lunes, 17 de enero de 2022

¿Y CUÁNDO LE PEDIRÁN PERDÓN A NUESTRO AZCAPOTZALCO?

HABLEMOS DE LA GANDALLEZ AZTECA

Por Patricio Garibay


Un tepaneca llora luego de que los aztecas arrasaran su cultura. Mural de Juan O'Gorman en la Biblioteca José Vasconcelos, Azcapotzalco.

Hace algunos días organizando y desempolvando mis libros me topé con un viejísimo volumen que adquirí en una de las tantas ferias del libro de Azcapotzalco, se trata del libro “Leyendas Históricas Mexicanas” del gran, historiador, cronista  y periodista mexicano Heriberto Frías. El vetusto libro que tiene nada menos que 120 años de su publicación narra de manera literaria las múltiples atrocidades cometidas por los aztecas a su llegada al valle de México. Pero lo que resulta más inquietante del libro es cómo su autor sutilmente justifica de algún modo cada una de las barbaridades realizadas por los adoradores de Huichilopoxtli, este libro es un ejemplo claro del mito absurdo  “del buen salvaje”,  idea filosófica del suizo Juan Jacobo Rousseau que en síntesis sostiene que no puede haber maldad en los hombres salvajes. Ésta idea absurda, muy europea-protestante que considera al indígena como un ser amoral y que con ello lo coloca al nivel de los animales, es irónicamente la madre de todos los movimientos indigenistas de la actualidad.

Desde mis pueriles años de escuela en los que tuve los primeros contactos con la historiografía en mis libros de texto, no me quedaba muy claro  por qué razón  los aztecas  por mas tropelías que cometieran seguían siendo los héroes de nuestra historia patria, mientras que todos sus adversarios resultaban ser siempre los malos, los invasores y los tiranos. Así, traiciones, crímenes y todo tipo de barbaridades realizadas por el pueblo tenochca eran contadas como anécdotas insignificantes por nuestros historiadores, artistas o políticos. Y desde aquellos tiempos de escuela en donde fui atrapado por el estudio de la historia y hasta el día de hoy aún no puedo entender porqué nuestros gobernantes e intelectuales decidieron poner a los gandallas y sanguinarios aztecas como la cultura emblemática y madre fundadora de la nación mexicana. Si, a los aztecas un pueblo desquiciado por la sed de sangre qué ofreció a sus dioses decenas y decenas de miles de corazones humanos, y que además de ello, gustaban de muy extrañas aficiones culinarias.  

Y seguro que no faltará quien me diga: -Bueno eran sus creencias- a lo que yo le tendría que responder; que también eran “creencias” de los desquiciados nazis el enviar a la cámara de gas a los que ellos creían que eran las razas inferiores, y que lo debían hacer por el bien supremo del nuevo hombre nietzscheano, y que también fue una “creencia” mandar a la muerte a millones y millones de rusos a la fría Siberia por el bien de la dictadura del proletariado. Los grandes crímenes de la historia siempre se han cometido en defensa de un supuesto bien superior. Hoy mismo por ejemplo está consagrado el "bien supremo" del llamado "derecho a la interrupción del embarazo".

Torre hecha con miles de cráneos de victimas sacrificadas en el Templo Mayor.

Desde luego que el haber elegido a los aztecas como nuestro sello de identidad fue más que un despropósito, una cosa irracional, perversa y demencial. ¿Por qué no se eligió poner a otro pueblo como mito fundacional? ¿Por qué no se eligió por ejemplo, a los tepanecas, o a los zapotecas o incluso a los tarascos?. O ¿por qué no se escogió a los cuatro señoríos de Tlaxcala? es conocido por todos que los tlaxcaltecas fueron gobernantes menos tiránicos y sanguinarios que los tenochcas. Alguien entonces dirá, que se escogió a los aztecas porque fueron éstos los que se opusieron a los españoles, es decir, se opusieron a la verdadera cultura que en realidad construyó al México de hoy, es un oxímoron lamentar la caída de Tenochtitlán y decir al mismo tiempo que se está orgulloso de México y que se le quiere. Maldecir la caída de Tenochtitlan es maldecir al México real, pues como dijo el más grande investigador del mundo indígena Miguel León Portilla: “Odiar a España es odiarnos a nosotros mismos”. El indígena del pueblito más apartado tiene más en común con un español qué con un Azteca, lo único que tenemos actualmente del imperio mexica son algunas toponimias y tal vez cierta vinolencia y gandallez .

Pero si me resulta sorprendente que nuestros gobernantes actuales sientan fervor por los aztecas, me sorprende aún más qué algunos estimados compañeros  artistas habitantes de nuestro querido Azcapotzalco también le rindan culto a los seguidores de Huichilopoztli, a los que destruyeron con saña y sin ningún miramiento al reino tepaneca, reino que les dio cobijo y tierras a los trashumantes tenohcas y que obtuvo como pago la destrucción y la esclavitud. Incluso a los aztecas se les ve con tanta condescendencia que a su afición de salir a cazar personas para posteriormente desollarlas se le conoce con el bonito nombre de  Guerras Floridas ¿Por qué se glorifica tanto al templo mayor tenochca donde se asesinó a miles de hombres, mujeres y niños? ¿Por qué a nivel nacional se desconoce quiénes fueron los tepanecas.? 

Por lo pronto yo me sumo a la pregunta que hizo un compañero cronista ahora que están de moda el pedido de disculpas al mayoreo ¿Cuándo carajos los que se dicen herederos o descendientes de los aztecas nos van a pedir perdón a los Azcapotzalco tepanecas? Y como ejemplo del libro arriba mencionado reproduzco un capítulo del mismo en dónde se narra una de las tantas barbaridades y traiciones cometidas por los aztecas.

El sueño de Ahuizotl

Aquel día la serie de sacrificios en el gran Tehocalli, había tenido una rápida e imponente desfloración dé corazones, arrancados en verdaderos ramilletes rojos, que fueron ofrecidos ante el sombrío Huitzilopochtli ¡cuánta sangre se derramó! Los sacerdotes permanecieron en éxtasis mirando correr los ríos escarlata, calientes y humeantes, por las suntuosas graderías del templo del Dios de la Guerra, los atroces victimarios vestidos con grandes talares horriblemente negros,-negros desde el rostro hasta los pies, ungidos con el hullisacro de las ostentosas ceremonias regias, impregnados de sombra, horrorosos cual siniestros hijos de la noche, estaban jadeantes de fatiga, de la lúgubre fatiga de arrancar entrañas a las pobres victimas hacinadas...

¡Y no podían más! Los corazones arrancados a los millares de prisioneros que se almacenaban en montones en las antiguas galerías que fuera de la ciudad, en los islotillos de la laguna que hubiera en un tiempo edificado Tizoc para guardar en ellas las riquezas del botín de la guerra... jAh! los corazones enemigos se habían amontonado en altísimas pirámides y sobresalían tétricas y horribles, de los muros de los amplios patios del Teocalli. Y hubo un instante en que rebosaron tanto, que ya no pudo haber galerías, ni terrazas, ni salones capaces de contener tanta carne destinada al sacrificio... ¡Tantas eran las montañas que destilaban sangre y entibiaban la fría atmósfera del templo con sus trágicas emanaciones nauseabundas. 

El rojo Ahuizot, el formidable, el lúgubre y audaz Emperador guerrero, había acumulado prisioneros de todas las naciones, de todos los cacicazgos y señoríos subyugados por sus ejércitos. Logró henchir y hacer rebosar la gran Tenochtitlán, con las inermes y afligidas huestes de los vencidos. No, no bastaron los sacrificadores todos del Imperio Mexica para realizar el ansia suprema del sacrificio sangriento que quería ofrendar Ahuizotl ante Huitzilopochtli.

II

Y tan fue así, que los mismos educandos jóvenes nobles del Calmecac, fueron habituados para oficiar de sacrificadores. En el inmenso Teocalli y en las amplias plataformas de la gran ciudadela de las Águilas, consagradas al Sol con la sangre fresca y purpúrea, hubo la irradiación á la luz del astro de sus trágicas irisaciones, en tanto que el pueblo rugía atrozmente, aclamando la matanza que Ahuizotl presidía triunfal.

III

Primero el gran Tecuhtli, después los príncipes de su familia y luego las mujeres favoritas de sus serrallos, convirtieron el santo alojamiento en regia sala para probar de los manjares horribles de los corazones, servidos piadosamente por los pontífices, sacerdotes y venerables maestros del Teocalli y del noble Calmecac y del marcial Tepuchcalli; y habiendo aún inmensa cantidad de entrañas palpitantes, se amontonaron en espantables pirámides para que las devorara el pueblo, cumpliendo así la voluntad divina del Dios muy adorado por Ahuizotl; Huitzilopochtli quedaría satisfecho. 

¡Mas no se agotaban las montañas del palpitante pueblo vencido, en consecuencia, con reconcentrada ira bárbara del rey; no se había logrado aún sacrificar en un mismo día todas las víctimas; y lo que era peor, ni aún todos los macehualles viles plebeyos de Tenochtitlán, podrían devorar todos los corazones arrancados de tantos pechos inocentes! ¡Oh, caso inaudito! Había demasiada sangre.


IV

Pero el tétrico joven Ahuizotl había ofrecido solemnemente al Dios de la Guerra una inmensa torre de corazones, para el día en que se desposara con la hermana de un misterioso rey a quien había él mismo domado en sus posesiones, allá muy lejos, más allá de los valles del Norte, sobre montañas bárbaras, vestidas con enormes ropajes dé esmeralda, ostentando maravillosísimos bosques inextricables. Cuando Ahuizotl era sólo un príncipe guerrero, un cua- hutlí soberbio y bravo que muerto el tlacatecatl de la guerrera expedición que iba en son de conquista hacia las regiones del Norte, tomó el mando del ejército que había llegado hasta la falda de las sierras donde se trabó una batalla indecisa. Los habitantes de las montañas se retiraron hacia las cúspides, o se emboscaron en las selvas de los valles llevándose millares de prisioneros aztecas de los más nobles y más principales jefes. 

Por otra parte, Ahuizotl, al abatir con su larguísima y rica macana a un bárbaro chichimeca, apenas cubierto con la piel de un oso, sintió que atravesaba su pecho ancho cuchillo de aguzado pedernal, y vio cómo rodaba al abismo de un barranco el vencido guerrero serrano, y al instante, sintiéndose herido el príncipe, sujetó con su robusto brazo el cuello del enemigo que tan certero golpe le asestara; iba a precipitarle también: pero, estupefacto, contempló una gallarda mujer que le desafiaba, marcialmente bella. No la mató. De un alarido hace venir a los suyos, ordena que la aprisionen y va a seguir el combate cuando comprende que la batalla se ha perdido, y he aquí que al fin se retira abandonando a los enemigos la flor y nata de sus vaovisques, llevando tan sólo como precioso rehén, a la bella mujer, a la marcial guerrera.

V

Regia y bárbara pasión Ahuizotl sintió por ella; pasión de Emperador por una esplendorosa reina de salvaje y feroz hermosura; una de esas pasiones fatales que hacen rodar un imperio al abismo, sólo por el relámpago de una mirada. Se amaron, se prometieron amarse y ser esposos un día Roca Florida y Ahuizotl.

VI

Te devuelvo a los tuyos; ellos me entregarán a mis nobles, tú serás reina y cuando yo sea Emperador vendrás a dominar conmigo a los que huellen Tenochtitlán... -¡Oh gran Tecuhtli! ¡Oh gran señor! ¡Oh mi señor muy amado y único! Has derribado a mi hermano que era el poderoso dominador de estas vastas sierras a donde los tuyos no han podido recoger, sino corazones muertos Yo te amo; déjame regresar a mis montañas y te enviaré en cambio tus bravos vaovisques; pero prométeme que ya no nos turbarás con el estruendo de tus huehuetls.. Yo iré un día con mis amigos y servidores a ser tu esposa si quieres; pero iré pacíficamente después tornaré a mis sierras -Así será,-  contestó el Tecuhtli guerrero mirándola con intensa pasión. Al día siguiente la  multitud de vaovisques, cuahutlis, ocelotls y demás guerreros mexicas volvían a sus campamentos y a las intrincadas marañas graníticas de las sierras. Ella tornó grave, triste y altiva, envuelto el torso en gruesa piel de oso, bajo una fría lluvia invernal.

VII

 Ahuizotl regresó avergonzado con sus ejércitos á Tenochtitlán; pero prometió asegurar al Anahualt el tributo de los orgullosos montañeses del Norte... Y al fin, después de ser erigido soberano, recibió con gran pompa a la preciosa rema Roca Florida. Mas como el rey iba a desposarse con Mistlixóchiti, princesa de Tlacopan, fingió recibirla bien para después abandonarla o recluirla con las demás mujeres de su gran Tocpam. Pensaba envenenarla dándole a beber diluida en licor de maíz, una florecilla aromática que le habían traído de las selvas de Oaxaca... La embriagaría, y al expirar, habría de arrancarle el reino de las montañas del Norte. El malvado vio realizarse su proyecto. 

En la feroz orgía, cuando las danzas arremolinaban tempestuosamente los oleajes de regias vestiduras, plumazones, conchas, nácares, caracoles y tintíneles de oro y plata; cuando se habían vaciado las preciosas jícaras embriagando á los danzarines, Roca Florida, habiendo bebido por última vez, comprendió que iba a morir. Y así, presa de tremenda indignación, gritó: —¡Cruel y falso Ahuizotl, me has engañado: yo era libre, soberana, noble, rica y adorada como una diosa. Por tí perdí la riqueza, el poder, la gloria, la ternura y la vida. Yo te hice muchos bienes, te cedí mi reino, salvé tus orgullosos vaovisques, á tus ancianos y sacerdotes; te dirigí salvo a través de la sierra, y perdonándote la muerte de mi hermano, creyendo que cumplirías tus promesas, vine a ser tu esposa. Ya sé que voy á morir; pero mi cuerpo se ha de levantar a tocarte: mi boca te besará y ¡cruel! tu nombre será el nombre del horror y para siempre el símbolo de la perfidia, de la persecución injusta, de la traición y de la infamia. ¡Ahuizotl! tu nombre será escarnecido y odioso para siempre, y mi cuerpo, aún en huesos, se levantará el día de tu apoteosis para maldecirte más!

VIII

 Ahuizotl ordenó que el cadáver de la infeliz reina de las montañas, fuese arrojado a las aguas del lago; y al día siguiente fue cuando hizo que fuesen inmolados los millones de víctimas en el gran Teocalli, ordenando que se levantaran aquellas horribles pirámides de corazones, y entonces fue cuando se cansaron los sacerdotes sacrificadores de tanto arrancar entrañas. ¡Era preciso cumplir la ofrenda al Dios de la Guerra; se había casado con la hija de aquel poderoso Tecuhtli de la sierra y hasta más allá de los valles del Norte yerguen sus blancos picachos, habría de levantarse la siniestra torre de corazones! Y llorar el amor y la muerte de Roca Florida, y sordos remordimientos turbaban sus noches y eran más terribles mientras en los días las hecatombes se huracanaban más atrozmente sanguinarias. Recordaba las palabras de la valiente virgen guerrera, de la gallarda princesa de las montañas, y en sueños Ahuizotl oía su anatema.

IX

Veíase él en el patio de un gran Teocalli: príncipes y sacerdotes iban a presenciar el sacrificio que por el fuego consumiría a la bella princesa y sobre la redonda piedra alzábanse las almas, cuando de súbito ¡horror! surgía el esqueleto de la víctima clamando: ¡Ahuizotl... maldito sea eternamente tu nombre! Tales eran sus pesadillas... mas no por eso el sombrío monarca contuvo sus crueldades. Desde entonces, más que nunca, los sacrificios sangrientos anegaron en rojas oleadas la opulenta Tenochtitlán cuyos hijos, más tarde, cumpliendo el anatema de la princesa, maldijeron para siempre su nombre, símbolo del horror.  

Heriberto Frías. México 1899




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