sábado, 17 de julio de 2021

LA CASONA DE AZCAPOTZALCO


Por María Elena Solórzano Carbajal 

María. Teresa Manzano me contó la siguiente historia:

Vaya lío en que estoy, tengo que encontrar un domicilio en la avenida Azcapotzalco, colonia Clavería. Es una avenida larga y hermosa, se erigen grandes casas de estilo afrancesado, construidas a principios del siglo XX.

En fin ahí estaba, buscando el domicilio que tenía en encomienda, pero los números no son progresivos, están en desorden, voy y vengo, regreso otra vez y no logro dar con el número, pregunto a varias personas, pero dicen no saber porque cambiaron la numeración cuando construyeron los condominios. No sé qué hacer, termino por desistir ese día, pero tendré que regresar, si es que quiero cumplir uno de los últimos deseos de mi abuelo, entregar una carta y una cajita a la señorita Mónica Chardonneret.

Mi abuelo al sentirse enfermo y presentir su propia muerte, me hizo prometerle, que yo entregaría personalmente su encargo. Mi abuelo en su juventud fue músico, integrante de la orquesta Sinfónica de México, tocaba el oboe, un instrumento parecido a la flauta que se toca verticalmente. El director de la Sinfónica era francés y un día tuvo que partir de México con urgencia hacia su tierra natal, por eso le pidió le entregará esa carta y esa cajita a la señorita Mónica que había sido cantante de la Sinfónica, pero mi abuelo nunca le dio importancia, no cumplió con el encargo y terminó por olvidarlo, a mi abuelo en su lecho de muerte le vino ese recuerdo y sintió la necesidad de cumplirlo.

Estoy nuevamente en la avenida Azcapotzalco, volví a preguntar casa por casa, por fin, alguien me llevó a una vieja casona, debió haber sido una casa muy hermosa, pero el tiempo y el descuido de muchos años la habían deteriorado, tenía dos torres con pequeños ventanales que simulaban dos ojos apacibles, su techo era de tejas verdes y en mal estado, en la entrada unos escalones llevaban a un pórtico que era sostenido por dos columnas de cada lado, al nivel del piso estaban cuatro enormes macetones, estrellados y con hierbas silvestres. La entrada y la fachada de la casa habían sido invadidas por la hiedra, se apreciaba que la mano del hombre hacía mucho tiempo que no la acariciaba. Tenía una pequeña fuente en el centro del patio sosteniendo un jarrón del que ha tiempo salía un chorro de agua cristalina que con su suave chasquido invitaría al relajamiento y la contemplación.

Salí del ensimismamiento, busque el timbre, pero no tenía, ¿alguna campanilla de la que pende un cordón? Tampoco.

La reja de la entrada tenía una cadena con candado, además de la cerradura.

Tuve que gritar ¡Hola, buenas tardes!  Pero nadie me contestó ni salió a mi llamado, esperé un buen rato y una vecina me comentó que curiosamente nunca había visto salir ni entrar a nadie desde que ella llegó a vivir a esa colonia y de esto ya hacía treinta años, este comentario me desanimó y le di las gracias por su información.

No tenía caso regresar, me resignaba a no cumplir el encargo de mi abuelo, le eche un último vistazo a la casona y con sorpresa vi que alguien me estaba observando detrás de la cortina sucia y corroída de la ventana de una de las torres, volví a gritar para llamar su atención, pero nada, pensé que tendría una razón poderosa para no salir, decidí regresar por la noche ya que así podría darme cuenta si vivía alguien en esa casa, ya que tendrían que encender alguna luz.

Allí estaba frente a la reja oxidada y verde, eran las nueve de la noche, estuve mirando algún tiempo y de pronto por la misma ventana, donde me habían estado observando por la tarde, pasó una silueta iluminada por la luz de unas velas de un candelabro que sostenía con la mano, pasó una y otra vez, era una mujer de cabello largo.

Lancé una pequeña piedra tratando de que golpeara la ventanilla sin romper el cristal y al primer intento lo logré, la silueta se detuvo y se fue alejando de la ventana, creí que ya no tendría oportunidad de hacer contacto con ella, estaba pensado eso cuando cerca de la fuente vi a la mujer.

Ella se acercó lentamente, vestía un camisón largo, de gasa blanca. Su rostro era hermoso, muy pálido, casi transparente y con un halo de tristeza.

Le pregunté si vivía allí la señorita Mónica Chardonneret, asintió con la cabeza y le entregué la carta. Sentí un alivio pues ya había cumplido. La daba explicaciones contándole mi odisea, pero parecía que no me escuchaba o que no le interesaba lo que le decía, así que mejor me despedí, al llegar a mi casa me di cuenta que se me había olvidado entregarle la cajita. ¡Oh no, tendría que regresar!

Volví al otro día por la mañana, pues me urgía terminar con el asunto. Al llegar estaba la puerta abierta y varios hombres trabajaban en el patio con maquinaria de construcción, traspuse la entrada, pues nadie me lo impidió y le pregunté a uno de los trabajadores por la dueña de la casa y me dijo que a ellos los había contratado una constructora para derrumbar esa casona, que allí no habían encontrado a nadie. Me pregunté cómo haría para contactar a la mujer que había visto la noche anterior.

Al disponerme a salir vi  tirada la carta que yo le había entregado entre las piedras y hojas del jardín, me pregunté ¿por qué estaba la carta allí?  

Por principio yo tenía que leer esa carta. En ella se hablaba del gran amor que sentía Phillip Le Blanc por Mónica, supongo que en ese entonces era el director de la Sinfónica, le explica de la premura con que tiene que dejar México, pues el gobierno francés requiere su presencia urgentemente, pero que el regresaría para casarse con ella y que en prueba de su amor le dejaba un anillo de compromiso con un diamante en forma de corazón, despidiéndose de ella como mi pequeña Chardonneret.      

Todo esto me inquieto y fui a la embajada francesa a investigar y recopilar más datos, así supe que el director había fallecido en un accidente en el barco que venía de regreso a México.

Sólo me quedaba aclarar lo de la familia Chardonneret, tuve suerte pues el responsable  de la constructora que estaba al frente de la obra me dijo: la familia que me contrató es de apellido Domínguez y hacía mucho tiempo la casa estaba deshabitada, que allí vivió y falleció una señorita muy joven sin razón aparente, se comentaba que se dejó morir de tristeza, de esto hace sesenta años. Su familia no quiso vender la casa porque ella les pidió que no lo hicieran porque esperaba el regreso de un ser amado.

Sentí un escalofrío que recorrió mi cuerpo, después de unos días supe que el significado de la palabra francesa chardonneret es jilguero. Mónica Domínguez fue una cantante sobresaliente mexicana y de Azcapotzalco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario