ARTISTAS CALLEJEROS:
MEROLICOS, MIMOS Y PAYASITOS
Por Mtra. Martina Rodríguez García, Cronista de Azcapotzalco
Al iniciar un nuevo día, las noticias que se publican son
alarmantes, se refieren a problemas que surgen al encontrar en la calle a los
niños que realizan oficios que no cualquier persona se atreve a desarrollar.
Los más atrevidos son los niños disfrazados de payasitos. Este problema es
latente, rueda como una bola de granizo y se adhieren muchos más. Los niños de la calle, los niños callejeros,
títulos que sirven para “sacar la nota” en periódicos y revistas, “Ángeles de
alas rotas”, es otra de las frases que exhiben a sus protagonistas como seres
marginados.
No puedo decir las mismas palabras porque ellos son niños
que tienen un don muy especial: hombres, padres, niños, hermanos y trabajadores incansables, aprenden a buscar
el sustento, se agrupan, calientan su soledad y su dolor, comunican sus
vivencias, las llevan a muchas partes, muchos pares de ojos son testigos de su
desgracia.
Viven con unas migajas de pan en su intestino y un ruido
sepulcral bajo su piel. El vacío circula en sus entrañas y el olor del cemento
pega su lengua para no gritar su dolor, su soledad, ojos en blanco desfallecen
sobre la figura de una madre ausente en el amanecer de cada día. “La ley” de la
calle los ha endurecido. ¿Cuál será la ley que obligue a los padres de estos
niños a cumplirles, cuidarlos en la salud y en la enfermedad? Sus padres no merecen ese título. Los niños buscan sobrevivir en su lucha de
trabajo aquí y allá.
“Fruto del amor” un niño en el que recaen como un latigazo
las palabras de su madre, por tu culpa me dejó tu padre, si no me
hubiera embarazado, si tuviéramos dinero, si tu no pidieras comida todo el día,
culpas y mas culpas recaen sobre el cuerpo de cada uno de los niños que se ven
obligados a realizar cualquier trabajo: mimos, merolicos (falsa copia de
aquellos hombres que recorrían las calles de los barrios vendiendo medicamentos
milagrosos, cura todo, hoy todavía vemos a algunos ofreciendo pomadas maravillosas,
se suben algunas veces al transporte público).
En algunas partes o rincones de la ciudad existen los niños
de la madre tierra, esos niños se ven sentados en posición fetal y piensan y
lloran apretando “la mona” – trapo con thiner que parece un dulce o un juguete
que aprietan entre sus manos, débiles y pequeñas como los segundos que les
quedan de vida. En esta nueva vida han
dado un paso muy importante: trabajan. No se les puede llamar parásitos,
son los payasitos que arrancan una sonrisa cuando los niños viajan en un
automóvil con sus padres, hacen equilibrios sobre los hombros del niño más
fuerte, y hacen reír a otros niños. No puedo dejar de nombrar a los niños que
venden muñecas con trajes regionales.
Son muchos los
oficios que dentro de sus posibilidades realizan los niños, “problema complejo”
cada una de estas frases son los títulos de los reportajes que hacen mucho años
se escribieron, pero siguen latentes: “orejas de burro para los mayores”, “durante
el día talonean por la noche duermen donde se puede”. Estas nos son las mejores
noticias. Si nos ponemos a investigar la historia de cada uno, ellos inspiran a
los escritores, y cada uno de los que se interesan en este tema, busca un título
que llame la atención. Los niños de la
calle la hoguera que todos alimentamos, F. Huerta. Educación maltrato a los
niños, P. Maher. La Jornada, martes 7 de enero de 1992. Página de la
infancia. Niños callejeros: arboles para
los que no quieren ver el bosque. Los niños duermen y ven el amanecer por un agujero
de los cartones con que se cubren el frio.
En Azcapotzalco, a
los payasitos y niños de la calle los vemos cuando el semáforo se pone rojo, en
el alto de por ejemplo, la glorieta de Camarones, en Avenida Azcapotzalco, en
el cruce de la Calzada Vallejo y Cuitláhuac, en otras esquinas importantes, así
como en las entradas del Metro Camarones o Metro Azcapotzalco.
El humo les da los buenos días a los infantes que durmieron bajo
algunos de los puentes “su casa”. En
donde algunos niños se hermanan y cada uno empuña el plástico con su dosis de
pegamento para “viajar y vivir su alucine”.
En un rincón del mundo, de nuestro mundo, en donde los vemos
trabajar, brincando, cachando las pelotas de colores, inflando globos, con su rostro
pintado con una gran sonrisa, y nos recuerdan que al mal tiempo buena cara. Pasan horas y horas para recibir unas
cuantas monedas, pero no dejan el buen humor, ni su enorme trasero que se mueve
cadenciosamente para hacer reír, los niños callejeros son muestra del folklore
de nuestra gran ciudad. Hay que desligar a los niños de la calle de los
vagos, los pordioseros, los pandilleros, son seres que buscan un medio para
sentirse libres, útiles. Ellos han sufrido abandono, golpes, violaciones tanto
de su cuerpo como de sus Derechos Humanos. Algunos mueren en alcantarillas
entre ropa y periódicos, ratas y olores fétidos, desamparados, su seguridad es la
unión entre unos y otros, se procuran: alimento, ropa, zapatos, trabajo,
libertad. Ha caído un protector de
algunos grupos de niños en situación de calle, se extraña a “Chinchachoma”
(cabeza sin cabello) Padre Alejandro García Duran, q.e.p.d.
Tenemos noticias que se apoyará a los niños: cirqueros, futbolistas, malabaristas, o ejecutando otros trabajos: realizando conciertos, películas y videos. Allá los encontrarás en tu calle, en tu esquina en un rincón del mundo. Niños sin amor. Un ángel o un payasito que cuando no están en su esquina se les extraña, se pierde una sonrisa, en nuestro rostro igual que el de los payasitos se va secando con la misma rapidez con que se vive en esta ciudad.
BAJO EL PUENTE
Ángel, un niño disfrazado de payasito después de caminar de
norte a sur por la ciudad, encuentra un refugio debajo de unos cartones. Israel
encuentra a un pequeño ser que se remueve para abandonar el duro lecho donde
durmió, al darse cuenta que tiene compañía inmediatamente rechaza la idea pues
seguramente es un niño al que buscarán sus padres, Israel le pregunta:
-
¿Qué haces aquí? ¿te perdiste?
El niño vestido de payasito no contesta, observa a Israel, éste
se aleja un poco y cuando el niño vestido de payasito ve que se va Israel,
grita, me llamo Ángel. Israel sigue
caminando rumbo a la avenida para llegar a trabajar a la esquina que le
corresponde, el payasito lo sigue y ve que otros niños se unen a Israel, estos
se ven cansados con la mirada perdida como si fueran sonámbulos.
Ángel se da cuenta que llevan entre sus manos un trapo, es
“la mona” que huelen y es lo que los trastorna, aun así llegan a su esquina y empiezan
a limpiar los parabrisas de los carros, otros venden muñecas con trajes regionales,
así pasan varias horas, después se van a otros lugar y se reúnen con más niños
y dos mujeres que junto con sus pequeños hijos viven allí.
Israel no pierde de vista a sus amigos y entre ellos se ha quedado
Ángel, pero nadie le habla.
Israel se acomoda junto a un árbol y prepara un trapo con
thiner “la mona”, que inhala poco a poco y su semblante cambia la expresión,
Ángel, el payasito se sienta a su lado y le pregunta:
-
¿Por qué hueles eso?
Israel le contesta: “esto” es el alimento, el mero alucine
me voy a viajar me olvido del cansancio y hasta veo a mi jefa, ella no me busca
porque mi padrastro me corrió de su lado, pero con mi “mona” yo veo a mi mamá y
muchas cosas bonitas. Ángel sigue ahí,
en un rincón del mundo donde muchos niños se agrupan y saborean su libertad, son
felices hermanados en la misma búsqueda.
Cuando los rayos del sol caen sobre el rostro de Israel, se
levanta y les pide a los demás que cooperen para el “refín”. Los otros chavos
dejan caer unas monedas y cuando ven que Ángel está ahí dicen:
-
Y éste qué ¿quién lo invitó? Israel contesta:
-
Ya déjenlo es mi amigo, aquí la va a pasar.
Israel se va por el “refín”, se cuelga de un camión y va
hasta la Central Camionera, ahí le vende un amigo la comida que lleva a los
chavitos, regresa al lugar en la misma forma, y trae un vaso grande de arroz con
pollo y lo calienta en un comal de lámina de un tambo, lo ponen en la esquina
de una jardinera y con ramas y hojas secas hacen una buena lumbre, otros traen
bolillos y ahí les ponen su comida, la señora que tiene sus pequeños hijos no
come, pero los niños sí; ella trae su “mona” y levanta los cartones en donde
durmieron los niños.
El payasito comía con desconfianza, se unió al grupo
olvidándose de regresar a su casa. Todos caminaban a su lugar de trabajo, Israel
le contaba a su amigo Ángel: era tanto
lo que lo golpeaban que el divorcio de sus padres fue la llave de salida hacia
su libertad. Todo es motivo para vivir pero lejos de los malos tratos, mejor
trabajar de malabarista, payasito o limpia parabrisas, y aprender a reír para
ganar dinero, seré payasito como tú.
En la avenida trabajan otros niños limpiando parabrisas, un carro viene con
mucha velocidad, la persona que maneja no alcanza a frenar y avienta a uno de
los niños, quedando crucificado sobre el parabrisas.
Fabulosa crónica, Martina eres genial, que manera de describir la vida en la calle de los "ángeles". Maru Fernández
ResponderEliminarMuchos recuerdos y anécdotas de los chavos de la calle, muy buena crónica que me remontó a esos días y recordé los rostros de los niños con los que conviví y espero que dios los siga ayudando . Felicidades madre te amo por tu fortaleza .
ResponderEliminarA veces me pregunto si es bueno darles una moneda y me lo han cuestionado algunos por que les das es para su vicio, pero al final lo que les doy sea para su vicio o no es mi forma de queré ayudar de querés aliviar su pena, bendiciones para todos ellos, muy buena crónica Martina ❤️
ResponderEliminarQue triste que suceda en todoAmerica
ResponderEliminarAquí le llaman Terokal
Thiner es el líquido para manchas de pintura.
Ojala cambie la realidad de los niños.
Pájaros fruteros
Pirañas
Hoy batería seria.