ELLA, LA CALLE, Y SUS PERPLEJIDADES
Por: Gustavo Aquino
Nació
con el poder de la naturaleza, era de un barrio que antes era parte del pueblo
de San Juan Tlilhuaca. La perseguía la oscuridad, pero era tan segura al
caminar.
La
conocí en este mar de casualidades. Con la lluvia entre nosotros, caminamos atravesando
este pueblo tan antiguo. Empezó a caer granizo. Esta calle de Tepanecas,
siempre con sus sorpresas. Nos refugiamos primero en un local de productos
vegetarianos, después en una zapatería, luego en un café internet donde
encontramos a otros tipos empeñados a vivir.
Nos
permitieron esperar en tanto pasaba aquella tormenta.
Ingenuamente
creímos que todo pasaría en unos minutos, atónitos vimos cómo el granizo se
metía en aquel refugio. La responsable del lugar hacía esfuerzos por sacar el agua
y los pedazos de nube que tercamente se metían por esa puerta. Apagó las
computadoras, ayudamos a que nuestro pequeño espacio no se inundara, fue
inevitable, se tuvo que cerrar. Salimos de aquel desastre después de algo así
como medio siglo y algunos minutos de más.
Y
esa gran avenida apareció ante nosotros, donde las ceremonias significaban el
advenimiento, el resucitar de culturas, cuando ver el cielo en la noche era
para leer las estrellas. La Avenida, donde corrían los niños a tomar agua clara
de un manantial, los mayores ingerían pulque, comían maíz tostado y huitlacoche
recién salido de las milpas, ahora se veía tan lejana.
Esa
calle de Tepanecas, este día inundado, parecía anunciar el regreso del Lago de
Texcoco.
Para
llegar a la avenida Azcapotzalco teníamos que rodear el jardín, bautizado
irónicamente del “Siglo XXI”, y descubrir que aun así no podríamos llegar, y
regresamos, caminamos sobre Rayón, intentamos rodear por Esperanza, era
imposible, rodeamos el mercado, aún tuvimos que caminar hasta el Quiosco, con
mucho cuidado porque podíamos resbalar con tanto granizo y tanto charco,
difícil saber si estabas metiendo el pie en una zanja, o pisando una pared de
origen Tepaneca o Mexica.
Ella
no se soltaba de mis manos y me guiaba con tanta parsimonia, no en balde era la
predecesora de tantos desastres.
Me
anunció muchas veces el fin. Nunca anunció un aislamiento tan mortal, peor que
una epidemia. Peor que la tierra alejándose del universo, desprendiéndose de
aquella galaxia, de donde huíamos para ser menos que un punto.
Que
ese desastre anunciaba algo peor, una calle inundada de zanjas, de banquetas
rotas, el jardín y el mercado cerrados, un lugar sin comerciantes ambulantes.
Finalmente,
sobre la avenida, nos dirigimos a un lugar más seguro, la gente alrededor hacía
lo mismo, los únicos divertidos eran los niños, jugando a saltar ríos, colocar
un barco de papel, meter los pies al agua, con el respectivo regaño de sus
madres.
Ella
tenía el poder de la naturaleza, y la naturaleza se la llevó y la regresó para
decirme que el universo estaba en nuestra casa abandonada.
Últimamente
evito su mano porque regresa la tormenta de sus ojos, de sus reclamos, de su
cabello revuelto ante mi miseria, de sus brazos inertes ante mis caricias, de
sus lonjas descendiendo como una ladera en aquel paraje de avenidas y
callejones, llena de crepúsculos, que me hace avanzar por aquel paraíso, para llegar a un
lugar tan oscuro.
Para
caminar como un chaneque sobre las calles de Azcapotzalco, tan llenos de
perplejidades.
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