LA PARTIDA DE
JOSÉ ANTONIO URDAPILLETA PÉREZ,
ARQUEÓLOGO Y CRONISTA DE
ATZCAPOTZALCO
Por don Antonio Urdapilleta Redondo
Te fuiste sin decir palabra, sorprendió a
todo mundo tu partida, sólo tu hermana Luz Helena, pudo asistirte en tan
doloroso estado; dime ¿fue tu terquedad lo que origino tu partida?, tus
hermanos Miguel Ángel y Sandra Araceli fueron los que te acompañaron en tan
doloroso trance.
Dejaste en el tintero tantas cosas bonitas,
que hay que rescatar poco a poco para poderlas entender, pues siempre al
preguntarte: ¿Cómo estás?, me contestabas Bien, bien, ¿Seguro?, Sí, estoy bien.
Siempre discreto fuiste a todas estas preguntas, que creo para ti eran
molestias.
Yo, al conocer la noticia, sentí un chubasco
helado que me dejo sin hablar. Corrí a la Capilla de la Señora del Rayo a pedir
que te acompañara, pues sentí en mi interior una angustia tan tremenda, que me
quede sin hablar, pues tu hermano Alberto acompañado de Gloria, no me decían la
realidad; lo único que me dijo: Alista tu ropa, tu maleta. Le pregunté y me
dijo: Te llevamos a México, pues Pepe sufrió un accidente y está muy grave, así
que rápidamente preparé mi maleta y salimos. Fue un viaje muy largo, al llegar
de San Miguel de Allende, al entrar a la casa y no ver a Luz Elena, confirme
con mucho dolor tu ausencia.
¿Sabes lo que sentí?, que se había ido mi
hijo y compañero, pues cuando venía a San Miguel, él me acompañaba a donde
tenía programado asistir, y también disfrutaba sus espacios en las que me
tomaba en cuenta, invitándome a su reuniones y eventos que él tenía que hacer;
además, lo acompañaba a las fiestas de los pueblos que conmemoraban sus
tradiciones y reuniones, fiestas que siempre lo recibían con respeto y alegría,
y para mí era una gran satisfacción, pues agradecido estoy de tantas
preferencias, que le acompañaban siempre sentí respeto y cordialidad que todo
mundo tenía cuando se acercaban a consultarle algo.
Así
mismo, era un encanto de ternura y atención, pues en carne propia sentía el
amor que nos tenía, a mí en lo personal, cuando a casa llegaba y me quedaba con
la luz prendida, me arropaba y apagaba las luces que dejaba prendidas, veía que
estaba bien, y se retiraba. Pendiente estaba de lo que necesitaba al otro día,
y eso a mí me llenaba de alegría; por eso, cuando anunciaron de su accidente,
no lo creía.
La espera fue muy larga, pero al fin
conocimos la verdad: infarto fulminante, que fue lo que acabo con su vida y que
estaría en la Capilla del Panteón de San Isidro a la 1:30 del día.
Gran sorpresa nos llevamos cuando, a las 5
de la tarde nos invitaron a subir a un camión para llevarnos a la Casa de la
Cultura de Azcapotzalco, cuando llegamos, en el corredor principal ya se
encontraba el féretro de José Antonio. Nos dirigimos a este lugar para hacer
guardia, mis hijos Miguel Ángel, Alberto, Martín, Luz Elena, Sandra y yo en el
hueco que faltaba, no falto que dijeran: Estaba su hermano Luis Arturo y pienso
que a lo mejor si nos estaba acompañando.
Se proyectaron algunos videos de recorridos y
lugares donde asistía a su conferencias y reuniones y nos quedamos sorprendidos
de todo lo que hacía y que nosotros no apreciábamos esas cosas, tal vez porqué
él era muy reservado y no quería que supiéramos o no le daba mucha importancia,
el caso es que para nosotros sí fue una sorpresa y una lección en la que sin
querer él nos demostró todo lo que hacía, mas nos sorprendimos cuando el
espacio se lleno de personas y que todas pasaban a hacer guardia.
El delegado Don Pablo Moctezuma, dijo unas
palabras y a la vez expresó todo lo que José Antonio fue como compañero y
colaborador de la Delegación Azcapotzalco. Pidió que le dieran algunas cosas o
escritos porque su intención era publicarlos para que fueran textos de escuela
pues sus textos eran muy interesantes, inclusive dijo hacer algún busto o
escultura, que las personas que estaban oyendo las palabras del delegado se lo
confirmaron. Me pasaron el micrófono, para decir algo y bueno, lo que en ese
momento sentí fue darles las gracias por acompañarnos y al mismo tiempo les
dije que no lo olvidaran, y reconocieran lo que había trabajado por los pueblos
de Atzcapotzalco.
Pasó el tiempo rápido y lo tomaron en
hombros; creímos lo llevarían en carroza al velatorio, tratamos de llegar al
inicio del cortejo, pero nos fue imposible, nos paraban las personas para
abrazarnos y saludar; el caso es que cuando quisimos salir ya no se veían, dijeron
que iban a velatorio. Pensamos que sería por el Eje, pero no, se lo llevaron en
hombros con velas y cohetes a los diferentes pueblos que atravesaban, llegando
al Panteón de San Juan Tlilhuaca, donde estuvo unos momentos y lo nombraron
hijo predilecto de San Juan, pasaron unos momentos y siguió su camino hacia el
velatorio. Estuvo prácticamente pate de la noche y madrugada, con mucha gente,
a las 10 de la mañana, lo tomaron nuevamente, lo condujeron a la Parroquia de
san Felipe y Santiago. Ahí nos esperaron un poco para entrar a la Iglesia y
avancé hasta el frente. Una vez colocado, el Padre celebró la misa, haciendo
mención de algunos pasajes de José Antonio y dándole la bendición; la
parroquia, completamente llena.
Salimos, recorrimos todo el atrio, cruzamos
la calle y lo coloraron en el quiosco del Jardín Hidalgo y nuevamente le
hicimos guardia. Fue rápido, lo depositaron en una camioneta y hubo otro
recorrido por los pueblos que no había pasado. Llegando nuevamente al Panteón
de San Juan le hicieron otra guardia, haciendo referencias de lo que hacía.
Estaban Alberto, Martín y Luz Elena.
Él tenía la costumbre de representar la
puesta de la “Llorona”, misma que él narraba y que las últimas eran ya de su
autoría y fue cuando dijeron que los próximos años no tendrían ese elemento.
Entonces Alberto tomó la palabra y dijo “Si ustedes me ayudan, con mucho gusto
yo lo haré. No tan bien como él, pero con la mayor voluntad”. Le dijeron que lo
ayudarían y le proporcionaron los medios y en diez días se aprendió todo el
texto; el caso es que se ha seguido presentando la Llorona de Atzcapotzalco, es
la Malinalli de Atzcapotzalco.
Llevaron el ataúd al velatorio, pero a la
sección de cremación, donde ya le habían rezado un rosario y también había
mucha gente esperando el ataúd. Estaba entrando, cuando los encargados
anunciaron que habían autorizado la gaceta informativa, donde pedía que
Atzcapotzalco fuera una entidad turística, que lo arreglaran, pero no lo
mutilaran con su modernidad, y que el Día de la Raza fuera el día de
Resistencia Indígena, algunas otras cosas más, pero al fin se fue con esa gran
propuesta.
Descanse en paz en la compañía de su mamá que
nunca dejo de preocuparse por él y así la acompañará, junto con su hermano Luis
Arturo, que esperando está volver a verlo pues era su hermano mayor que nunca
dejó de quererlo. Ahora, los tres estarán al pendiente de lo que nos pueda
pasar y con sus bendiciones tendremos paz y tranquilidad.
Antonio
Urdapilleta Redondo.
En un
17 de noviembre de 2018.
Fotografías
cortesía: El Centinela de Xancopinca.
Gracias don Antonio por sus palabras.
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