martes, 21 de diciembre de 2021

 

ES NAVIDAD

Por Gustavo Aquino


Sentado en el viejo ahuehuete de un viejo Azcapotzalco, en un abrupto retorno, Evaristo veía luces brillantes, “más adelante está la antigua iglesia”, recordó.  

-¡Es navidad!- se dijo elevando el resto de su humanidad, “la gente está preparada para el jolgorio, el reventón”. 

Notó que a pesar de lo avanzada de la noche, los niños andaban en la calle, se dirigían alegres a la romería instalada alrededor del mercado del pueblo. Somnoliento, recordó una vieja historia navideña:

Fue en otro pueblo, cuando una humilde familia intentaba organizar sus modestos alimentos en vísperas de la celebración del nacimiento de aquel gran Salvador.

 No sabían que alrededor merodeaba el “Aguafiestas Navideño”; quien ya había causado una trágica pelea entre dos vendedores del mercado, intentó un incendio en la iglesia, quería estropear todas las posadas.

Aún así, la gente era feliz, sobre cada adversidad, se unían y juntos resolvían aquellos asuntos pasajeros.

Este tipo; el aguafiestas, tenía la apariencia de un ser ricachón, un buen saco, con algunas remendadas, un sombrero picudo. Botas de ranchero con las puntas exageradas, una sonrisa falsa.

En busca de su objetivo de estropear todo, buscó personas vulnerables, y sabía a donde ir.

Los Casimiro: Una familia apreciada en Tomatlán, no en balde eran los encargados de hacer los castillos y cohetes en las grandes fiestas. Esta vez no era la excepción.

Después de trabajar unas horas se disponían a comer aquellos sagrados, humildes, y riquísimos alimentos. Esas tortillas de comal recalentadas, frijolitos y queso del rancho del otro lado de la loma. Mordisqueadas a un pedazo de carne seca, y un rico café, con leche del establo del compadre Eustaquio.

-Hubiéramos ido a la posada apá, ahorita han de estar dando los tamalitos que hace Doña Fede-, dice Gervasio.

-Je je. Lo que pasa es que querías ver a la Paquita, bien que te gusta, si te vi que le regalaste ese cohetito tan especial-.

Gervasio le aventó un pedazo de pan que ella logró esquivar, mientras el Moycito aprovechaba para tomar lo que dejaron de sus leches. Era el menor de los tres.

Don Camilo sólo les dijo, -preparen la pólvora que ya mañana debemos terminar nuestro trabajo-.

El aguafiestas veía todo.

“Pólvora”, pensó. Malévolamente se frotó las manos

Gervasio salió. Detrás de él su padre Casimiro y su hermanito.

El aguafiestas arregló todo de tal manera que cuando hicieran alguna prueba de sus artefactos, sucediera la tragedia.

Evaristo oía aquel bullicio que no le permitía recordar la historia. Lamentó correr creyendo que no pudo hacer nada, se afanó en salvar a aquellos niños, recordó al Moycito, ya debe estar grande, lo levanté y lo mostré a su familia, estaba sano y salvo.

Pero ese Aguafiestas se puso en medio, y a pesar de sus heridas, creyeron que Él era el malvado.

Salió del pueblo. “Así está mejor”, porque de otra manera volverían a brotar mis lágrimas de no poder haber hecho nada por esa familia.

“Sólo recuerdo que corrí, era un niño, qué podía hacer”

Evaristo miraba de lejos, dormitaba, veía la procesión, alcanzó a ver que un niño prendía mal ese cohete, y de repente se levantó, corrió hacia ese mercado, salvó a la gente de aquel incendio, y alcanzó a ver a los Casimiros salvados, no lo veían, así era su trabajo, todo discreción.

Él, que sentía que había muerto, soñó que había salvado a esa familia.

Evaristo insomne, sintió el frío de invierno, era temprano, echó un ojo a sus trapos de vagabundo, tomó un sorbo de ese manantial que brotaba del ahuehuete.

Llegó a su pueblo. Pensó: alguien por aquí me necesita.

 

 

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