JUAN RULFO EN EL MURAL
DE CASA DE CULTURA
DE AZCAPOTZALCO
Por: Martin Borboa.
El 12 de marzo de 1999, se inauguró el mural “La herencia tepaneca en el umbral del tercer milenio”, pintado en las paredes de la escalera de la Casa de Cultura de Azcapotzalco por Arturo García Bustos, alumno de Frida Kahlo.
De esa fecha, el número 12 es múltiplo de 3. Marzo es el mes 3. 1999 dividido entre 3 resulta 666.33. El titulo del mural tiene 9 palabras, múltiplo de 3. Y se refiere al tercer milenio. La obra se puede apreciar desde 3 niveles del edificio (planta baja, descanso y planta alta). ¿Es la casualidad la que revela una liga hacia el número 3, o tendrá algún significado apto solo para iniciados?, ¿estaré exagerando para aplicar un enfoque numerológico e intentar pasar por conocedor?
Hay 9 (múltiplo de 3) documentos expuestos en el mural. Viéndolo de frente, se ve del lado izquierdo un amatl pintado que sostiene una doncella mostrándolo a alguna autoridad o maestro. En el sector central se ve a Sor Juana sosteniendo un papel muy pequeño en su mano, casi del tamaño de un recado, no para un texto extenso como los que solía redactar. Y no es que yo piense que deba tener una hoja tamaño carta, pero ¡en verdad que más parece un Post it!. También se ve al cronista Alvarado Tezozómoc sosteniendo un pergamino enrollado, y al protomédico Francisco Hernández exponiendo una lámina, un cromo, o la portada de una colección que muestra una flor.
En el lado derecho está José Vasconcelos con un libro abierto, en autorretrato juvenil García Bustos escribiendo o trazando en un cuadernillo. El poeta Nazario Chacón Pineda (de niño) sostiene un libro en cuya portada dice “Poesía”. Juan Rulfo tiene su “Pedro Páramo” y finalmente Juan O´Gorman detiene documentos o quizá un folder con bocetos.
De todos ellos únicamente de O´Gorman tengo certeza de que haya estado en Azcapotzalco, pues en 1926 pintó un mural en la Biblioteca Bartolomé de las Casas, anexa a esta Casa de cultura. De los demás no tengo hasta ahora como comprobarlo. Mientras no lo tenga, se me hará extraño que estén plasmados en este mural, “tepaneca” desde el titulo, pero ausente esa esencia en la parte central y en la derecha. Sólo la izquierda, a mi parecer, tiene sólido vínculo con Azcapotzalco, solo esa merece llamarse “herencia tepaneca”. El cronista Alvarado Tezozómoc habrá mencionado a Azcapotzalco en su obra, pero su enfoque mayoritario fue sobre Texcoco y Tenochtitlán.
Y lamento no poseer la certeza de un lazo entre Juan Rulfo y nuestra alcaldía, pues deseo hablar de él. ¿Acaso estuvo Juan Rulfo en Azcapotzalco? ¿Alguna mujer que él conoció de nuestra alcaldía le inspiró para el personaje de Susana San Juan? No encuentro por ningún lado la explicación. Y no quiero preguntarle a ninguna compañera cronista ni a algún colega narrador acerca de esto, porque siento que les daría la idea y podrían desarrollar el tema mejor que yo. Así que además de ignorante resulté egoísta. En estancada soledad repaso las pobres explicaciones que me vienen a la mente. Una Sala del Colegio de Ciencias y Humanidades de Azcapotzalco se llama Juan Rulfo. ¿Por qué? No he encontrado una razón certera del porque se le llamó en su honor a dicha sala. No es que a él le falten meritos, para nada. No quiero decir eso. Lo que me llama la atención es el muy agradable hecho de que en nuestra alcaldía se destaque a tan notable escritor con sala y mural, y casi ansío que haya un motivo más físico, de presencia corporal, tangible, de esa dedicación. Deseo que hubiera sido vecino o visitante frecuente. A eso me refiero. Sería excelente como articulista de la “Hormiga en Línea”, localizar el dato de que “Rulfo estuvo aquí”, o de que él inauguró la Sala del CCH Azcapotzalco que lleva su nombre, o acaso que hubiera estado en alguna de nuestras bibliotecas, quizá presentado algún libro suyo. Mi emoción y mi imaginación superan mis escasos hallazgos. De hecho no los tengo, solo indicios.
En el pueblo de San Pedro Xalpa, en la esquina de las calles 23 de abril con Adrián Castrejón, está la secundaria para trabajadores Número 60 “Juan Rulfo”. (60 es múltiplo de 3).
He ido a ver el mural en la Casa de la Cultura de Azcapotzalco más de seis veces este año con la pregunta: ¿Por qué está pintado Juan Rulfo en un mural que desde el titulo afirma su esencia tepaneca? Y no logro ver que tuvo de tepaneca o azcapotzalquense la vida o la obra del autor.
No he llegado a nada. Solo he observado lo siguiente:
Hay cinco “Juan” en ese mural: Sor Juana está dos veces, Juan Rulfo, Susana San Juan y Juan O´Gorman. Así se puede comprobar en la cedula metálica instalada en la parte alta de la escalera. Con ánimos de seguir rondando al número 3, podría agregar que el mencionado protomédico Francisco Hernández llegó de España a Veracruz acompañado de su hijo Juan en 1570, y así sumarían 6 “Juan”, pero sería exagerado pues no está en el mural, así que descarto incluirlo.
Cinco “Juan”. Y parece que sólo el último de la lista de personajes ahí representados estuvo aquí. Sor Juana tiene en Azcapotzalco una biblioteca que lleva su nombre, es decir, quizá no estuvo aquí, pero aquí se inspiraron en ella. Y curioso que García Bustos la pintara dos veces y juntitas en este mural.(Figuras 9 y 10). Una es su clásica estampa de monja jerónima. La otra, juro que no la reconozco salvo cuando permito que la cédula metálica que describe al mural me lo indique. El mural la exhibe casi pecho tierra sobre unas escaleras, con una ropa blanca tipo sábana espectral, cabello cano, con aspecto de derrota incluso corporal. ¿Será un lenguaje figurado del artista para afirmar que las autoridades de su época terminaron subyugando su ímpetu creativo y artístico?, ¿se equivocó el que hizo la cédula metálica señalando a ese personaje vencido con el nombre de Sor Juana?, ¿será que yo ignoro de su biografía que ella llegó a estar tirada en el suelo con su cabellera totalmente blanca?, ¿qué motivo al muralista a pintarla así y aquí? No sé.
Y de los cinco “Juan” en el mural, ninguno es azcapotzalquense, aunque el titulo sea tan especifico: “Herencia tepaneca”. Entonces ¿de qué se trata?, ¿es una simbología oculta?, ¿encargo de su mecenas?, ¿galería de los favoritos del autor?, ¿era un proyecto de mural para otro sitio y luego se quiso adaptar a éste edificio -regionalizando solo la sección derecha que si resalta aspectos históricos o mitológicos tepanecas-?
Lo ignoro. Y conjugar los verbos “ignorar” o “dudar” en tiempo presente del singular: “yo ignoro”, “yo dudo”, podría decir que al menos son señal de que estoy vivo. Pero la verdad ni de eso estoy seguro. Mientras más he leído a Rulfo para preparar este artículo, más creo en la sospechosa parte de mí ser que ya ha muerto.
Por ejemplo Juan Preciado, (otro Juan) el primer personaje que aparece en el texto de “Pedro Páramo”, habla cuando está vivo, pero también cuando está muerto, y como no lo enterraron solo, sino junto a Dorotea, pues platica y discute con ella, y hasta escucha gemidos del entierro cercano a su tumba, justamente los de Susana San Juan, (que también está en nuestro mural).
Que curiosa manera de quedar enterrado para el hijo de Pedro Páramo, bueno, uno de sus tantos hijos, pues en aquel pueblo de Comala donde transcurre la narración, la mayoría de hijos eran suyos.
Muy firme ese Pedro, mandón, valiente, mañoso, abusivo, y por otro lado, tan sensible y enamorado de Susana San Juan. Como la quiso. Los únicos destellos de gran romance que se le conocen a Pedro son su debilidad sentimental por ella. Apenas la pudo disfrutar de niño y la perdió. Y cuando de adulto la volvió a tener, fue solo para verla extraviarse nuevamente, primero mentalmente, y luego por completo al fallecer ella en la propiedad de Pedro, la “Media Luna”, aquella noche del 7 al 8 de diciembre. El día 8 se celebra la Inmaculada Concepción. Y un día después a San Juan Diego. Y aunque es otro “Juan”, no lo puedo agregar a la lista del muralista pues la fecha la eligió Juan Rulfo, no él, y no quiero forzar las cosas. Sería engañar al lector. Lo que si puedo decir es que Juan Rulfo fue registrado en Sayula, Jalisco, y ahí la iglesia principal está dedicada, coincidentemente, a la Inmaculada Concepción.
La muerte de Susana San Juan es muy conmovedora. Dice Rulfo que “el cielo estaba lleno de estrellas, gordas, hinchadas de tanta noche” que la luna era “de esas que nadie mira”, así de triste estaba la luna también.
El abatimiento del viudo Pedro al enterrarla, lo sumergió en una densa depresión y soledad. Derrotado por la ausencia de Susana, su completa inutilidad para mantenerla viva, lo hizo quedarse sentado murmurando: “Hace mucho tiempo que te fuiste. La luz era igual entonces que ahora… era el mismo momento. Yo aquí junto a la puerta mirando el amanecer y mirando cuando te ibas... fue la última vez que te vi. Pasaste rozando con tu cuerpo las ramas del paraíso que está en la vereda y te llevaste con tu aire sus últimas hojas”.
Mientras tanto el pueblo gritaba de alegría, hizo sonar las campanas por días, efectuó peleas de gallos, Rulfo describió como “poco a poco la cosa se convirtió en fiesta. Comala hormigueó de gente, de jolgorio y de ruidos”. (Ese hormiguear es algo que sabemos que significa en Azcapotzalco, lo llevamos en el nombre).
Por eso Pedro juró vengarse de Comala. Cruzarse de brazos y dejar que el lugar se muriera de hambre. El fallecimiento de Susana, la tristeza y la soledad del viudo, “violentada” por la alegría de los demás, mereció su sentencia a Comala de parte del juez Pedro.
Ese era un sitio sin sacerdote que oficiara los sacramentos, pues el padre Rentería se había ido enojado y decepcionado, y prefirió entrarle a la guerra que supuestamente revolucionaría al país. Por eso allí se quedaron sin bendiciones los vivos y los muertos, expuestos al desamparo infinito. Ambos deambulaban silenciosos y entremezclados en Comala. Aunque ese silencio no caracteriza al panteón, donde conversan los difuntos como Juan Preciado y Dorotea.
La última alegría de Susana San Juan, fue saber que no era un gato lo que la molestó cuando dormía, sino que fue su padre que vino a despedirse de ella luego de haber sido muy probablemente asesinado por órdenes de su yerno Pedro Páramo.
La desolación del paisaje comalteco descrita en ese texto, no es nada comparado con la aridez vivencial de los que habitan ahí. Desnudos o tocando puertas, barriendo la cantina o extrañando el ayer. No hay esperanza. Todo ya fue. Ya nada es. Pedro murió en el portón de su casa apuñalado por un emborrachado vecino llamado Abundio Martínez. Carajo. De que le sirvió ser el amo del lugar. Ya desde que su hijo Miguel Páramo murió cayendo de su caballo comenzó a menguar la luz de Pedro. De ahí en adelante todo fue de bajada. Es muy triste todo lo que ahí sucedió.
Y cuando he ido a ver la imagen de Rulfo en el mural de la Casa de Azcapotzalco, de verdad que en su expresión solo veo esa misma tristeza que me produce esa lectura. La cabeza agachada de ojos cerrados de Susana en ese mural, es la misma expresión que tendrá quien lea sobre aquel Comala rulfiano. La pesada aridez de la muerte, de la desesperanza que desmorona toda luz. (En la imagen de izq a der: Silvestre Revueltas, Juan Rulfo y Susana San Juan).
En ese mural, en esa misma sección, se dibujó una calavera, una muerte coronada. Nada de ella se compara a la desolación en la mirada de Rulfo. Esa calavera tiene al menos un brillante color blanco. Al menos la osamenta tiene actitud de estar tramando algo, traviesa, agazapada tras un tronco. Ni Rulfo ni Susana proyectan siquiera eso. Un plan. Un objetivo.
Extraviarse ante la derrota por la muerte, es para los vivos el lado más dura de lo funesto. Me alegro que mi país diga distinguirse por jugar con la muerte. Está bien que se ufane de ser muy valiente si para algo le sirve. Yo he visto detrás de las cortinas de esa valentía. Ya sin máscaras, a México le es tan desolador, tan doloroso y tan lleno de impotencia, como en Comala.
Creo que la luna desde Comala se ve color hueso. Con el mismo aspecto de una radiografía. Una bola de calcio que debería funcionar como soporte de un cuerpo, pero ya sin piel, solo queda esa esfera ósea.
Por cierto que la luna tiene su lugar en el relato. La extensa propiedad de Pedro se llama “Media Luna”. Dolores, la mamá de Juan Preciado, no quiso pasar su noche de bodas al lado de su marido porque le “tocaba la luna” y por eso le pidió a su amiga Eduviges que mejor pasara ella la noche en la cama con Pedro. Incluso cuando a él le emocionó esa boda con Dolores, despachó a su capataz Fulgor evadiéndolo de otros asuntos, diciendo: “Deja eso pendiente, ahorita estoy muy ocupado con mi luna de miel”.
Escenario, pudor, engaño y boda. Puntos en que la luna es mencionada, y que de todas formas no se salvan. Terminan mal. Su significado se extingue. Es muy triste leerlo en el texto y vuelve a serlo al escribir sobre él. Qué bueno que para mi país la muerte pueda ser a veces motivo de chiste o guasa. Cuando pienso en Comala, siento que abro la puerta del camerino del actor, y lo pesco sin maquillaje, sin careta, llorando, impotente. México en verdad llora la muerte, desolado. Me da gusto que tengamos la simpática obra de Posada, pero también que exista la obra de Rulfo que nos refleja universalmente desnudos ante la muerte. Ambos lados de la fúnebre moneda.
Juan A. Montesinos (otro Juan) escribió en el número 51 de la revista “El libro y el pueblo”, publicada por la Secretaría de Educación Pública en abril de 1969 que: “El tema de la muerte domina la obra del novelista mexicano Juan Rulfo. Su novela capital, Pedro Páramo, está poblada de muertos. Es más, es una novela en donde los personajes están muertos… es una novela corta. Tiene poco más de cien páginas. Rulfo es cortésmente breve. Dice solo lo que viene al caso, no más”. El articulo describe así las condiciones del Jalisco natal en que tocó vivir a Rulfo: “la música, el sol y el hambre se combinan en un son austero. La sequia la soledad y el trabajo improductivo han diezmado la población dejando en las villas un halito espectral. La muerte está en el ambiente de los cementerios y las aldeas. La muerte está en la memoria –los aldeanos se mudaban cargando a sus muertos- la muerte está en su recuerdo personal –su padre muerto en la revolución cuando Juan era un niño, su madre muerta seis años después-, la muerte está consignada en su obra literaria…”. “Parece que el autor nos dijera que los muertos de su novela no son más que símbolos de la vida, que, exceptuando el momento presente, está constituida de recuerdos que no son otra cosa que experiencias muertas… que el vivir en nuestros recuerdo no es más que deambular por parajes inexistentes ya y por tanto, muertos”. “Pudiera también ser que Rulfo, frustrado y desilusionado ante el estado de muerte de nuestra vida pasada (que constituye el 99.9 por ciento de lo que somos), quiera, al novelar la muerte, insuflar de vida al recuerdo, para luego reconocer desengañado que esa vida ha sido aparente, porque en definitiva, la única realidad es la muerte”. Y para terminar dice sobre la novela que: “Nada queda en pie en la novela. Los recuerdos, Rulfo parece decirnos, es la muerte que llevamos dentro. –Todo-, son los muertos de Juan Rulfo”.
Otro “Juan”, Juan Cervera, entrevistó a Juan Rulfo y publicó el resultado en “La Gaceta”, difundida por el Fondo de Cultura Económica en octubre de 1968. Lo describe como alguien que luego de sus dos libros, “Pedro Páramo” y “Llano en llamas”: “de la noche a la mañana, se convirtió en uno de los escritores más famosos de México…yo me atrevería a decir que Juan Rulfo es, quizás, el escritor mexicano más conocido de los de su generación… creo que… en la fuerza de su acendrado mexicanismo, pues es sin duda alguna el escritor mas mexicano que existe en México, esta la razón primordial del éxito de su obra”.
“San Gabriel, Jalisco, 1 de mayo de 1918. Nace Juan Rulfo. Cuando solo contaba cuatro años de edad su padre es brutalmente asesinado. Cuatro años después muere su madre víctima de un ataque cardiaco. Huérfano a tierna edad es recluido en un orfelinato de Guadalajara, donde acaba de criarse. Cumplidos los quince años llega a la capital de la República donde comienza a estudiar al amparo de su tío, hermano de su padre. Sin embargo, muy pronto abandona la escuela. Su tío no puede continuar protegiéndole por falta de recursos económicos. Desde entonces trabaja y vive por su cuenta y riesgo”.
“Rulfo no cesa de escribir. Escribe y escribe, lee y lee y rompe y pule. Mientras vive, observa y sufre en su carne el paso de la vida. La suerte está echada y el sigue su camino con paciencia y tesón. Así hasta culminar en la creación de sus cuentos geniales y sin precedentes”. Lo describe: “Es Juan Rulfo físicamente, enjuto de carne. Su pelo es una mezcla de grises blanquecinos. Son muy pronunciadas las arrugas que campean, como senderos, en su despejada frente. Da la impresión de un hombre que ha sufrido mucho. Pero esa dureza aparente esconde un gran corazón y una dulcísima amabilidad”.
Entre las preguntas que le hizo el entrevistador están las siguientes. (Tenga en cuenta el lector que esa entrevista se publicó en 1968):
“¿Qué autores mexicanos destacaría usted?
-A Carlos Fuentes. El es la base de toda la literatura joven actual de México. Todos quieren ser como él. Pero no es fácil, ya que Fuentes, cuando comenzó a escribir poseía una cultura muy amplia. También hay que destacar a Salvador Elizondo, es un hombre de gran talento, firme vocación y con una visión extraordinaria de las profundidades del alma humana. Tampoco hay que olvidar a Fernando del Paso ni a Sergio Galindo. Son dos grandes escritores.
A su juicio, ¿Qué autor mexicano vivo consideraría merecedor del premio Nobel?
- Vivo a Octavio Paz y, si viviese, a Alfonso Reyes.
¿Piensa usted que la literatura mexicana ha superado ya su etapa nacionalista y puede, en este tiempo y en esta hora, tomar carta de ciudadanía universal?
- Yo pienso y creo que la literatura es buena o mala. Y ya está”.
“¿Cuál fue su primer libro y en qué fecha apareció?
- MI primer libro fue “El llano en llamas”. Vio la luz en el año 1953.
¿De cuánto ha escrito que es lo que piensa y siente es mejor, o le gusta a usted más?
- Hay un cuento titulado: “Diles que no me maten”. Ese cuento”.
“Díganos, ¿Qué libro que no ha escrito usted, de la literatura universal, le hubiera gustado escribir?
- Salka Valka, de Halldor Laxness.
¿Podría decirnos cuáles son sus autores predilectos?
- Como no, Joao Guimaraes Rosa, Carlo Emilio Gadda, Cesare Pavesse, Camus, Ramuz, Jean Giono.
¿Qué recomendaría a los jóvenes con vocación literaria?
- Leer, leer, leer”.
Fin de la cita de la entrevista.
Y bueno, para terminar de mencionar a Juan Rulfo en este articulo, de quien ignoro por completo por qué fue incluido en el mural de la Casa de la cultura (y no lo digo como queja, sino como un “me acuso”) quiero agregar algo que acaso lo vincula ligeramente con las hormigas, aunque es apenas un breve momento en su obra.
En un cuento de “El llano en llamas”, el personaje Lucas Lucatero, revela como empezó Anacleto Morones a hacerse pasar por santo. Dice que luego de que Anacleto escapara de la cárcel y fuera a buscar a Lucas para reclamarle sus propiedades, y de que entonces Lucas lo matara y enterrara en su casa, llegaron unas mujeres en busca de Anacleto, y Lucas para distraerlas y hasta decepcionarlas de quien llamaban el santo Niño, les dice a las mujeres:
“El antes vendía santos. En las ferias. En la puerta de las iglesias. Yo le cargaba el tambache. Por allí íbamos los dos, uno detrás del otro, de pueblo en pueblo. El por delate y yo cargándole el tambache con las novenas de San Pantaleón, de San Ambrosio y de San Pascual, que pesaban cuando menos tres arrobas.
Un día… Anacleto estaba arrodillado encima de un hormiguero, enseñándome como mordiéndose la lengua no pican las hormigas. Entonces pasaron unos peregrinos. Lo vieron. Se pararon a ver la curiosidad aquella, preguntaron: ¿Cómo puedes estar encima del hormiguero sin que te piquen las hormigas?
Entonces él puso los brazos en cruz y comenzó a decir que acababa de llegar de Roma, de donde traía un mensaje y era portador de una astilla de la Santa Cruz donde Cristo fue crucificado. Ellos lo levantaron. Lo llevaron en andas hasta Amula. Y allí fue el acabose, la gente se postraba frente a él y le pedían milagros.
Ese fue el comienzo, Y yo nomás me vivía con la boca abierta, mirándolo engatusar al montón de peregrinos que iban a verlo”.
Sigue la conversación y ellas le recriminan: “Eres puro hablador y de sobra hasta blasfemo. ¿Quién eras tú antes de conocerlo? Un arreapuercos. Y él te hizo rico. Te dio lo que tienes. Y no por eso te acomides a hablar bien de él. Desgraciado.
Hasta eso, le agradezco que me haya matado el hambre, pero eso no quita que él fuera el vivo diablo. Lo sigue siendo, en cualquier lugar que esté.
Está en el cielo. Entre los ángeles. Allí es donde está, más que te pese.
Yo sabía que estaba en la cárcel” termina diciendo Lucas Lucatero.
En otro cuento del mismo libro, “El hombre”, Rulfo menciona dos veces a las hormigas. En una dice que “la vereda subía entre las yerbas, llena de espinas y de malas mujeres. Parecía un camino de hormigas de tan angosto…”. Después, al describir a un hombre y un alimento, dice que: “todavía ayer se comió un pedazo de animal que se había muerto del relámpago. Parte amaneció comida seguro por las hormigas arrieras y la parte que quedó él la tatemó en las brasas…”.
Fin de las menciones de hormigas en “El llano en llamas”.
En otro relato de Rulfo se hace referencia a las hormigas. En “El gallo de oro” se narran peleas de gallos y ferias de pueblo. En una escena de la obra, durante una de esas ferias, el personaje principal, Dionisio Pinzón, deja encargados sus gallos con alguien de confianza y sale a caminar por el pueblo, y dice que: “todo el mundo estaba ocupado en la baraja, haciendo roncha alrededor de los jugadores o participando en las apuestas, por lo cual, a pesar del gentío que hormigueaba por todas partes, el silencio parecía dominar al pueblo”. No hay más referencias.
Seguiré sin saber porque está Juan Rulfo entre otros “Juan” en el mural de la Casa de cultura. Pero siempre sabré cuanto me parece reveladora su manera también mexicana de enfocar la muerte: en el lado áspero, impotente, desolador, duro y triste al estilo de su obra Pedro Paramo.
De hecho, algo que destaca en los cuentos de Rulfo que la editorial RM ha reunido en el mismo libro de “El gallo de oro”, es que ahí se describen tres aspectos muy interesantes de la muerte:
Que se siente que alguien se te muera: (puede leer el cuento de “Mi tía Celia”)
Que se siente estar muerto: (lo describe en su cuento “Después de la muerte”)
Que siente el que mata : (ver el cuento “Cleotilde”).
Incluso en otro cuento de ese libro, “Igual que ayer, dio el padre”, vuelve a aparecer Susana San Juan, elevada presencia femenina en “Pedro Páramo” y en el mural de Azcapotzalco.
Gracias Don Arturo García Bustos por acompañar a la blanca calavera con la presencia de la delicada Susana San Juan y del genial Juan Rulfo en nuestro mural. La muerte es segura, pero mientras llega, entonces la vida con sus múltiples matices triunfa cada día, por ejemplo para alcanzar enormes metas, seguir rutinas programadas, o compartir las cosas que nos sorprenden o hasta las que ignoramos. No sé porque pintó el muralista a Rulfo en estas paredes tepanecas, pero a mí me motivó para leer los 3 libros que reúnen toda su obra literaria publicada por Editorial RM, (nuevamente el número 3) rastreando hormigas o al nombre de nuestra alcaldía.
(Dedico este texto a la sonrisa ante la vida que externaba Alfredo Borboa Reyes, mi fallecido padre, y su inmenso amor por los libros).
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