miércoles, 25 de mayo de 2022

 

CELIA EN TLILHUACA

 Por Gustavo Aquino


Vendía en el mercado de San Juan Tlilhuaca. Un pseudo dirigente de comerciantes la asediaba cuando se acercó a preguntar por el titular del puesto.

Eustaquio no conocía a nadie, dijo venir de parte del Movimiento Urbano Popular, y explicó algo de unas gestiones con el gobierno que les podría ayudar a mejorar ese mercado.

Ella aprovechó la coartada para correr al tipo que la tenía fastidiada, Eustaquio lo reconoció, pues le ganaron las elecciones vecinales en Amantla, era asesor de la planilla perdedora. Este se alejó discretamente.

Sin moros en la costa, el Eus saludó calurosamente.

-Qué onda esa morra, de a cómo esos melones tan jugosos-

-Pues para usted, a treinta pesos el kilo, a ver si le alcanza-

-Traigo hasta para invitarte a la Cineteca, o al teatro, sólo di cuando.

Qué sorpresa: ¿Ese greñudo, conocía la cineteca?

Era bonita Difícil creer que una chavita así estuviera en aquel mercado.

-De seguro no conoces la cineteca, está muy lejos-

-A veces voy con mi banda, a las películas de Scorsese.

-¿Estudias cine o qué?

-En la UAM de Azcapotzalco-

¿Ese mal vestido estudia?

-Yo no he ido, y me queda cerca,… de la Universidad-

Eustaquio: ¿Ella estudia en la UNAM?

Pues sí. Empezaron las confidencias personales les gustaba más o menos la misma música. Les gustaba el baile, ella no sabía ni nunca había ido a un salón de baile. Eustaquio se comprometió a invitarla y enseñarle unos pasos.

Todo sucedía, Eustaquio levantaba uno y otro pie, cansado de estar parado, expuesto a la atónita mirada de los marchantes que a veces pedían permiso para comprar aguacates, cebollas, ejotes y demás.

-Nompuje

-Pos nompujo, mempujan-

-Ya deje pasar, o pásame esos chiles-

-Pos si no me las agarra, me caigo-

- Si no me pasa esas calabacitas, tendré que sacar aquel chorizo

- A lo sumo, prefiero esos tomates rojos.

Eustaquio la veía de reojo, con cierta nostalgia, ella bostezaba, no sabía cómo correrlo, resultó peor que el anterior.

Y llegó la otra tabla salvadora, al ver aquel mastodonte, hubiera preferido que se la llevara de allí, aunque pasaran toda la vida escuchando a los Beatles o a los Rolling Stones, o que le hablara de aquel Quijote perdido en sus alucinaciones.

El papá: -el mercado cierra temprano, hay que abrir la tienda de comida de Azcapotzalco-.

Eustaquio vio el terror en sus ojos, y a aquel tipo, rudìsimo.

-¿Ya lo atendieron jovencito, encontró lo que buscaba?

- Gulp, sí señor, vine por un cuarto de limones-

-Aquí los tiene, son cincuenta pesos-

-Pero están muy caaaroos-

- Incluye la hora que estuvo aquí espantando a la clientela-

Eustaquio buscó entre sus pantalones, contó sus monedas, sacó su único billete.

Pagó. Se alejó.

Caminó tan rápido que ni siquiera escuchó a los vecinos que le preguntaban a qué oficina deberían ir para hacer sus trámites. Llegó a la avenida Aquiles Serdán, encontró milagrosamente dos humildes pesitos, ojalá que pase pronto ese pínche trolebús.

Antes de irse con su padre, Celia alcanzó a levantar una mano, en plan de despedida.

 

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