lunes, 19 de septiembre de 2022

 

SAN JUAN TLILHUACA. PARTE 2

LA EVANGELIZACION DEL BARRIO

Por Seminarista Sebastián Romero Olmos

 

Vista general de la Parroquia (Catedral) de los Santos Apóstoles Felipe y Santiago de Azcapotzalco. Fuente: México en el tiempo, Fisonomía de una Ciudad, Excélsior, México, 1945

Hemos mencionado diferentes datos sobre el origen del hoy pueblo de San Juan Tlilhuaca, así como del carácter de su gente en relación a las comunidades vecinas en Azcapotzalco, ahora, es nuestra intención explicar el modo en que estas antiguas tierras fueron evangelizadas en la época Virreinal.

            He apuntado ya que la cabecera se encontraba en Azcapotzalco, donde se encontraba desde 1565 el Convento de Santo Domingo y la Parroquia de los Santos Apóstoles Felipe y Santiago, hoy Catedral, y que fungía como sede del culto católico para todos los barrios y estancias del pueblo chintololo.

            En un inicio, y durante una muy breve temporada, fueron los frailes franciscanos quienes regentearon el curato de Azcapotzalco logrando construir únicamente un pequeño templo que hoy se conserva bajo el patronazgo de su fundador, San Francisco de Asís, a un costado de la sacristía de la Catedral.

            Tras la breve estancia de la Orden Franciscana en tierras chintololas, arribó la Orden de los Predicadores, quienes permanecerían hasta inicios del siglo XX a cargo de la evangelización de este pueblo. Con ellos se edificó el convento de Santo Domingo de Azcapotzalco, conocido mejor como convento de los Santos Apóstoles Felipe y Santiago, proyecto arquitectónico dirigido por Fray Lorenzo de la Asunción, quien también edificaría los conventos de Tacubaya y Yautepec.

Azcapotzalco fue una región de suma importancia para la Provincia Dominica de Santiago de México, fungiendo primeramente como Vicaría, posteriormente como Doctrina y, en su etapa final, como casa de retiro para frailes enfermos.

Se sabe que San Juan Tlilhuaca vivió en relativo aislamiento de su cabecera, las visitas de los frailes eran esporádicas, por lo que la estancia de los que se cree eran llamados “tlahuepuches” vivió siempre la fe a su modo. Cuentan las crónicas que, al llegar el sacerdote a la población, mientras avanzaba por el ‘Paseo de los Ahuehuetes’ (que era el camino principal del lugar), se tocaba una campanilla y el propio fraile pasaba a las casas invitando a los fieles a la celebración de la Eucaristía y a la doctrina[1].

Existió siempre en Tlilhuaca una devoción muy grande a San Juan Bautista, se dice que esto se debe a la relación tan profunda de este santo con el signo del agua, elemento de importancia en la doctrina católica y máxime en la cosmovisión indígena. Diversos autores sostienen que en la veneración al Bautista se escondía un culto a las deidades antiguas de los pobladores tepanecas y mexicanos que en “el lugar de lo negro” residían.

Una devoción particular que se tuvo en la estancia de San Juan fue el del llamado Cristo de Tecualoyan o Tepoaloya, una imagen elaborada en pasta de caña datada a principios de siglo XVIII y que tuvo origen en una localidad situada a escasos metros del centro de Tlilhuaca y que hoy conforma la colonia Providencia, en la antigüedad llamada Tecualoyan[2]. Dicha imagen fue sustraída de la parroquia seguramente poco antes del año 1960 y llevada al panteón vecinal, presidiendo el altar al aire libre que en su interior se construyó y donde se encuentra hasta el día de hoy. Sin embargo, la devoción a esta imagen, su promoción y cuidado son nulas en la actualidad, todo parece indicar que, en 1954, el tercer párroco de la comunidad, el Pbro. Luis Reyes Manríquez habría eliminado un buen número de cofradías y mayordomías de la parroquia y con ello se habría terminado la veneración del Cristo de Tecualoyan.

 

Por otra parte, el día de los Fieles Difuntos es una festividad de gran peso en San Juan Tlilhuaca, ya que se mantiene un gran respeto y fidelidad a las enseñanzas de la Iglesia en la persona del Beato Fray Sebastián de Aparicio, quien antes de tomar el hábito franciscano fue propietario desde 1552 de la Hacienda de Careaga (hoy Ex -Hacienda del Rosario), que comprendía parte del territorio de Tlilhuaca.

Allí, Aparicio capacitaba en artes y oficios a los indígenas, además de instruirlos en cuestiones de fe. Se cree que fue este Beato quien ideó la devoción a los fieles difuntos a través del llamado altar de muertos, conservando elementos de la cosmogonía indígena considerados de suma valía e integrándolos con la fe cristiana en una asombrosa inculturación (no se entienda por ello sincretismo). Así, Tlilhuaca fue heredera de esta tradición que perdura hasta nuestros días.

En estas fechas, hacen su aparición los llamados “animeros”; se trata una tradición recuperada a finales de 1990 tras la prohibición de parte del Padre Reyes Manríquez, y se trata de hombres y mujeres, que, vestidos comúnmente de campesinos, que recorren el pueblo desde la tarde del 1 de noviembre y hasta la noche del día 2 ofreciendo oraciones por el eterno descanso de los difuntos de aquella comunidad.

Las familias del pueblo abren las puertas de su casa y conducen a los animeros hasta donde se ha colocado la ofrenda familiar, y allí, se dedican oraciones en sufragio por el descanso eterno de aquellos difuntos. Terminadas las oraciones, los anfitriones regalan velas, limosna y fruta para colocar en la ofrenda mayor del Templo Parroquial, uniéndose así a la oración por los demás difuntos.

Podríamos definir a los animeros como intermediarios seglares entre la vida terrena y la eterna, que se encargan de mantener vivo el recuerdo de los difuntos.

Naturalmente, la devoción a Santa María de Guadalupe está sumamente arraigada en la comunidad, como sucede en todo el México, sin embargo, Azcapotzalco tiene una predilección a esta advocación, pues debido a su cercanía geográfica, ya en 1532 fue la primera población que peregrinó a la entonces ermita de Nuestra Señora en las inmediaciones del Tepeyac, estableciendo una tradición que nada ni nadie ha interrumpido y que se conoce hoy como la Peregrinación de los Naturales de Azcapotzalco a la Basílica de Guadalupe, misma que contará este mes de noviembre con 490 ediciones..

Finalmente, se tiene un cariño especial y renovado a San Juan Evangelista, a quien también estuvo consagrada la parroquia. Menciono el adjetivo ‘renovado’ debido a que su festividad en Tlilhuaca desapareció en 1920 seguramente como fruto del fin de una antigua rivalidad a la que más adelante nos referiremos, y fue recuperada exactamente 100 años después por el actual párroco Pbro. Anselmo Bravo, quien al conocer la historia de la parroquia vio oportuno devolver esta festividad al pueblo. Hoy día se celebra casi con la misma fuerza que al Bautista y poco a poco va extendiéndose más esta devoción entre los pobladores de Tlilhuaca.

Bibliografía

·         Julio César Farías Reyes, Historia e identidad en San Juan Tlilhuacan, un pueblo de Azcapotzalco, durante el siglo XX, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2017.



[1] Julio César Farías Reyes, Historia e identidad en San Juan Tlilhuacan, un pueblo de Azcapotzalco, durante el siglo XX, p.157.

[2] Ibidem, p. 173.

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