viernes, 15 de octubre de 2021

 ¡ AY MI PETROLERA BLANCA !



Por Don Nayarito Cantalicia  (Grupo Formiga)


Información al lector:

La Petrolera es un plantillo mexicano creado en 1929 por la Señora Gudelia Contreras en su puesto de comida, ubicado afuera de la instalación petrolífera identificada entonces comúnmente como “Refinería Azcapotzalco”. Después de 92 años, el tradicional negocio continúa deleitando paladares. Está en la esquina de la calle Otoño y Avenida Aquiles Serdán, Colonia Ángel Zimbrón, Alcaldía de Azcapotzalco, y se conoce actualmente con el muy merecido nombre de:

 “Las Originales Petroleras”.

Una petrolera es una gran pieza circular de masa de maíz similar al sope, de 30 centímetros de diámetro, cubierta de frijoles, queso rallado y salsa. Se le pueden agregar otros ingredientes, como huevo, bistec, chorizo, queso Oaxaca, salchicha. Solos o combinados.

Agradezco a Martín Borboa su asesoría para hacer los versos.

 

Cuenta la leyenda que:

 

“¡Ay mi petrolera blanca!

cubierta de queso rallado,

me la como sentada en la banca

mirando al cielo estrellado”.

 

Hace apenas un lustro, la señora Teresita Gaudí, a quien le gustaba que le dijeran Tía Tere, disfrutaba mucho cenar las petroleras que se preparaban allá por la refinería de Azcapotzalco. Iba cada semana por una. Le gustaba que fueran del ingrediente que fueran, o hasta simples, se las cubrieran muy bien de queso rallado, ¡hasta las orillas! Así, toda la redondez de la petrolera quedaba espolvoreada. Le divertía y preguntaba ¿a poco nomás los elotes con mayonesa pueden cubrirse de blanco con ese queso?.  Ella afirmaba sonriente que las petroleras tenían el mismo derecho. Le gustaban mucho así, y las pedía completamente cubiertas de queso rallado. Además decía con simpatía, que eran como una luna cuando sale llena, y ella se encargaba a mordidas de hacerla menguar. Era lindo ver como estaba tan risueña con un elemento tan simple.

 

“Cuando en su mesa la colocaba

luna llena pa´ comenzar,

y cuando el plato vacío quedaba

luna nueva pa´terminar”.

 

Cuando llegaba cada viernes al negocio a pedir su platillo favorito, le gustaba esconderse un poco, y anunciarse solo con la voz.

 

“Hacía casita con sus manos

y con voz que casi espanta,

gritaba inquietando humanos

¡Ay mi petrolera blanca!”.

 

Hasta otros clientes disfrutaban de la animada señora, que siempre llegaba de buen humor. Sólo a ella le preparaban esa petrolera blanca. ¡Y como la saboreaba!.  No dejaba rastro del queso rallado en su plato.


Al final, con la punta de un dedo, recogía del plato cada trocito de queso restante. Inspiraba recordar que muchas cosas sencillas de la vida, pueden provocar las más grandes alegrías. Contagiaba optimismo. En el negocio siempre fueron generosos con el queso de sus petroleras, y le correspondían muy cálidamente su cariño y preferencia.

“No faltó gente mala leche

que la juzgara maniática,

y se paso feo Doña Meche

que la llamara lunática”.

 

Nadie hacia caso de esas habladurías, que eran por envidiar su alegría. Así fue la Tía Tere hasta el final de su vida. Ella era de San Marcos o San Rafael. De por ahí.

Cuando falleció, se le extrañó mucho en el negocio. Y se dejó de hacer la petrolera blanca.

Tiempo después, otros locales de Azcapotzalco fueron copiando el platillo básico de la petrolera. Y repito: el básico. Quizá con queso Oaxaca o alguna carne. Unos con más éxito que otros. Me parece que era inevitable. Y como decía mi mamá: “el sol sale para todos”.

Esas replicas han servido para afianzar la gastronomía local, y gracias a Dios, para la economía de más familias trabajadoras de la alcaldía. Pero de un tiempo para acá, dicen que:

 

“Algo curioso ha pasado

en cada local de petroleras,

un frío viento ha rozado

la piel de las cocineras”.

 

Cuentan que en varias ocasiones en esos otros negocios, cuando las cocineras o sus ayudantes espolvorean el queso rallado en sus petroleras, han sentido en la nuca o brazos un soplo delicado que da escalofríos. Y por eso, ponen rápido el queso, enseguida lo despachan a la mesa del comensal, para librarse del extraño momento.

De esa experiencia no se salva nadie que haga petroleras en Azcapotzalco. Les pasa tanto en el local de las originales, como en los otros que las han tratado de replicar o hacer su propia versión.

 


“Solo en la esquina de Otoño

y calzada Aquiles Serdán,

conocen la receta de antaño

y gusto a  Tía Tere le dan”.

 

Pues nadie revela el secreto

de donde aquel soplo vendrá,

le guardan a Tía Tere respeto

deseando que descanse en paz”.

 

Cuando Rosita, la cocinera de “Las Originales Petroleras” que ya tiene 50 años laborando ahí, siente también aquel viento frío, mientras espolvorea el queso rallado sobre sus especialidades en el comal, ya sabe quien está de visita, y como la puede calmar.

 

“¡ Échele más queso Rosita

ni que se le fuera a acabar !,

hágame mi petrolera blanquita

que con eso me voy a alegrar”.

 

En cuanto Rosita pone el queso de forma abundante y generosa, se va el es calofrío, y siente un tierno y dulce calor enseguida, como si fuera un abrazo de la Tía Tere, de aquella risueña y peculiar mujer que tanto disfrutó de aquel platillo, bien cubierto de queso hasta la orilla.

 

“Y ganas dan de escuchar

de nuevo a la señora franca,

cantando para ordenar…

“¡Ay mi petrolera blanca!”.

 

“Nomás aquí saben quién era

la voz de llorona hambrienta,

pidiendo su petrolera

con queso muy suculenta”.

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