viernes, 19 de abril de 2019


La crónica de la infamia.

Por: Patricio Garibay

Dentro del quehacer de la crónica en Azcapotzalco, nuestros talentosos cronistas han realizado trabajos formidables sobre las diversas y entrañables tradiciones y consejas de un pasado lejano y próximo, historias y sucesos que muchas de las veces consiguen dibujar en nosotros una sonrisa en los labios y nos hacen querer regresar a un pasado que ya se fue. Pero también no debemos olvidar que existen otro tipo de episodios, la otra crónica, esa de la que se ha escrito muy poco, la crónica de lo sórdido, de lo desagradable, de lo indignante, de lo que quisiéramos olvidar pero no es fácil hacerlo, y es más, sucesos que tenemos la obligación de no perder de la memoria, casos e historias que deben ser documentadas, escritas y difundidas para que ese tipo de episodios no vuelvan a ocurrir.
Podríamos comenzar mencionando la casa de seguridad que en los años 80s operaba la siniestra División de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia (DIPD) La famosa policía secreta de Arturo el negro Durazo, misma que era dirigida por su compinche el sombrío y nunca detenido Francisco Sahagún Baca, por cierto, primo de la ex primera dama Marta Sahagún. Dicha casa de seguridad se ubicaba en la calle de Libertad, muy cerca del centro histórico de Azcapotzalco. Ahí, en esa propiedad y con toda impunidad, los desdichados que caían en poder de la terrible corporación eran sometidos a torturas, con el fin de extraerles alguna información u obligarlos a firmar una confesión verdadera o falsa. Muchas veces en ese lugar la gente llegó a escuchar algunas noches, gritos de los detenidos mientras eran sometidos a suplicios pesadillescos.
Y ya que andamos por esa misma calle, podríamos mencionar un suceso menos lúgubre pero también indignante, la muy opaca desaparición de lo que pretendió ser el museo de sitio, “Príncipe Tlaltecatzin” un museo que a pesar de sus múltiples limitaciones que conllevaba ser el proyecto de un solo hombre, (Don Octavio Romero y Arzate) se mantuvo abierto al público durante muchos años. Dicho museo por largo tiempo fue nutriéndose  de cientos de piezas, casi todas del periodo prehispánico por vecinos de Azcapotzalco, quienes las descubrían al mover la tierra de sus propiedades, personas que con enorme confianza y entusiasmo se las entregaban a don Octavio para que las exhibiera en su museo, hasta que finalmente con la muerte de su fundador, director, velador y curador (Don Octavio Romero y Arzate) cerró sus puertas, y las piezas prehispánicas que ahí se guardaban, fueron catalogadas por el INAH y otras autoridades de manera poco transparente, una vez catalogadas la colección fue sometida a una “depuración” pues según se dijo, algunas piezas no eran genuinas.  Supuestamente todas esas piezas se encuentran hoy en el recién inaugurado Museo de Azcapotzalco, ubicado en el Parque Tezozomoc, pero muchas personas sostienen que faltan muchísimas piezas más del acervo que guardaba el viejo museo “Príncipe Tlaltecatzin”.
Acercándonos mas al centro de nuestra alcaldía llegamos al Jardín Hidalgo y nos topamos ante dos casos lamentables; el robo cínico e impune de dos emblemas azcapotzalquences, Y a diferencia del caso anterior, este caso es un ejemplo nítido y cínico del hurto y la rapiña desde el poder. Se trata del robo de los dos enormes leones de bronce ubicados majestuosamente al frente del jardín hidalgo, hermosos felinos metálicos que servían de marco al bello kiosco que era el eje del antiguo jardín, kiosco también metálico y también robado para ser remplazado por otro de piedra hecho en serie y seguramente a un contratista, ya que recordemos que es idéntico a otros Kioscos como el de la Colonia Nueva Santa María y el de la colonia Clavería entre otros.  El kiosco “extraviado” era un magnífico trabajo en herrería del periodo porfiriano que colocado sobre el nivel del piso permitía que los vehículos se desplazaran por debajo, para doblar de la Avenida Azcapotzalco y tomar el viejo Camino de los Ahuehuetes, como se puede ver en la imagen. De los dos leones solo nos quedaron dos pequeños leoncillos de piedra en la parte opuesta de donde se encontraban los originales, a modo de condescendiente compensación, y nos queda también, la imagen que de ellos plasmó en su mural sobre Azcapotzalco Juan O'Gorman y que podemos admirar en la Biblioteca Fray Bartolomé de las Casas, Las figuras en bronce de casi 2 metros de alto debieron ser sumamente bellas para que el pintor las haya tomado como referentes de Azcapotzalco.  Como bien todos sabemos el principio de la física que nos dice aquello de que la materia no se crea ni desaparece, kiosco y leones deben seguramente estar hoy  adornando alguna casona del Pedregal o las Lomas de Chapultepec, y seguramente los actuales "dueños"  de esas piezas, ni siquiera estén enterados que fueron robadas de nuestro  querido Jardín Hidalgo.

Recordemos que Azcapotzalco junto con otras delegaciones fue  el lugar a donde el PRI mandaba a personajes que no encajaban con el sexenio en turno, pero que a la vez no se les podía ignorar del todo por tener cierta fuerza en el partido.  Entonces se les daba como premio de consolación, una Delegación Política y con el derecho de corso para poder robar o hacer negocios con toda la libertad que el régimen permitía. De esa forma los habitantes de Azcapotzalco sufrimos una y otra vez delegados tan impresentables que van de Tulio Hernández hasta una larga lista de delegados ladrones que le antecedieron y le siguieron. Así pues, es un trabajo tal vez no muy grato, pero es un trabajo que se tiene que hacer, elaborar la crónica de los delegados que haciéndole al mago Fu Manchú, desaparecieron además del dinero, nuestro patrimonio histórico y cultural.

1 comentario:

  1. Muy buena crónica de Azcapotzalco que se ha negado a perecer a pesar de la "modernidad" que no respeta en la mayoría de las veces a estos lugares que son parte importante de todos los vecinos no nada más de Azcapotzalco de Tacuba y zonas aledañas,ojalá y sigan publicando relatos interesantes como este.

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