SAN JUAN TLILHUACA. PARTE 2
LA
EVANGELIZACION DEL BARRIO
Por Seminarista Sebastián Romero Olmos
Hemos mencionado diferentes datos sobre el origen del hoy pueblo de San Juan Tlilhuaca, así como del carácter de su gente en relación a las comunidades vecinas en Azcapotzalco, ahora, es nuestra intención explicar el modo en que estas antiguas tierras fueron evangelizadas en la época Virreinal.
He apuntado ya que la cabecera se
encontraba en Azcapotzalco, donde se encontraba desde 1565 el Convento de Santo
Domingo y la Parroquia de los Santos Apóstoles Felipe y Santiago, hoy Catedral,
y que fungía como sede del culto católico para todos los barrios y estancias
del pueblo chintololo.
En un inicio, y durante una muy
breve temporada, fueron los frailes franciscanos quienes regentearon el curato
de Azcapotzalco logrando construir únicamente un pequeño templo que hoy se
conserva bajo el patronazgo de su fundador, San Francisco de Asís, a un costado
de la sacristía de la Catedral.
Tras la breve estancia de la Orden Franciscana
en tierras chintololas, arribó la Orden de los Predicadores, quienes
permanecerían hasta inicios del siglo XX a cargo de la evangelización de este
pueblo. Con ellos se edificó el convento de Santo Domingo de Azcapotzalco,
conocido mejor como convento de los Santos Apóstoles Felipe y Santiago, proyecto
arquitectónico dirigido por Fray Lorenzo de la Asunción, quien también
edificaría los conventos de Tacubaya y Yautepec.
Azcapotzalco
fue una región de suma importancia para la Provincia Dominica de Santiago de
México, fungiendo primeramente como Vicaría, posteriormente como Doctrina y, en
su etapa final, como casa de retiro para frailes enfermos.
Se
sabe que San Juan Tlilhuaca vivió en relativo aislamiento de su cabecera, las
visitas de los frailes eran esporádicas, por lo que la estancia de los que se
cree eran llamados “tlahuepuches” vivió siempre la fe a su modo. Cuentan las
crónicas que, al llegar el sacerdote a la población, mientras avanzaba por el
‘Paseo de los Ahuehuetes’ (que era el camino principal del lugar), se tocaba
una campanilla y el propio fraile pasaba a las casas invitando a los fieles a
la celebración de la Eucaristía y a la doctrina[1].
Existió
siempre en Tlilhuaca una devoción muy grande a San Juan Bautista, se dice que
esto se debe a la relación tan profunda de este santo con el signo del agua,
elemento de importancia en la doctrina católica y máxime en la cosmovisión
indígena. Diversos autores sostienen que en la veneración al Bautista se
escondía un culto a las deidades antiguas de los pobladores tepanecas y
mexicanos que en “el lugar de lo negro” residían.
Una
devoción particular que se tuvo en la estancia de San Juan fue el del llamado
Cristo de Tecualoyan o Tepoaloya, una imagen elaborada en pasta de caña datada
a principios de siglo XVIII y que tuvo origen en una localidad situada a
escasos metros del centro de Tlilhuaca y que hoy conforma la colonia
Providencia, en la antigüedad llamada Tecualoyan[2].
Dicha imagen fue sustraída de la parroquia seguramente poco antes del año 1960
y llevada al panteón vecinal, presidiendo el altar al aire libre que en su
interior se construyó y donde se encuentra hasta el día de hoy. Sin embargo, la
devoción a esta imagen, su promoción y cuidado son nulas en la actualidad, todo
parece indicar que, en 1954, el tercer párroco de la comunidad, el Pbro. Luis
Reyes Manríquez habría eliminado un buen número de cofradías y mayordomías de la
parroquia y con ello se habría terminado la veneración del Cristo de Tecualoyan.
Por
otra parte, el día de los Fieles Difuntos es una festividad de gran peso en San
Juan Tlilhuaca, ya que se mantiene un gran respeto y fidelidad a las enseñanzas
de la Iglesia en la persona del Beato Fray Sebastián de Aparicio, quien antes
de tomar el hábito franciscano fue propietario desde 1552 de la Hacienda de
Careaga (hoy Ex -Hacienda del Rosario), que comprendía parte del territorio de
Tlilhuaca.
Allí,
Aparicio capacitaba en artes y oficios a los indígenas, además de instruirlos
en cuestiones de fe. Se cree que fue este Beato quien ideó la devoción a los
fieles difuntos a través del llamado altar de muertos, conservando elementos de
la cosmogonía indígena considerados de suma valía e integrándolos con la fe
cristiana en una asombrosa inculturación (no se entienda por ello sincretismo).
Así, Tlilhuaca fue heredera de esta tradición que perdura hasta nuestros días.
En
estas fechas, hacen su aparición los llamados “animeros”; se trata una
tradición recuperada a finales de 1990 tras la prohibición de parte del Padre
Reyes Manríquez, y se trata de hombres y mujeres, que, vestidos comúnmente de
campesinos, que recorren el pueblo desde la tarde del 1 de noviembre y hasta la
noche del día 2 ofreciendo oraciones por el eterno descanso de los difuntos de
aquella comunidad.
Las
familias del pueblo abren las puertas de su casa y conducen a los animeros
hasta donde se ha colocado la ofrenda familiar, y allí, se dedican oraciones en
sufragio por el descanso eterno de aquellos difuntos. Terminadas las oraciones,
los anfitriones regalan velas, limosna y fruta para colocar en la ofrenda mayor
del Templo Parroquial, uniéndose así a la oración por los demás difuntos.
Podríamos
definir a los animeros como intermediarios seglares entre la vida terrena y la eterna,
que se encargan de mantener vivo el recuerdo de los difuntos.
Naturalmente,
la devoción a Santa María de Guadalupe está sumamente arraigada en la
comunidad, como sucede en todo el México, sin embargo, Azcapotzalco tiene una
predilección a esta advocación, pues debido a su cercanía geográfica, ya en
1532 fue la primera población que peregrinó a la entonces ermita de Nuestra
Señora en las inmediaciones del Tepeyac, estableciendo una tradición que nada
ni nadie ha interrumpido y que se conoce hoy como la Peregrinación de los
Naturales de Azcapotzalco a la Basílica de Guadalupe, misma que contará este
mes de noviembre con 490 ediciones..
Finalmente,
se tiene un cariño especial y renovado a San Juan Evangelista, a quien también
estuvo consagrada la parroquia. Menciono el adjetivo ‘renovado’ debido a que su
festividad en Tlilhuaca desapareció en 1920 seguramente como fruto del fin de
una antigua rivalidad a la que más adelante nos referiremos, y fue recuperada
exactamente 100 años después por el actual párroco Pbro. Anselmo Bravo, quien
al conocer la historia de la parroquia vio oportuno devolver esta festividad al
pueblo. Hoy día se celebra casi con la misma fuerza que al Bautista y poco a
poco va extendiéndose más esta devoción entre los pobladores de Tlilhuaca.
·
Julio César Farías Reyes, Historia e
identidad en San Juan Tlilhuacan, un pueblo de Azcapotzalco, durante el siglo
XX, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2017.
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