EL PARQUE, LA LLUVIA Y OTRAS NOSTALGIAS
Por Gustavo Aquino
Había
olvidado la existencia de los paraguas hasta que salí a la calle y vi a la
gente huyendo de la lluvia, sacaban ese artefacto guardado en mochilas y
bolsas, esquivando automóviles desesperados y zigzagueantes. Alcancé a ver cómo
los paseantes abrían aquellas gigantescas mariposas para evitar que los tocaran
los seres minúsculos que huían del cielo.
Hubo
una niña que no lo podía abrir y agradecida alzó su carita como dando las
gracias por aquel remojo, a un abuelito se le fue de las manos por aquel fuerte
viento. Avancé pues a unos metros estaba aquel espacio. Una señora batallaba
peleando contra aquel chaparrón y no soltaba su mariposa deshecha.
No
conocía bien este lugar, lo vi de reojo muchas veces, pasaba rumbo al trabajo,
a veces caminando a veces en taxi.
Un
lugar oculto al cual nunca le di importancia, un parque más perdido en esta
ciudad, tantas veces pasé y lo veía de reojo.
No
sabía que ella venía a este lugar, me hablaba en secreto -hoy saqué a pasear al
perrito al parque-, sabía que no me gustan las mascotas pero teníamos uno y lo
veía pasear en la casa.
Se
sentaba en el parque, se daba un tiempo y regresaba a la hora de la comida, o
de la cena. En ese lugar perdía la noción de todo lo vivido. Veía a la gente tirando
basura de manera inmisericorde, y las hojas de los árboles que se atravesaban
entre su mirada y el cielo.
Entre
aquellas hojas imaginaba un espejo al cual podría entrar y desde allí podía ver
las calles, las casas aledañas, a los vecinos peleando.
Me
contaba que desde aquí se alcanza a ver la Calzada de las Armas, si la
atraviesas ya estás en Naucalpan. Lo comprobé un día que me dirigí briago a su
casa y caminé buscando esta calzada, creí que estaba en San Isidro o Aquiles
Serdán, hasta que un transeúnte me dijo –estás en el Estado güey-, me quitó lo
poco que tenía de lana pero me ayudó a atravesar La Gran Avenida.
Sentí el desprecio de la ciudad tétricamente
diseñada, pero llegué y toqué la puerta múltiples horas, hasta que al fin me
abrió.
Caí
tendido en aquel sofá y soñé ese camino tambaleante que me llevó hasta ahí.
Ahora
bajo esta lluvia que con los fuertes ventarrones parece querer alejarme, llegué
a la calle de Zempoaltecas, rodeando el parque Tezozomoc, y ya estaba en la
colonia Ex hacienda del Rosario.
Está
lejos del centro de Azcapotzalco, sé que se llama el Parque de las Naciones y
no tiene quiosco, sino una especie de pequeña velaría en forma hexagonal.
La
lluvia amainaba, debajo de un árbol me detuve a ver aquella banca en la cual
ella se sentaba, los vecinos poco a poco regresaban a este lugar, el suelo
mojado, algunos charcos por allá. El sol se asomaba tímidamente, sin darme
cuenta me senté en un tronco mojado y el frío de mis traseros me hizo saltar.
La
última información que tuve de su madre es que regaló el perrito, después, el
teléfono de su casa se desactivó., y al tocar por enésima vez la puerta de su
casa nadie salió. Me acomodé los zapatos, amarré mis agujetas, alcé los ojos,
enfrenté al sol, alejándome de ese parque.
Me encantó conozco ese parque ya que lleve a mis hijos al colegio Lancaster muy cerca de ahí en calle Escolástica , pero lo que mas me gustó fue, ** los paseantes abrían aquellas gigantescas mariposas para evitas que los mojaran los seres minúsculos del cielo ** felicidades Aquino
ResponderEliminarMe encantó conozco ese parque ya que yo lleve a mis hijos al Lancaster muy cerca de ahí, calle Escolástica pero me encantó tu frace, las gigantescas mariposas, felicidades Aquino
ResponderEliminarFelicidades Maestro Gustavo Aquino, por haber obtenido el Primer lugar en el concurso de crónica "Jardines de Azcapotzalco" con este texto.
ResponderEliminarMuy merecido.
Aplausos
Martín Borboa