queda en mis bolsillos, harapos de sol y mar.

Muerto de sed, de hambre, de rumores lejanos, de recuerdos, no me atrevo a beber de este río que promete el olvido.  

Un policía me sorprende escribiéndote algo que nunca leerás, me deja un abrigo, y un consejo que nunca seguiré.

La casa está vacía. El extraño que soy no sabe si buscarte o permitir que el azar siga jugando conmigo.

Dejamos el pueblo y me cambiaste por un marido, yo compré un barco pero nunca encontré el mar. Hui a la ciudad. Topé con Sodoma y Gomorra, Babilonia, y Roma. No importa, fueron ciudades que nos aniquilaron con sus esquinas. Siempre un ladrón, un comerciante o un nuevo Dios. Cantando, bailando. Pintabas y hacías poemas. Provocando guerras, huelgas, conquistas.

Un día espero en un puente. En otro estoy ante un café que se enfría. Uno más y la cerveza ya está tibia.

Me olvidarás, sé que me olvidarás. Te olvidaré, sé que te olvidaré, aunque pasarán siglos para dejar de extrañarte.

Pasa la primavera detrás de un autobús, el invierno es el cable de un viejo tranvía, Para entretenerme, busco trabajo y finalmente me burlo de los ejecutivos de ventas, de los empleados de correos. Del policía que me trata de convencer que su trabajo es el mejor. En un bar un cantante me mira lascivamente. El tipo está crudo, y el cretino me hace preguntas estúpidas acerca de la felicidad, de mi felicidad. 

Respondo con evasivas y creo que pasé la prueba del empleo. Le ayudé a arreglar una canción para el concierto de la noche. Soporté sus eructos, su mal aliento y su desencanto por la vida, fue cuando decidí escribirte una carta.

Han sido siglos, tu rostro amanece en mi alma desde siempre.

Desesperado vagué entre revoluciones, selvas, marchas contra todo. Me he soñado guerrillero, amante de reinas y prostitutas de lujo, trailero y director de orquesta, y tantas veces perdí el sueño ante una copa de vino. Luché contra demonios y mareas de papel. Tantas veces me han abandonado los perseguidores.

Aún trato de tocar el piano de una vieja fonda, y tal vez, te mande una canción en el próximo correo que vaya a tu galaxia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario