martes, 23 de agosto de 2022

 

MI NIÑEZ EN SAN MARTIN XOCHINAHUAC

Por Francis López Suárez

Cuando era niña por ahí de los años 60 /70 recuerdo esa niñez como la más feliz y libre de peligros, calle seguras si pavimentar llenas de magueyes que separaban algunos predios, vienen a mi mente esas casitas de adobe y lámina de cartón cuando llovía podías oler a tierra mojada, se antojaba tomar un pedacito y saborearla.

Recuerdo alguna vez ver a mi madre hacer adobes. Ella ponía un rectángulo de madera y debajo un plástico, ahí vaciaba la mezcla de tierra y estiércol (excremento de las vacas), me encantaba el aroma de la tierra, no así del estiércol que era un olor muy feo ja ja ja.

Aquellas casitas estaban alejadas una de la otra en ese entonces. Cuentan que la primer casa en la calle de Centlapatl del pueblo de San Martín xochinahuac fue la de Don Luis “el coyote”. El apodo se lo pusieron por qué fue el primero que construyó su casa en un lugar vacío lleno de agua, con el tiempo fue llegando más gente.

Por supuesto mi familia López y los Olivares cuentan que había cierta rivalidad entre ellos tal vez por qué unos tenían más que otros. Lo que no se puede negar que casi todos dormimos alguna vez en petate.

Pero bueno lo que me trae esa nostalgia es recordar mi niñez jugando entre milpas zanjas, animales desde guajolotes, gallinas y puercos. Recuerdo que teníamos tres vacas y mi madre repartía leche allá por las vías, llevaba su bote de 20 litros en bici. Ella no se subía, solo la empujaba. Yo algunas veces repartía cuando tenía como 10 años en el pueblo casi todos nos conocíamos por eso podía salir sin peligro. Mi bote era  de 5 litros si me pesaba pero feliz con mi medida de un litro. Les preguntaba “¿hoy cuánto litros le dejo doña?”.

Que tiempos aquellos cuando jugábamos entre los pesebres  de las vacas. El día de Reyes recuerdo mucho el establo de mi tía Agustina y su esposo mi tío Humberto “el chincolo”, ahí jugábamos con los juguetes que no eran lujosos pero nos hacían super felices. Una alacena de lámina, el jueguito de té de esos que venían en una bolsa de red, jugábamos a la comidita.

Recuerdo las calles llenas de niños presumiendo su bicicleta, los coches grandes de redilas hechos de madera.

Hoy ya no se ve esa alegría de antes. Hoy los niños ya no salen como antes, hoy les traen tablets, teléfonos, la tecnología que los entretiene, tal vez por tanta inseguridad sea mucho mejor no salir.

Cómo no recordar las milpas donde nos robamos los elotes. Que ricos nos sabían con su chilito y limón. Recordar esos árboles tan grandes donde nos ponían un columpio hecho de una cuerda y una tabla donde muchas veces nos caíamos pero no importaban los raspones si lo disfrutábamos al máximo.

Recordar las tardes cuando mi abuela nos contaba leyendas de brujas, siempre super espantados pero gustosos de escucharlas siempre, recordar  los juegos como  “La rueda rueda de San Miguel” o al patio de mi casa donde nos tomábamos de la mano todos con mucha alegría, el trompo, la lotería, el bote pateado donde todos corríamos a escondernos mientras uno se tapaba los ojos y contaba hasta diez para después decir “uno, dos, tres por carmelita” (si encontraba a la niña de ese nombre) y así hasta encontrar a todos.

Creo hasta ahí llegó mi niñez, hasta los 10 años, porque por la falta de dinero tenía que trabajar haciendo limpieza en casas de mis tías las cuales aparte de pagarme me regalan el café con pan o una gelatina. Recuerdo que por mí corta edad solo lavaba trastes, barría y trapeaba o cuidaba a los hijos pequeños, es decir a mis primos.

A los 12 años trabajé en una tortillería de Pedro Álvarez quien siempre me trató bien, me decía “mi negrita”.

A los 14 años terminé la primaria y tuve que trabajar ya en una empresa, claro con una carta poder de mi padre dando su consentimiento. Fue en una fábrica de juegos didácticos donde también me trataron bien.

Hoy puedo decir ya sin llorar que tuve la fortuna de disfrutar a mi madre solo el tiempo que Dios lo permitió. 17 años.

Después que ella murió a la edad de 38 años solo me quedó ayudar a mi padre a cuidar a mis hermanos más pequeños, ya que fuimos 8 hijos y trabajar yo al mismo tiempo.

Puedo contar hoy con alegría mi niñez y juventud: ¡una vida llena de nostalgia por aquel tiempo que no volverá!



1 comentario:

  1. Hermosos recuerdos de niñez desde esa óptica desde el lugar de San Martin Xochinahuac, gracias por compartirlos, ya que cada vez encontramos en escritos así, de aquel Azcapotzalco verde y diáfano donde brillaba aquella naturaleza que se ha ido con la modernidad y urbanismo. Felicidades Francis por estos recuerdos, por estos relatos llenos de vida!!!

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