MICAELA
Por Manuel Gaviño Quero
Previo: Estimado lector, tú que te encuentras detrás de tu pantalla, tu libro o tu simple imaginación, me encuentro a punto de narrarte dos eventos que ocurrieron hace ya algunos siglos y algunas décadas, los cuales están encadenados, hechos que jamás espere que estuviesen comunicados a tal nivel, por lo que te comparto mi historia esperando que la disfrutes o en su defecto te dé una advertencia.
Azcapotzalco, Nueva España
1721.
Ubiquémonos en la Época
colonial. Nuestra historia comienza en una excelente residencia en el centro de
la villa de Azcapotzalco, a pocos pasos de la Capilla de San Simón, de la cual Don Gustavo fue benefactor. La
casa pertenecía a uno de los grandes y ricos hacendados, Don Gustavo Reyes de
la Garza, quien fuera un empresario azucarero venido de España en 1701. En esos
20 años en tierras tepanecas, forjó prestigio, fortuna y un matrimonio
arreglado con María del Rosario Casas del que saldría una hija llamada Micaela
quien con el paso del tiempo se convirtió en una hermosa joven que era
pretendida por los más importantes e influyentes jóvenes.
Un domingo Don Gustavo fue a
misa con su familia a la Parroquia de los
Apóstoles Felipe y Santiago, (que estaba a tres cuadras actuales de la
residencia, pero aun así se estilaba que la gente de alcurnia se transportara
en carruaje). En ese breve camino, un joven brigadier que iba en su caballo al
mismo lugar, divisó a la hermosísima joven en su vehículo. Ella al percatarse
de tal acción se sonrojó, cubriendo su rostro con el abanico y el velo blanco
que llevaba encima.
Cuando bajaron del carruaje
y entraron en la parroquia, el joven procuró sentarse lo más cerca posible de
aquella dama, le parecía tan bella que no pudo concentrarse en la ceremonia
religiosa, cuando esta terminó, la madre de Micaela y su padre se quedaron a
rezar un rosario para cumplirle una manda a la Santísima Virgen de Guadalupe,
por lo cual Micaela decidió salir al atrio a convivir con las demás asistentes,
aunque en su mente en realidad pensaba en que tal vez se encontraría con ese
gallardo joven.
Cuando estuvo en el atrio,
paseó un poco en el jardín de la
parroquia, anexo al área de sepulturas. Se dirigió al gran árbol que estaba
apartado de la gente, por lo que gozó de serena privacidad. El resto de los
asistentes subieron a sus carruajes y se fueron, solo quedó Micaela sentada a
los pies de ese gran árbol. Tras unos momentos de soledad, aquel joven se
acercó a ella, le había parecido muy atractivo, era un hombre delgado, de
complexión fuerte y con el uniforme impecable.
Él inició la conversación,
resaltando lo hermosa que era, ella solamente podía sonrojarse y sonreír por lo
que él le decía, además de que se sorprendió en su interior gozando la
compañía. Su conversación fue algo corta, ya que los padres de Micaela ya
habían salido de la iglesia. El muchacho
le pidió si la podía ver al día siguiente, en ese mismo lugar, invitación que
ella aceptó…
Desde entonces, el jardín
anexo a las sepulturas del atrio de la parroquia fue su punto de encuentro.
Luego de casi un año, entre
los dos jóvenes surgió un gran afecto, que después se convirtió en amor, pero
evidentemente ese amor no sería bien recibido por los padres de ella, pues Don
Gustavo deseaba que su hija se casara con un español y desgraciadamente el joven brigadier llamado Armando era
criollo y eso contaminaría la sangre de la familia, por lo que un día el padre
de Micaela siguió a su hija hasta la parroquia (donde ella acostumbraba
encontrarse con Armando). Se topó con aquello que temía desde que su hija
nació: que se “enamorara del hombre
equivocado”; Don Gustavo regresó a su casa pensando en cómo encargarse del
asunto, ni siquiera le comentó a su esposa o le recriminó algo a Micaela, solo
yacía pensativo. Pero los eventos estaban por cambiar: esa misma tarde Armando le pidió matrimonio a Micaela,
propuesta que ella aceptó, el plan era casarse y huir a Valladolid, a donde
sería transferido Armando.
Al día siguiente, 30 de
octubre de 1721, Armando y Micaela se juraron ante Dios amor eterno, allí en
esa misma Parroquia de los Apóstoles
Felipe y Santiago, donde había empezado todo.
Esa noche, Don Gustavo
regresó a su residencia y monto en cólera al ver que su hija no se encontraba
allí, por lo que salió con rumbo a la parroquia para pedirle al Padre Matías
(el párroco, oriundo de Asturias) que lo ayudara a organizar una patrulla de
hombres para buscar a su hija. Antes de que llegara a la parroquia, un indio se
acercó a Don Gustavo para felicitarle por el matrimonio de su hija, que muy
contenta se había casado esa tarde. Al enterarse Don Gustavo de tal suceso, el
indio fue bruscamente interrogado y obligado a guiar al caballero español a la
casa donde estaban escondidos “los
novios”. El indio lo condujo pasando por la capilla Nextengo, a una construcción de adobe muy pequeña, allá cerca por
el rumbo de lo que hoy es Clavería. La polvosa estancia tenía un aspecto como
de estar abandonada desde hace muchos años, lo que la hacía un lugar excelente
para esconderse.
En cuanto Don Gustavo llegó a ese paraje, sacó la pistola y la amartilló, además de empuñar su daga. La ira lo consumía por dentro, y se proponía lavar con sangre el honor de su familia. Así irrumpió en el abandonado jacal buscando a quien manchó su apellido, pero su sorpresa sería terrible y su ira incontenible cuando entró en la habitación que se encontraba en un rincón de aquella olvidada construcción. Al abrir la puerta encontró a su hija semidesnuda dormida en la cama. La ira llego a tal grado que Don Gustavo tomando su daga la clavó en el vientre de su hija gritando “¡Tú ya no eres mi hija!”, los ojos de Micaela se llenaron de dolor y tristeza al ver que era su padre quien la estaba asesinando. Al escuchar tal alboroto Armando entró en la habitación sólo vestido con él pantalón, Don Gustavo lo atacó y le clavó la daga en el dorso, mas no notó que en un movimiento reflejo se disparó a sí mismo en el pecho. Micaela se levantó de la cama con esa terrible herida en su vientre para ver si Armando seguía con vida, pero era muy tarde, por lo que empezó a gritar de una manera desesperada, salió de la casa mientras se desangraba, llegando hasta el sendero, y exhalando su último aliento gritó “¡Nunca perdonaré!”. Tras decir eso, su cuerpo cayó sin vida en medio del pastizal. Un silencio sepulcral se mantuvo en el sendero hasta que fue interrumpido por los caballos de los soldados que se dirigían hacía el jacal guiados igualmente por el indio, pero las sorpresa los invadió pues a pesar de que Micaela había muerto, se seguían escuchando gritos desgarradores de dolor.
Azcapotzalco, México, 1971.
Ahora estamos en la Época
moderna, inicio de la década de los setentas. Con el paso de los siglos, la
zona donde la tragedia había ocurrido llegó a ser parte de la famosa Hacienda de Clavería. A inicio
del siglo XX, ésta fue lotificada para crear un amplio fraccionamiento, de lo
que es ahora una pujante y esplendorosa área residencial. Específicamente el
sitio en donde estuvo el ensangrentado jacal de la época colonial, tocó ser el
terreno donde se construyó una bella casa que hoy es el número 2225 de la Avenida Clavería. Y ahí es
donde entro yo, su servidor, quien esto escribe, aun con la sangre helada.
Compré la casa en octubre de
1971, fue una compra bastante buena pues podríamos decir que los dueños la
estaban malbaratando pero a mi ese hecho no me interesó, el punto era adquirir
una bella casa, en una avenida y que fuese amplia. Al principio la casa me
parecía verdadera y extrañamente fría, pero como tenía que pasar el día entero
en la oficina, la situación climática de la casa no me importaba mucho. Así
pasaron tres semanas en que todo estaba en orden, pero las cosas cambiaron el
27 de octubre. Ese día estaba demasiado cansado, así que no trabajé, opté por
quedarme en la casa todo el día y atender mis lecturas pendientes, así que
estaba pasando un buen día conmigo mismo, pero fue entonces que me pareció escuchar algo, un leve quejido,
pero no le di importancia y seguí leyendo, pero a medida que la noche se acercaba,
las cosas empezaron a ponerse más serias; cuando por fin decidí ir a dormir,
entré en mi recamara y cerré la puerta, me recosté en la cama y me quede
profundamente dormido; pero entonces me desperté porque empecé a escuchar
ruidos extraños como si alguien estuviese golpeando las puertas de todas las
habitaciones, hasta que llegó a la mía (la habitación principal), la puerta era
golpeada fuertemente, estaba tan cansado que me levante con rabia y abrí la
puerta bruscamente gritando “¡Lárgate y
déjame dormir!” pero para mi sorpresa no había nadie tras la puerta, así
que la cerré y retomé mi sueño desde donde lo dejé.
A la mañana siguiente razoné
lo que había pasado la noche anterior, estaba realmente asustado, incluso
revisé si alguien se había metido en la casa a robar algo, pero no era así, la
cerradura estaba intacta, así pasé mi día en la oficina pensando en que pudo
haber sido eso, cuando regresé a casa entré con cierto recelo, pues no sabía si
algo pasaría, así que me serví un trago en la sala donde estaba la televisión,
me senté y disfrute de mi bebida pero en
el reflejo de la pantalla de la televisión me pareció ver algo, me acerqué
y vi algo que me dejó perplejo, pues una
mujer estaba en el umbral de la sala
tras de mí, volteé con rapidez pero no había nadie, solo escuchaba un quejido leve, apenas perceptible, el sobresalto
me había hecho tirar mi trago y me sorprendió que el líquido que cayó al suelo
se tornó negro como si se tratará de petróleo o algo así, además de que cuando
intenté limpiar la alfombra la mancha jamás se quitó.
Las siguientes noches fueron
cada vez más extrañas, con un quejido
constante, como si fuese un lloriqueo, pero el día 29 de octubre fue cuando
estuve a punto de caer al abismo de la locura. Estaba acostado en mi recámara
leyendo uno de mis libros mientras la tina del baño se llenaba. En eso se
empezaron a escuchar lloriqueos como
si alguien agonizante se encontrara muy lejos, pero a medida que pasaban los
minutos, ese sonido se hacía más presente y más cercano y cuando menos lo
esperé, alguien tocó la puerta de la recámara, los golpes empezaron a darse con
mayor intensidad y en un ataque de ira y miedo grité “¡Lárgate!”, entonces un
grito desgarrador sonó con tal intensidad que mi tiré al suelo tapándome
los oídos, vi como cada ventana de la habitación reventó, cada madera, cada
mueble, todo empezó a crujir, fue entonces cuando se abrió la puerta y tras de
ella estaba una mujer vestida de blanco
con sangre vieja en su vestido en la zona del vientre, la única reacción
que pude hacer fue gritar desesperadamente y buscar una salida y así en un
impulso casi suicida me lancé desde la ventana hacía la calle, cuando caí solo
pensé en correr como un loco, ni siquiera recuerdo cuando me puse el pantalón,
afortunadamente en el estaba mi cartera y contaba con mi tarjeta de crédito a la
mano, mientras corría el sentía que el corazón estaba por explotarme por lo que
me senté unos minutos en las bancas de Parque de la China. Cuando recobré el sentido
seguí caminado hasta el Hotel en Avenida
Cuitláhuac donde pase la noche, pero aun así no pude dormir bien pues el
miedo era demasiado.
Al día siguiente tenía que
trabajar, tenía una junta importante y no podía llegar con una playera blanca y
un pantalón sucio, así que debía regresar a mi casa, por lo que escalé la reja
y entré en la casa por la ventana de la que salté, pues había dejado mis llaves
la noche anterior y el único objeto que había sacado fue mi cartera. Cuando
logré entrar la habitación estaba hecha un desastre, parecía una zona de guerra
y estaba ese líquido negro en todo
el suelo y me sorprendió aun más ver que el lugar donde esa mujer estaba la noche anterior el suelo se había tornado
también de color negro, como si se hubiera quemado. Tras observar eso, me puse
un traje y baje las escaleras lo más rápido posible, llegué a la sala y me
coloqué el abrigo, pues la casa estaba más fría que el exterior y justo cuando
tomé las llaves, ese grito comenzó de
nuevo, por lo que salí de la casa, cerré la puerta y me fui a trabajar.
Más las cosas tuvieron un
giro inesperado aquella noche, pues cuando regresaba a la casa, teniendo el
miedo de ver otra vez a aquel ser
espantoso al que solo pude calificar como la “llorona”, me encontré con un
hombre vestido de negro que estaba afuera de mi casa, era un hombre un poco
mayor, tenía el cabello completamente cano y me dijo que él sabía lo que
sucedía en esa casa y que lo mejor sería que me fuera de allí, porque tarde o
temprano volvería a pasar esa clase de fenómenos, sobre todo en los años que
terminan en 1, es decir, 1981, 1991, 2001, etc. Y que lo mejor sería que me
fuera de la casa lo más rápido posible o en su defecto, que me ausentara
durante el periodo del 27 de octubre al 02 de noviembre, ya que los fantasmas
nunca se fueron y todo se repetiría una y otra vez hasta que el fantasma de Micaela decidiera perdonar,
hecho que jamás pasará, ya que ella hizo una maldición.
Cuando el hombre termino de
decirme esto, escuché un ruido y observé como un hombre vestido con ropa
antigua que portaba una pistola y una daga entraba en mi casa, atravesando el
portón cerrado de la casa y al voltear al lugar donde mi interlocutor se
encontraba, no vi a nadie, aun hoy no tengo idea de quién o qué era ese hombre.
No tuve el valor de entrar a la casa, pues luego de unos minutos escuché un
grito desgarrado que decía “¡Nunca
perdonaré!”, por lo que salí corriendo al hotel en Cuitláhuac donde me había quedado la noche anterior.
Posteriormente a estos
eventos decidí vender la casa para nunca más volver. No he podido sacar de mi
cabeza aquel espectro ni semejantes gritos. Dejo aquí mi testimonio y mi
advertencia a los futuros habitantes del 2225
de la Avenida Clavería, pues no sabemos si este octubre del 2021 puedan
dormir tranquilos…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHe imaginado la trama de este relato en versión audio cuento, o mejor aún, en versión vídeo cuento.... Se presta tanto a ser grabado, es la bitácora de un testigo de lo sobrenatural, es el diario de una persona forzada a presenciar lo espectral ..
ResponderEliminarEs casi un guión de radio novela... Imagino escuchar los pasos, los gemidos, los gritos, la puñalada, el disparo....
Se hará una historieta?
Un audio cuento?
Felicidades. Martín Borboa